Cuando la Premio Nobel Annie Ernaux habló con Infobae: “El pasado nunca es pasado, menos aún si es violento y turbio”

En 2020 la premiada autora de “El acontecimiento”, “Pura pasión” y “La vergüenza” reflexionó sobre su obra, su relación con la memoria, la “traición” a su clase y el feminismo. También habló sobre la necesidad de legislar el aborto, un tema sobre el que escribió en sus novelas: “Siempre hay grupos e individuos que no aceptan la libertad de las mujeres para disponer de sus cuerpos; en realidad, no aceptan su libertad”, dijo

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(Reuters)
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Annie Ernaux nació el 1 de septiembre de 1940 en Lillebonne, en la alta Normandía con el nombre de Annie Duchesne. Pasó su infancia y su primera juventud en Yvetot, un pueblo de unos 7.000 habitantes. Allí sus padres tenían un café con una tienda en una zona rural en donde desde muy pequeña escuchaba los relatos de todos los que pasaban por ahí, además de los de sus padres. Tenía diez años cuando escuchó a su madre comentarle a una vecina que su primera hija había muerto de difteria a los 6 años, dos años antes de su nacimiento. Como sobre tantas otras cosas, la gran escritora francesa nunca les preguntó a sus padres por aquella primera hija y, a su vez, ellos nunca tuvieron la iniciativa de contarle nada acerca de su hermana muerta. Es sabido que los secretos familiares pueden convertirse en una forma de parálisis y obstruir un futuro, pero sabemos también que lo oculto y silenciado puede ser la puerta de acceso a una obra propia en la que se desarrolla una búsqueda. Éste es el caso.

Ernaux dejó su casa para estudiar Literatura moderna en la Universidad de Rouen y obtuvo un puesto como profesora en 1967, cuando ya era una mujer casada y madre de su primer hijo (tuvo dos y es abuela). Su padre murió dos meses después de que ella obtuviera el cargo. Su madre murió en 1986, enferma de Alzhéimer y de cáncer. En 1974 publicó su primer libro, Los armarios vacíos, la historia de una estudiante universitaria que se somete a un aborto, aunque todavía no aparecía el yo biográfico que la haría conocida en la escena literaria internacional sino que sus experiencias estaban escondidas tras el nombre de otro personaje.

Autora de estilo, trabaja su obra en clave autobiográfica y en cada uno de sus libros vuelve a diferentes momentos de su vida, algunos durísimos, con una prosa que curiosamente se percibe desapasionada, como si objetivara sus sentimientos hasta disecarlos. Hay en sus relatos volcanes dormidos: revisita su infancia, su crianza, su salida del espacio familiar, su “traición” de clase, sus amores, sus pasiones, sus duelos. Relee desde la cotidianeidad más pedestre hasta los sentimientos más desencajados provocados por separaciones, rechazos y violencias de diverso tipo desde lo que llama escritura “desde la distancia”. El resultado es un shock deslumbrante. Autores como Emmanuel Carrère y Virginie Despentes reconocen a Ernoux como una de las grandes influencias en sus literaturas.

“No escribo porque estás muerta. Has muerto para que yo escriba, ahí está la gran diferencia”, le dice en La otra hija a esa hermana que no conoció y cuya sombra lleva aún consigo. En 2011 la editorial Gallimard -donde ha publicado todos sus libros en su lengua original- publicó un volumen que albergaba una selección de sus mejores obras precedidas de fragmentos de su diario -que comenzó en 1957, aunque lo conserva recién desde 1963- y algunas fotos. Tiene por título Escribir la vida. En el prólogo, explica: “No mi vida, ni su vida, ni siquiera una vida. La vida, con lo que contiene que es lo mismo para todos pero que cada uno experimenta de manera individual: el cuerpo, la educación, la pertenencia y la condición sexual, la trayectoria social, la existencia de los otros, la enfermedad, el duelo”. “Escribir no ha sido para mí un sustituto del amor, sino algo más que el amor o que la vida”, dice en uno de los fragmentos de su diario. Annie Ernaux siempre, en cada libro, reflexiona además sobre la propia escritura.

Sus libros -sus novelas- han tenido traducción al español a lo largo del tiempo con diversa fortuna. En la actualidad, Tusquets está reeditando algunas de sus grandes obras como El acontecimiento, Vergüenza o Pura pasión. Semanas atrás Infobae Cultura pudo acceder a la escritora, quien respondió en detalle un extenso cuestionario por mail. Ernaux tuvo la gentileza de escribir personalmente para dar cuenta de la recepción de las preguntas y para anunciarme que sus respuestas llegarían a la semana siguiente, un día determinado. Efectivamente ese mismo día sus respuestas ya estaban en la casilla.

Leerla es descubrir un mundo que va mucho más allá de sus experiencias. Leerla es también leerse. Al punto que -va una confesión- tiendo a escribir mal su apellido, lo confundo con Arnoux, como el de Madame Arnoux, el personaje de La educación sentimental, de Flaubert, una de mis novelas favoritas. Se trata de la mujer amada por Fréderic Moreau, el protagonista de la novela, que es mayor que él. La obra de Ernaux es también, a su modo, una forma de educación sentimental.

Lo que sigue es el resultado del intercambio -sobre su obra, su escritura, su relación con el feminismo y con el pasado- con una de las grandes narradoras de la actualidad, ganadora del premio Formentor en 2019 y autora de una obra extraordinaria que se destaca por su originalidad, su potencia y su delicada orfebrería.

(Reuters)
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-Escribir sobre hechos del pasado significa recurrir a la memoria y saber que siempre lo que se cuente será un recorte, una parcialidad. ¿Cómo surgió en usted la necesidad de narrar su propia historia o, al menos, determinados sucesos de su vida?

-El deseo de escribir me llegó a los 20 años, pero entonces no estaba en absoluto centrado en mi propia historia, aún cuando el texto que escribí y envié a un editor -quien lo rechazó-, tenía la marca de un trauma relacionado con el verano de mis dieciocho años, algo que, en realidad, recién pude afrontar hace cuatro años, en mi libro Memoria de chica. Fue a los 27, justo después de la muerte de mi padre, que tomar conciencia de que me había alejado de él, de mi familia, de mi clase social de origen me abrumó y decidí escribir sobre eso, esta vez partiendo de mí, hablando de mí. Eso es lo que hice, pero no de inmediato. Aunque muchas mujeres habían estado escribiendo en primera persona desde 1968, fue difícil porque el paso del mundo popular al mundo intelectual burgués no era un tema tratado en la literatura, especialmente en la literatura contemporánea. Y, por otra parte, creo que tenía miedo de escribir en primera persona así que lo hice bajo la máscara de la novela, en mi libro Los armarios vacíos, inventándome otro nombre. Nunca confesé que era mi propia historia.

-En su literatura, la presencia fuerte del yo se combina con una suerte de disección, lo que conforma un estilo desapasionado, completamente alejado del melodrama. ¿Tiene recuerdo de cómo surgió ese estilo? ¿Buscó esa frialdad deliberadamente?

-Ya había escrito tres libros con un estilo que no era despojado, sino emocional, a veces teñido de burla, como La mujer helada, sobre mi recorrido como mujer. Y en todos el centro era yo. Cuando quise escribir sobre mi padre y su propio recorrido con este mismo estilo, experimenté una gran sensación de malestar; de alguna manera profundicé el abismo que se había abierto entre nosotros en la adolescencia. Y pensé mucho entonces en mi situación como escritora, ya instalada en el mundo cultural dominante y, al mismo tiempo, escribiendo sobre mi padre, quien toda su vida ocupó espacios desde el lugar de un dominado. En fin, esto me hizo reflexionar sobre mi situación como escritora “tránsfuga”, una palabra raramente utilizada todavía. Me parecía que la única escritura posible para ese libro tenía que ser “fáctica”, es decir que El lugar no podía dar lugar a lecturas compasivas. Luego conservé esta escritura, más que fría, “desde la distancia”…

-Usted suele decir que cuenta los hechos como fueron vividos y no como sucedieron en realidad. ¿Podría extenderse sobre este concepto?

-Cuando se trata de eventos personales, creo que podemos ver muy bien la diferencia que es entre contarle a alguien una historia de amor, la pérdida de una persona, etc., incluso con todos los detalles posibles, y recordar lo que se experimentó de manera indescriptible, confusa, algo que no puede entrar en una narración. Además, muchas veces sucede que después de haberle confiado a alguien un hecho, uno experimenta un sentimiento de decepción, de incompletitud. Cuando escribo intento recuperar la sensación de ese momento, despertarla en la memoria y no dejarme llevar por la historia. En mis libros, no sé si se percibe, pero yo intento descomponer todo lo posible los momentos, las imágenes, para revivir ese presente, o dicho en otras palabras, la experiencia con la que se fusiona. Para evocar los hechos históricos, colectivos, me baso en la forma en que los experimenté, o, si ocurrieron antes de mi nacimiento, en lo que me contaron mis padres o dijo la gente acerca de ello.

-Su literatura se destaca porque a partir de un yo protagónico consigue de algún modo hacer historia colectiva. Ante la falta de pruebas de su propio pasado, más allá de su memoria, acude a otra clase de documentos, incluso a fotos. ¿Cree que para sus lectores es importante el concepto de verdad?

-En Los años me sumergí de lleno en el paso del tiempo, desplazándome por las imágenes de lugares, escenas, personas, como si mi recuerdo fuera una película, pero no era para escribirlos y describirlos; era para capturar el color, la atmósfera de cada una de las décadas, las modas cambiantes, las palabras y las ideas. También me basé en periódicos, marcas de productos, canciones, en definitiva, la realidad del mundo exterior y fotos personales. En este libro, como en los demás, me guía la búsqueda de la verdad (de una época, de una pasión, etc.) o más bien de una verdad que no conozco con precisión. Y necesito que todos los elementos sean “verdaderos”. La creación -y la dificultad- es en todo caso la forma del libro, eso es lo que hay que imaginar. Quizás los lectores sean indiferentes a la verdad, pero estoy segura de que esto forma parte de lo que encuentran en mis libros, que no serían lo que son si yo no tuviera la necesidad de la verdad como algo previo a la escritura.

(Foto: Annie Ernaux / Catherine
(Foto: Annie Ernaux / Catherine Hélie, Gallimard)

-En Pura pasión, en determinado momento dice que no sabe en qué clave está escribiendo la historia, si como testimonio o como confidencia. También en esa novela explica por qué es un error considerar a quien escribe sobre su vida como un exhibicionista. Esto fue a comienzos de los 90. ¿Qué piensa hoy de eso?

-En mis libros casi siempre me pregunto qué estoy escribiendo y como en Pura pasión cuento la pasión que me atravesó durante más de un año por un hombre de un país del Este comunista, era sumamente consciente de que se trata de un tema trillado, muy presente en la literatura, periódicos, etc. Voy a tratar de definir el modo en que escribo: testimonio, confidencia, correos del corazón, manifiesto, acta, incluso un ejercicio de comentario de un texto (en este caso la vida). De hecho, ¡es un poco de todo eso! El exhibicionista, en sentido estricto, es alguien que quiere mostrarse y ser visto al mismo tiempo. Es la unión de un cuerpo y una mirada. Por lo tanto, no puede haber un exhibicionismo real en la literatura, solo hay una relación de dos imaginarios, el del autor que cree que se revela en su historia y el del lector que se forma una imagen de lo que lee. Esta pareja, por así decirlo, varía de vez en cuando. Hoy hay mucha más revelación de la intimidad que cuando publiqué Pura pasión, pero el lector la acepta, incluso la busca …

No puede haber un exhibicionismo real en la literatura, solo hay una relación de dos imaginarios, el del autor que cree que se revela en su historia y el del lector que se forma una imagen de lo que lee.

-Sus textos se leen como novelas. Además del trabajo de estilización, ¿hay elementos de ficción en ellos o en algunos de ellos?

-La ficción se elimina automáticamente, no forma parte de mi universo mental cuando comienzo un libro. Estos son seres reales, eventos que han tenido lugar o están sucediendo, que son mi material. Solía decir que la ficción en mis libros es la forma, de ahí la impresión, tal vez, de que son novelas. Este tipo de ficción es tremendamente exigente.

En Argentina, como fue el caso de Francia, como en Polonia, no hay otro camino que la lucha incansable de las mujeres por obtener una ley que les permita optar por tener o no un niño, por lo tanto, para abortar de forma legal y segura

-En Francia la legalización del aborto llegó hace varias décadas. En Latinoamérica esa ley aún es una deuda en la gran mayoría de los países por lo cual la lectura de una novela como El acontecimiento tiene otro sentido ya que, aunque es un pasado remoto para usted, en nuestros países la clandestinidad y el riesgo de muerte por abortos mal hechos aún es una realidad. ¿Qué piensa sobre el tema?

-En Argentina, como fue el caso de Francia, como en Polonia, no hay otro camino que la lucha incansable de las mujeres por obtener una ley que les permita optar por tener o no un niño, por lo tanto para abortar de forma legal y segura. En los años 70, Francia todavía era muy católica, la Iglesia tenía un gran peso y los médicos no estaban en su mayoría a favor de la interrupción del embarazo, el Parlamento era 90% masculino. Se parecía a la Argentina de hoy, en algunos sentidos. Fue gracias a un gran movimiento de mujeres que se obtuvo la ley que autoriza el aborto en 1975. Nunca podría enfatizar lo suficiente la especie de gran trueno que fue la publicación, en 1971, en Le Nouvel Observateur, revista de una izquierda no extremista, en la que mujeres reconocidas como Simone de Beauvoir o Delphine Seyrig declararon que habían abortado clandestinamente. Ha habido películas que muestran cómo las mujeres “logran” abortar, libros de testimonios, un manifiesto en 1973 de médicos pidiendo la libertad del aborto, y fue a través de esta fuerte movilización, sin tregua, que en 1974 se votó en la Asamblea la ley Veil (N. de la R. Se refiere al nombre de Simone Veil, la política que impulsó la legislación). Si no hubiera sido aprobada -lo que sucedió en Argentina en 2018- habríamos continuado, y digo “nosotros” porque yo participé en esta pelea. Y para mí, escribir El acontecimiento fue parte del deseo de que el recuerdo de lo que se ha infligido a las mujeres durante siglos permanezca y no retrocedamos. No me hago ilusiones: siempre hay grupos e individuos que no aceptan la libertad de las mujeres para disponer de sus cuerpos; en realidad, no aceptan su libertad.

Escribir ‘El acontecimiento’ fue en parte por el deseo de que el recuerdo de lo que se les ha infligido a las mujeres durante siglos permanezca y no retrocedamos

-¿Por qué cree que todavía hoy es tan costoso escribir sobre la sexualidad femenina o, más bien, por qué es tan difícil o genera tanta incomodidad hablar de esos libros?

-Hace veinte años, eso es lo que yo pensaba, de hecho. Se aceptaba que una mujer escribiera sobre su sexualidad y su goce de una manera que atrajera a los hombres, sin usar términos precisos, más bien vagos, o incluso en un registro erótico tradicional. La masturbación, las menstruaciones, eran tabú. Aún recuerdo el pudor, la vergüenza de los periodistas que me invitaban a la televisión para hablar sobre Pura pasión y El acontecimiento. Me parece que esto está cambiando pero sigue habiendo una diferencia en la forma de evocar en los textos de hombres y mujeres que se debe seguramente al peso de la historia y al inconsciente. A los niños siempre se los ha alentado a valorar el pene y nunca se los ha intimidado o reprimido a la hora de expresar su sexualidad, ni siquiera si lo hacían de forma grosera. Las chicas, en cambio, tenían que ser reservadas en sus gestos, en su vestimenta y también en sus palabras.

-¿Piensa que el feminismo hoy es una ideología mainstream? Si lo piensa así, ¿existe el riesgo de que la potencia de los reclamos históricos se desvanezcan?

-En la actualidad el feminismo ha vuelto a convertirse en un conjunto de ideas que cuestionan y sacuden las sociedades, en casi todo el mundo. Nunca antes había sucedido con esta fuerza: lo digital, la conexión generalizada de los individuos, obviamente tienen mucho que ver. También hay nuevos campos de demandas, aunque sigue siendo fundamentalmente la igualdad entre hombres y mujeres lo que está en juego: el rechazo al acoso sexual, el rechazo de la hegemonía masculina en todos los ámbitos, incluida la cultura. No creo que ninguno de estos reclamos desaparezca, al contrario. Menos aún creo que las mujeres estén de acuerdo en retroceder.

Annie Ernaux (Gentileza editorial Tusquets)
Annie Ernaux (Gentileza editorial Tusquets)

- Por momentos parece que hubiera escrito sobre todos los temas sin tabúes. ¿Hay algo sobre lo que haya querido escribir pero no lo consiguió? ¿Hay temas sobre los que eligió deliberadamente no escribir?

-Durante mucho tiempo no pude escribir sobre el acto violento de mi padre que aparece al comienzo de La vergüenza, ni sobre mi hermana, que murió antes de que yo naciera, y especialmente sobre mi primera noche de sexo. Me tomó cincuenta años, recién pude hacerlo en Memoria de chica, pero no es que lo dejé de lado deliberadamente, simplemente no encontraba la forma posible de contarlo, pese a que hice varios intentos. Dicho esto, es muy difícil desentrañar cuánto tienen que ver esta clase de bloqueos con la vergüenza o a la prohibición, ni explicar por qué, en un momento determinado, desaparecen. Es muy misteriosa la escritura. Una cosa de todos modos, a partir de determinado momento, en medio del libro, ya no me pregunto si continuar es peligroso o no: es una obligación…

-Durante mucho tiempo habló y escribió sobre el sentimiento de traición a su clase. ¿Cómo vive hoy ese salto que va de haber nacido en el seno de una familia proletaria de la Normandía a su lugar como escritora e intelectual?

-Este hecho o situación de desertor o tránsfuga de clase es consustancial a mi vida y a mi escritura. El territorio de mi infancia, con su gente, su lengua, está en las antípodas del mundo al que entré, primero a través de títulos universitarios y, luego, por el reconocimiento literario. La división interior sigue siendo muy fuerte, siempre. No hay que olvidar lo que es la infancia, esa adquisición de hábitos para vivir y sentir y pensar; es ese “primer hombre”, como dice Camus, el que permanece con más fuerza de pregnancia en uno que aquel otro en el que uno se ha convertido social y culturalmente. La niña del café-tienda rural y la adolescente con acento de clase baja siguen viviendo en mí, no con sus modales, sino con sus sentimientos de inferioridad, de vergüenza social, sobre todo permanece el recuerdo de la gente de este mundo dominado. De ahí que no me sienta “legítima” ni completamente en mi lugar en los círculos literarios y sociales. Pero ya no experimento la sensación de traición porque creo que hice lo que mejor pude hacer con ella, es decir, escribirla, precisamente, y dedicarme a escribir con rigor. Una búsqueda de la verdad, que, en definitiva, saldaría una deuda…

Annie Ernaux, en los años
Annie Ernaux, en los años 60 (Foto: L’Inventoire)

-Usted pertenece a una generación de escritores que hizo de alguna manera un culto de la memoria; cree que el hecho de haber nacido en un momento particular, entre las dos guerras mundiales y haber crecido durante la reconstrucción de posguerra, marcó de alguna manera esa tendencia?

-Incluso si hay una diferencia entre los escritores nacidos antes de la Segunda Guerra Mundial, como Georges Perec, Christa Wolf, y los que, como yo, nacieron durante o poco después, Patrick Modiano, Pascal Quignard, Sebald en Alemania, es una generación marcada por la guerra. Por la visión de las ciudades destruidas y luego reconstruidas, por el clima opresivo de la memoria de la Ocupación, el pasado y su violencia estaban allí, ante nuestros ojos, y el recuerdo de estos hechos nos envolvía en las conversaciones de los adultos, en los periódicos, al mismo tiempo, además, con el silencio alrededor del tema de los campos de concentración y el antisemitismo de pre guerra. El pasado nunca es pasado y menos cuando es violento y turbio. Pero la importancia de la memoria individual en la literatura obedece a otros factores, como la influencia de Proust y el psicoanálisis, el nuevo enfoque sobre el yo y el desarrollo y la valoración de la autobiografía, un género que se basa en la memoria.

-Si bien prefiere llamarlos sociobiografías, usted trabaja el registro autobiográfico hace muchos años. ¿Qué siente ahora, cuando la presencia del yo en la literatura ha tomado un lugar tan destacado? ¿Le interesa lo que algunos llaman “literatura del yo” como lectora?

-Agrupamos bajo la etiqueta “literatura del yo” una serie de obras que tienen como rasgo común el uso de un “yo” que hace referencia a la persona del autor, de forma auténtica o autoficcional. Pero todo depende de lo que diga el “yo”, de su capacidad de recibir al “yo” del lector. Es, en el fondo, formidable empezar un libro con “yo”, es apostar que mi “yo” le interesará a otro yo. Esto no siempre ocurre, pero se debe menos a la presencia del yo / mí que a una escritura complaciente y egocéntrica: es un problema de percepción de la verdad. Esto es lo que espero de la literatura del yo, una especie de intrusión íntima provocada por el libro.

(Gentileza editorial Tusquets)
(Gentileza editorial Tusquets)

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