Las emociones, la base de nuestro edificio
¿Por dónde comienza a construir un arquitecto un edificio? ¿Lo hace por la planta baja o por el piso número diez? La respuesta es obvia: lo hace de abajo hacia arriba. Ahora imaginemos por un momento que ese edificio de diez pisos es la casa matriz de una importante empresa. ¿Dónde se ubicará el salón del directorio? ¿Dónde estará el despacho de la presidencia de la empresa? ¿Dónde distribuirán los despachos de las principales gerencias? La respuesta es que lo harán seguramente en los pisos superiores, mientras que la planta baja y el subsuelo estarán destinados a la portería y a los servicios de mantenimiento. Se podría aceptar entonces la siguiente afirmación: las funciones más importantes se encuentran en los pisos más altos. Es ahí donde el directorio decide, piensa y planea estratégicamente.
Y si acaso alguien quisiera destruir el edificio, ¿dónde pondría la bomba? ¿En la planta baja, donde se encuentran los cimientos, o en el piso número diez? Una vez más la respuesta es obvia: en la planta baja. Destruyendo los cimientos, se derrumbará todo el edificio. Bueno, abajo es donde están las emociones. Hay un parecido entre la construcción de un edificio y el desarrollo del sistema nervioso. Nuestros antecesores más lejanos no pensaban en viajar al espacio, no eran capaces de realizar abstracciones, no formulaban cuestionamientos filosóficos y, sin embargo, ya sentían emociones básicas tales como miedo, ira o alegría. Esto significa que, en nuestra evolución, a través de millones de años, las emociones anteceden largamente a nuestra capacidad de pensar, están en el piso de abajo del edificio. Podríamos entonces afirmar que tenemos una prehistoria emocional y una novedad racional.
Hemos «sentido» mucho tiempo antes que apareciera nuestro primer pensamiento. En esto se asemeja la evolución de las estructuras cerebrales y la construcción de un edificio. Las funciones más elementales y básicas, las emociones, aparecieron en nuestra especie, al igual que la planta baja de un edificio, mucho antes que el piso número diez. Solo después y con la lentitud del tiempo de la evolución de nuestra especie desarrollamos nuestro sistema nervioso central, con nuevas estructuras cerebrales que agregaron funciones más complejas de la mano del pensamiento. Así las cosas, la emoción, por antigua, se ubica en la planta baja, donde se encuentran los cimientos y atiende el portero. Continuando con esta misma metáfora, digamos que, así como la destrucción de los cimientos en la planta baja es capaz de derribar todo el edificio, las alteraciones emocionales echarán por tierra todos los esfuerzos racionales por alcanzar la felicidad, el bienestar y el éxito. Resulta que nuestro sistema nervioso se fue desarrollando paulatinamente, de abajo hacia arriba, igual que un edificio: desde la planta baja a los pisos superiores, desde la emoción al pensamiento.
Para adentrarnos un poco más en el tema, como línea general, podemos afirmar que cada vez que el sistema nervioso se desarrolla evolutivamente agrega un piso hacia arriba. Cada vez que esto sucede, cada nuevo nivel evolutivo de nuestro sistema nervioso incorpora funciones nuevas que, de algún modo, actúan y modulan las funciones inferiores. Pero, atención, en este caso, «inferiores» no significa menos importante, sino simplemente más antiguas y, por tanto, resultan tan necesarias como los pisos superiores. Una mente brillante, una persona inteligente, capaz de un complejo razonamiento, no alcanzará el bienestar ni el éxito si maneja mal sus emociones.
Tal vez la simpleza de nuestras abuelas les permitía ser más felices que nosotros, justamente porque sabían privilegiar lo importante del mundo emocional.
SEGUIR LEYENDO: