Maxwell Smart nació como Oziac Fromm. Actualmente tiene 93 años, pero la historia que definió su vida sucedió en su infancia. Smart sobrevivió al Holocausto después de haberse escondido en un bosque cuanto tenía apenas 10. Mientras tanto, los nazis ocupaban el territorio polaco donde él vivía, más específicamente, el de un pueblo llamado Buczacz, que hoy pertenece a Ucrania.
Cuando Smart tenía tan solo nueve años, los nazis se llevaron a sus padres y a su hermana menor, por lo que quedó completamente solo. Pese a que un conocido de su padre le había ofrecido a su familia un salvoconducto hacia la Unión Soviética, la madre del niño se negó debido a que en ese momento “nadie sabía de los horrores que crearon los alemanes”, reveló en una nota para el diario de Florida, Estados Unidos, Sun Sentinel.
En el instante en el que los nazis llegaron a Buczacz, atacaron a los judíos, sus empresas y destruyeron la sinagoga a la que concurría Smart. El clima de tensión era total y la familia del niño ya lo había notado. Incluso, el propio Smart recordó que mientras jugaba con uno de sus amiguitos ucranianos, su madre se acercó a preguntar si alguien quería comprar alguna de las pertenencias de la familia, pero su vecina le dijo: “No tienes derecho a vender nada; todo lo que sea judío pertenece al gobierno”.
Un momento que marcó a muchas familias perseguidas por los nazis, fue cuando se dio aviso para que todos los hombres judíos de entre 18 y 50 años se registraran para trabajar. En aquel grupo, estaba el padre de Smart, quien fue citado junto a otros 350 hombres en la plaza del pueblo.
El padre del niño pensó que volvería en un rato, pero eso nunca sucedió. Los nazis separaron a los hombres en dos grupos: por un lado, los profesionales, y por el otro, los comerciantes calificados. El papá de Smart fue incluido en el grupo de los profesionales, aunque tenía un comercio en el que vendía ropa. Luego los llevaron hacia un cerro cercano donde todos fueron fusilados.
El terror continuó cuando los nazis se acercaron a las familias judías para solicitar sus bienes a cambio de liberar a los hombres, pero ellos estaban muertos y sus seres queridos no lo sabían. “Recuerdo que mi madre fue a pedir dinero prestado para pagar”, reveló Smart. “Todo fue un invento. Ya estaban muertos. Recogieron el dinero pero nunca volví a ver a mi padre”, contó con una enorme tristeza.
La comunidad judía de Buczacz fue reubicada en un gueto y obligada a realizar trabajos. En uno de los regresos a su hogar después de trabajar en la siega del trigo, guardias armados capturaron a Smart y a decenas de personas más, llevándolos en camiones. Fueron despojados de sus ropas y encarcelados durante tres días. “Recuerdo estar en la cárcel sin comida, sin agua. Eso sí, fui creativo: me quité el zapato, lo empujé por la ventana para recoger la nieve y tener un poco de agua. Todo el mundo lo compartió”.
Otro hecho que lo marcó fue el asesinato de su abuelo. En una de las habituales razias nazis, el hombre mayor recibió un disparo en la cabeza justo frente al pequeño Maxwell. “Yo, un niño de nueve años, realmente no podía asociarme con la muerte”, explicó. “Sabía que los viejos morían, pero ni siquiera pensé que fuera posible matarlos. Sólo cuando vi eso frente a mis ojos me di cuenta de que eran asesinos”.
La familia fue encarcelada y al día siguiente los subieron a camiones. Su madre le ordenó que escapara. “Estaba enojado”, relató Smart. “Dije: ‘¿Qué quieres decir con que no quieres llevarme? Eres mi madre’”. La persiguió hasta que ella lo empujó y subió al camión. La madre había evitado que su hijo subiera al vehículo. “Eso me salvó la vida”, recordó.
A pesar de su corta edad, Smart sabía que le dispararían si intentaba escapar, así que se sacó el brazalete con la Estrella de David y se alejó hasta llegar a un puente, donde vio a un oficial alemán. Ante la pregunta, Smart negó ser judío y el militar le creyó. Aquel día lo recuerda porque fue la última vez que vio a su hermana y a su madre.
La figura paterna
Los tíos de Smart pagaron para que un granjero, Jasko Rudnicki, escondiera al menor. Rudnicki lo pasó a buscar y lo ocultó en la parte de atrás de su camión cubierto de paja. El granjero era pobre y vivía en un bosque, pero aunque había recibido dinero por llevárselo, se encariñó y lo trató como un hijo en todo momento.
En un hecho común en aquellos tiempos un vecino delató a Rudnicki. Y denunció que escondía a un niño judío. El granjero negó todo ante las autoridades, pero luego se vio forzado a pedirle a Smart que se fuera. Pero antes le enseñó principios básicos de supervivencia, como qué comer y cómo hacer fuego en el bosque.
El niño vivió en el bosque un largo tiempo. Pasó hambre, frío y estaba completamente solo. Por eso, cada tanto volvía a la casa de Rudnicki a comer pan y tomar un vaso de leche. Con esos pequeños aportes de alimentos, el granjero fue quien le salvó la vida. Tan grave era su situación que incluso, logró hacer que una rodaja de pan le durara una semana. “Lo masticaba y lo masticaba, no lo tragaba. ¿Sabes lo sabroso que es el pan cuando tienes hambre?”, rememoró.
También tuvo que evitar ser detectado por las patrullas de ucranianos colaboracionistas, aunque hubo momentos en que estuvo cerca de ser descubierto. Por ejemplo, en una ocasión, la policía quiso entregarlo a cambio de una recompensa. El oficial ató a Smart a su trineo tirado por caballos y lo arrastró durante 20 kilómetros, deteniéndose solo para presumir frente a su novia. Finalmente, se apiadó de él y lo liberó.
Una amistad muy valiosa
Después de sufrir mucho la soledad, conoció a Janek, otro niño de su edad. Lo vio perdido y hambriento, por lo que le dio una rebanada de pan y se ocupó de él. Janek le contó que sus padres habían ido a buscar comida y nunca más regresaron.
Ambos pasaron seis meses refugiados en un escondite que habían construido juntos. Como el padre de Janek era contador, el niño resultó ser hábil para los números. “Era muy inteligente”, recordó Smart.
Un día, se despertaron sobresaltados por el atronador ruido de gritos y disparos. Después, todo fue silencio. Esperaron varias horas antes de ir a investigar. Encontraron un refugio con los cuerpos sin vida de sus ocupantes cerca del río. Los niños tomaron algunos zapatos y ropa para protegerse del frío. Poco después, Smart percibió movimiento al otro lado del río y observó que uno de los fallecidos sostenía a un bebé que seguía con vida. Le dijo a Janek que debían rescatarlo.
Su amigo le dijo: “No entres al agua, está helada”. De todas maneras, Smart siguió firme con su postura, llevó a Janek al otro lado del río para buscar al bebé y luego encontrar a quién dárselo. La tía del bebé estaba en otro grupo de judíos que se escondía en el bosque. Entonces dejaron al pequeño con ella.
Lo más doloroso sucedió los días siguientes. Janek -el amigo del bosque- tuvo fiebre cuando regresó y tiempo después, murió. “Durante 80 años fui culpable”, confesó apesadumbrado Smart. “Me rogó que no me metiera al agua. Lo enfermé y murió por mi culpa”.
En 2019, con motivo de la realización de un documental, Smart conoció a la beba que había salvado: se llama Tova Barkai, vive en Haifa, Israel y tiene una familia. “Estoy feliz de que la niña que salvamos esté viva y tenga familia”, dijo. “Janek se convirtió en un héroe. Él es un héroe. ¿Pero sigo siendo culpable?”, se preguntó. “Creo que lo soy”.
“Mi madre me dijo que me salvara. Ella dijo: ‘Si no te salvas, no tendrás más familia’. Viví como una rata. Comí corteza. Comí gusanos. Comí conejos que fueron cortados y abandonados en el bosque. Pero jamás renuncié a la vida”, reveló Smart.
El fin de la invasión nazi
Luego de la muerte de Janek, Smart visitó a Rudnicki. Este le informó al niño que la ocupación nazi había concluido y que era libre. El niño expresó su deseo de regresar a Buczacz, pero la ciudad seguía siendo un campo de batalla entre soviéticos y nazis. El granjero quería que Smart volviera y viviera con él, pero ya había encontrado un grupo de judíos con quienes había decidido viajar hacia el este. Se despidió de Rudnicki y nunca más volvieron a verse.
Pese a que Smart intentó que Rudnicki sea reconocido como “Righteous Among the Nations”, una distinción que se les otorga a quienes arriesgaron su vida para salvar judíos durante el Holocausto, como él fue el único testigo de lo que hizo el granjero, su pedido no fue considerado.
Después de la guerra, Smart recorrió Europa durante muchos años, hasta que consiguió un pasaje a Canadá como parte del Proyecto Huérfanos de Guerra. “Era un marginado total de la sociedad”, dijo. Además de que por entonces había cierta desconfianza hacia los inmigrantes de posguerra, la mayoría de quienes buscaban adoptar huérfanos preferían a niños más chiquitos, y Smart estaba cerca de cumplir 18 años.
Le costó, incluso, conseguir cobijo en su comunidad. Algunos temían que la llegada de inmigrantes pusiera en riesgo sus empleos, y la mayoría simplemente no quería saber sobre su pasado. Ser un sobreviviente del Holocausto era, en pocas palabras, estigmatizante. “Cuando me casé tenía 20 años. No pude soportar más la soledad. ¿Y quién crees que se casó conmigo? La hija de otro sobreviviente del Holocausto. Nadie más quería tocarme”, explicó.
“Estaba más enojado después de la liberación que mientras me escondía”, aseguró. “Mi impulso por la vida era muy poderoso. Tuve que hacer algo por mí mismo”. Trabajó como transportista por 18 dólares a la semana. Volvía a su casa cada noche y luego asistía a todos los cursos disponibles en el Centro Comunitario Judío. Con el tiempo, se convirtió en un empresario exitoso y redescubrió su pasión por la pintura, lo que culminó en la inauguración de su galería en Montreal en 2006.
Así vive a los 93 años
Actualmente tiene una “hermosa familia” compuesta por su esposa, Tina y sus hijos, Anthony, Faigie y Lorne. “Me convertí en algo más que nada. Creé algo de la nada”, declaró.
Durante muchos años, Smart guardó silencio sobre sus padecimientos mientras el nazismo arrasó millones de vidas. Fue solo hace poco tiempo que comenzó a hablar de esa cuestión. La directora de cine Rebecca Snow lo contactó mientras rodaba un documental sobre sobrevivientes titulado “Cheating Hitler”. Le informó que de los 8.000 judíos que vivieron en Buczacz, menos de 100 sobrevivieron. “Soy uno de los 100 y lo mantuve en secreto. Debería recordarlo. Tengo que recordar. Tengo que decírselo al mundo”. Smart participó en el documental y comenzó a escribir sus memorias tras el estreno de la película. La directora también rodó un filme llamado “The Boy in the Woods”, basado en la triste pero exitosa supervivencia de Smart.
“Fue horrible”, sostuvo. “Reviví cada momento del Holocausto. Veo la matanza, veo el asesinato, veo el hambre... No quería, pero creo que hay que hacerlo. Y hay que contarlo una y otra vez. No hay que olvidarlo”. Jamás.