Los aficionados al género policial lo abandonan para siempre: el inesperado motivo de su decisión

Cuando Paige Sciarrino vio que el coche de su vecino seguía estacionado en la calle después de muchos días, entró en una espiral de pensamiento. ¿Habrían sido asesinados? ¿Debería ir a ver cómo estaban? Se agitó cada vez más, convenciéndose de que sus vecinos habían sido víctimas de un crimen espantoso.

De hecho, estaban de vacaciones. Pero Sciarrino se dio cuenta de que sus temores infundados sobre sus vecinos surgían de un sentimiento de ansiedad y paranoia. Tras examinar sus hábitos, uno de ellos destacó como parte del problema: su consumo casi constante de novelas policiales. Para cumplir su propósito de Año Nuevo, abandonó de golpe el género y sustituyó sus muchas horas de escucha de podcasts de true crime por música. Tras varios meses, su estado mental mejoró.

Durante años, la novela policial ha sido uno de los géneros de entretenimiento más populares, y ahora abarca películas, series, libros y podcasts. A pesar del auge de los contenidos sobre crímenes reales, puede que el péndulo se esté moviendo en la dirección contraria, ya que algunos aficionados, e incluso presentadores de podcasts, se enfrentan a una mayor ansiedad y a reparos sobre la explotación de las víctimas.

Un ejemplo reciente es la serie de alto presupuesto de Netflix Monster: La historia de Jeffrey Dahmer, protagonizada por Evan Peters en el papel del asesino en serie, que superó los mil millones de horas de visionado para convertirse en uno de los programas más populares del servicio de streaming. Pero muchas familias de las víctimas de Dahmer se manifestaron en contra de la producción, afirmando que no habían sido consultadas ni siquiera informadas de la dramatización de los últimos momentos que vivieron sus seres queridos.

Con cualquier tendencia, puede producirse un declive a medida que la gente se satura con demasiados contenidos del mismo tipo, afirma Jean Murley, profesora del Savannah College of Art and Design que estudia el impacto cultural del género del crimen real. “Creo que hemos alcanzado el punto álgido y que va a empezar a decaer. No veo cuánto puede durar esta atención sostenida al género”, afirma.

Un goteo constante de desertores del género se hace oír sobre las ventajas de dejarlo. Un popular TikToker cuya biografía reza “podcaster reformado del true crime” utiliza la plataforma para discutir lo que consideran aspectos nocivos del género, donde se sabe que los aficionados utilizan epítetos como “murderinos”, una persona interesada en asesinatos y asesinos en serie, como insignias de honor.

Un usuario de Reddit relató que se dio cuenta, con la ayuda de su terapeuta, de que su consumo de true crime estaba desencadenando sus “miedos preexistentes”. Otro dijo que no podía digerir la idea de que los creadores se beneficiaran de la muerte de alguien. En X, un usuario expresó su culpabilidad, quizá en broma, por leer historias de crímenes reales y alimentar la demanda: “Tiene que morir gente nueva para que yo consiga nuevos contenidos. Es un grave problema ético”.

Sciarrino, que vive en Nueva York, dijo que a menudo tenía demasiado miedo como para ducharse sola en su apartamento. Consumir entretenimiento sobre crímenes reales le parecía una adicción que no podía dejar. Mientras limpiaba, se duchaba o conducía, esta mujer de 30 años escuchaba podcasts como Crime Junkie, cuyo eslogan es “un podcast semanal sobre crímenes reales dedicado a darte una dosis”, y True Crime Obsessed, que recapitula casos con “humor, corazón y descaro”. Después de ver el programa sobre Dahmer, se sintió incómoda porque se le idolatraba en Internet, aunque no conocía ninguno de los nombres de sus víctimas.

Los presentadores de True Crime Obsessed, Gillian Pensavalle y Patrick Hinds, reconocen el impacto que su podcast puede tener tanto en los seres queridos de las víctimas como en los oyentes. “El género de la novela policial y los podcasts ha cambiado mucho. Y una de las cosas que es realmente importante para nosotros es estar al tanto de esos cambios y tratar de cambiar con los tiempos”, dijo Pensavalle, añadiendo que ya no se etiquetan a sí mismos como un “podcast de comedia” después de recibir comentarios negativos. Cuando el padre de una víctima expresó su enfado por una gira en directo en la que se presentaba el caso de asesinato de su hija, cancelaron esa parte del programa.

La explosión del merchandising del género ha contribuido a la creciente inquietud. Una lista de regalos titulada “Los amantes de los crímenes reales matarán por estos regalos” incluye una tabla de cortar grabada con la cara de Dahmer y la frase “Tengo que empezar a comer más en casa”, naipes de asesinos en serie y un felpudo en el que se puede leer “Los programas de crímenes me han enseñado que las visitas inesperadas son sospechosas”.

Mollie Goodfellow, periodista independiente, relató su ruptura con el true crime después de escuchar un anuncio de ropa de marca en un podcast de true crime. “Me dio asco”, escribió en un ensayo para The Guardian. “Es un poco vergonzoso que esto, de todas las cosas, fuera lo que me alejó del true crime, pero se me revolvió el estómago con la idea de que estas dos mujeres monetizaran el contenido por el que había estado tan ávida”.

Krista Witherspoon, preparadora física y profesional de recursos humanos, decía que se quedaba dormida con series policiales de televisión como Dr. Muerte e Investigation ID. Le encantaba la sensación de encajar las piezas de un rompecabezas, de meterse en la mente de otra persona y saber qué la mueve.

Pero el encanto se esfumó cuando el presentador de un podcast contó que las familias de las víctimas a veces se ponían en contacto con ellos y les decían: “Cada vez que informan sobre esto, cada vez que le dan importancia, vienen nuevos periodistas y nos hacen preguntas y eso reabre una nueva herida”.

“No es sólo consumo sin sentido”, dijo. “Esto está afectando de verdad a las familias de estas víctimas”. Además de estar menos ansiosa, Witherspoon dijo que su sueño mejoró después de dejar de escuchar true crime de golpe.

Según Murley, hay formas de acercarse a estas historias sin caer en la adicción. Murley menciona dos libros de no ficción sobre el tema: Last Call (Última llamada), de Elon Green, y Killers of the Flower Moon (Asesinos de la luna florida), de David Grann. (Última llamada es ahora una docuserie de HBO y la adaptación cinematográfica de Asesinos de la luna florida, de Martin Scorsese, se estrenará a finales de este año).

“En manos de un creador capaz, ya sea un escritor, un podcaster o un creador de series, el true crime puede arrojar luz sobre algunos aspectos muy importantes de nuestro sistema judicial, sobre cómo funciona o no funciona, sobre la clase social y la raza, sobre todas las consideraciones relativas a las voces de las víctimas y sobre quién puede contar la historia de un asesinato”, dijo Murley.

La profesora especializada en el impacto cultural del género sostuvo que uno de sus libros favoritos sobre crímenes reales son las memorias de 2007 The Red Parts (Las partes rojas), de Maggie Nelson. Murley escribió que, mientras investigaba el asesinato de su tía, a menudo caía en la “mente asesina”, un sentimiento de paranoia, ansiedad e inquietud que le obligaba a apartarse de su proyecto de escritura y a recalibrar consumiendo otras formas de medios de comunicación.

La escritora Emma Berquist, superviviente de un ataque al azar, escribió en Gawker hace dos años que cree que “preferiría que la apuñalaran de nuevo a que los usuarios de TikTok descendieran como buitres sobre mis redes sociales”. Para ella, las historias de crímenes reales son más valiosas cuando revelan errores del sistema que pueden corregirse.

Chivonna Childs, psicóloga asesora de la Clínica Cleveland, dice que ha sugerido a pacientes con ansiedad que examinen lo que consumen para evitar verlo todo “a través de una lente de sospecha”. Les anima a pensar en qué otras cosas disfrutan en la vida. “Somos personas polifacéticas”, afirma. “¿Quién eres tú además de un amante del true crime? ¿Qué más te gusta? Aprovechemos esas otras cosas”.

Fuente: The Washington Post