Antoine Dutoit y su esposa, Nicki, se alegraron cuando sus amigos y ex compañeros en la feligresía de la Orden del Templo Solar Gerry y Colette Genoud los invitaron a comer en su casa de Morin Heights, una localidad cercana a Quebec, en Canadá.
La alegría se debía a dos razones. Por una parte, desde el nacimiento de su primer hijo, Emanuel, cuatro meses antes, Antoine y Nicky casi no hacían vida social, ocupados en la atención del bebé, una tarea grata pero nueva para ellos; por la otra, valoraban el gesto de sus amigos al invitarlos, porque desde que se habían casado sin la autorización del líder de la orden, Joseph Di Mambro, estaban fuera del culto y muchos de los fieles habían dejado de hablarles.
Los Dutoit también habían violado las férreas reglas de la Orden del Templo Solar al concebir un hijo, algo que los fieles solo podían hacer con la autorización de Di Mambro, quien además era el encargado de elegir los nombres de las criaturas y de bautizarlas con los ritos de la secta.
Llegaron puntuales la noche del sábado 1° de 1994, con el pequeño Emanuel dormido en su moisés, y al entrar se llevaron una sorpresa que también los alegró: allí estaban también para cenar con ellos otros dos miembros de la orden, Joel Egger y Dominque Belaton, que los saludaron con la cordialidad que se prodigan los viejos amigos.
Durante la comida, la charla fluyó sin que nadie tocara el espinoso tema de la orden y el alejamiento de los Dutoit. Nada presagiaba lo que ocurriría apenas unos momentos después, cuando Joel Egger le pidió a Antoine que lo acompañara al sótano de la casa para buscar unas bebidas.
Abajo estaba todo preparado, con un bate de beisbol al pie de la escalera y un cuchillo sobre una mesada. Egger esperó que Antoine le diera la espalda, agarró el bate y le pegó un tremendo golpe en la cabeza, que le destrozó el cráneo. Probablemente, Dutoit ya estaba muerto cuando su cuerpo quedó desparramado en el piso y un charco de sangre comenzó a formarse debajo de su cabeza, pero Egger no se detuvo allí, sino que tomó el cuchillo le rebanó el cuello y después le asestó unas cincuenta puñaladas.
Mientras tanto, en el comedor, Colette Genoud se fue a la cocina con la excusa de buscar un postre y dejó a Nicky y el bebé solos con su marido y Dominique Belaton. Un instante después, los dos hombres se abalanzaron sobre la mujer y la cosieron a cuchilladas. Con Nicky muerta, sacaron a Emanuel del Moisés, lo apoyaron en el suelo y le clavaron una estaca en el pecho, como si se tratara de un conde Drácula infantil.
Todavía temblorosos por lo que acababan de hacer, los dos hombres se miraron por encima del cadáver del bebé sabiendo que habían cumplido con la misión que Di Mambro les había encargado: matar al Anticristo, que había regresado a la tierra habitando el cuerpo del pequeño Emanuel.
Cometidos los asesinatos de Emanuel y sus padres, Egger y Belaton tomaron un vuelo a Suiza cuyos asientos habían comprado con anterioridad, mientras que los Genoud se quedaron en la casa tratando de borrar las huellas del crimen. Como les fue imposible, prendieron fuego a la casa y se suicidaron.
Ese crimen fue el comienzo de una masacre que conmovió al mundo.
La Orden del Templo Solar
Para el momento del asesinato ritual del pequeño Emanuel, la Orden del Templo Solar tenía sus dos principales centros en Suiza, Francia y Canadá y estaba conducida por tres caras visibles: el médico y ex paracaidista belga Luc Jouret, el joyero y relojero francés Joseph Di Mambro y el compositor y director de orquesta franco-suizo Michel Tabachnik.
Di Mambro y Jouret se conocieron a principios de la década de los ‘80, cuando ambos ya tenían una larga carrera en el oscuro mundo del esoterismo.
Jouret, nacido en el Congo en 1947, estudió medicina en la Universidad de Bruselas y al recibirse se dedicó a homeopatía y a los tratamientos holísticos, al mismo tiempo que empezaba a participar de grupos esotéricos y a practicar actividades paranormales.
Después de una etapa en África como paracaidista en el ejército belga – durante la cual se dedicó a matar congoleños y no a curar heridos – volvió a Europa, desde donde emprendió una serie de viajes con grupos esotéricos que lo llevaron a China y a varios países de América Latina, entre ellos Perú, donde investigó las prácticas mágicas ancestrales de los pueblos originarios.
Finalmente se radicó en Suiza, donde se presentaba como la reencarnación de un caballero Templario y fundó su primera secta, la Fundación del Camino Dorado.
Allí conoció a Di Mambro, que por entonces andaba por los 70 años y tenía también su propia secta, el Centro de Preparación para la Nueva Era. A diferencia de Jouret, Di Mambro no se presentaba como la reencarnación de un templario sino como la de diferentes personajes bíblicos cuya identidad iba cambiando a medida que pasaba el tiempo.
En 1984 decidieron unir sus fuerzas y fundaron la Orden del Templo Solar, a la que muy pronto se sumó el músico Michel Tabachnik, cuya trayectoria artística resultó un espaldarazo para la orden y un elemento de atracción para nuevos adeptos.
Las metas de la orden en el campo espiritual eran establecer “algunas nociones claras sobre la autoridad y el poder en el mundo””; reafirmar la superioridad de lo espiritual sobre lo temporal; preparar a la humanidad para una gran “transición” y el regreso de Jesucristo como “dios-rey solar” para unificar todas las iglesias cristianas y el islamismo.
Por encima de todo sobrevolaba, además, la sombra de un cercano Apocalipsis.
Oscuridad detrás del esoterismo
Tanta elevación espiritual requería, también, de dinero para llegar más alto. Por eso, el principal requisito para que un adepto pudiera ingresar no eran sus creencias sino el aporte monetario que estaba dispuesto a hacer para sostenerla.
Entre los principales financistas de la orden se contaba Camille Piaget, heredero de la compañía de relojes más prestigiosa – y productiva – del mundo. Incorporado poco después de la fundación de la secta, no demoró en ascender en su jerarquía a fuerza de donaciones monetarias e inmobiliarias.
Los rituales de la Orden del Templo Solar eran pomposos y estaban llenos de misterios y esoterismo, y en ocasiones se utilizaban hologramas de supuestos seres divinos con los que los adeptos podían entrar en contacto.
Pero no era eso lo más oscuro que tenía la secta, que pronto comenzó a ser investigada por lavado de dinero y tráfico clandestino de armas, una actividad en la que el ex paracaidista belga Jouret no solo era experto sino que contaba también con los contactos necesarios.
Si Jouret establecía contactos y montaba las operaciones – que además de armas incluían drogas -, Di Mambro manejaba el dinero sucio que producían y también el que venía de las donaciones efectuadas por más de cuatrocientos miembros distribuidos en tres países.
Después de la masacre que desató el asesinato del pequeño Emanuel en Canadá, una investigación encontró cuentas con fondos por casi cien millones de dólares manejadas por Di Mambro en Australia, la propiedad de un palacio de costo multimillonario en Suiza y decenas de propiedades en esa ciudad, Francia y Canadá.
La Masacre de la Orden
Para mediados de 1994 la secta estaba bajo investigación, no solamente las oficiales que realizaban las autoridades suizas y canadienses – en este último caso por la compra ilegal de armas – sino también las periodísticas.
En estas últimas, aparecieron artículos que relacionaban a Di Mambro y Jouret con sociedades como Amenda, Archedia, Golden Way y Granja Agrícola de Investigación y Cultura, por las que se sospechaba que hacían circular el dinero sucio.
En ese contexto, el cóctel entre un esoterismo fanático y autoritario combinado con el inminente descubrimiento de las actividades financieras ilegales de los jefes de la orden pudo haber desatado el apocalipsis que se inició el 1° de octubre con el asesinato de Emanuel y sus padres en Canadá y continuó en las localidades de Cheiry y Granges-Sur-Salvan, en Suiza.
La noche del martes 4 de octubre, Luc Jouret y Joseph Di Mambro comieron una suntuosa cena en uno de los restaurantes más exclusivos de Ginebra. Sentados los dos solos a la mesa, pidieron las especialidades de la casa y las acompañaron con dos botellas de vino. Nadie imaginó que, de alguna manera, estaban escenificando el ritual de la última cena.
No estaba con ellos el compositor Tabachnik, aunque hasta pocas horas antes había estado reunido con ellos y otros miembros de la alta jerarquía de la secta. En esa ocasión, el músico fue el encargado de los discursos.
Al día siguiente, los bomberos de Cheiry recibieron un aviso de incendio en una casa de la localidad. Llegaron muy rápido y pudieron sofocar las llamas antes de que las llamas devoraran todo.
Cuando entraron, encontraron a un hombre acostado en una cama, con una bolsa en su cabeza y un disparo en la sien.
Parecía el suicidio solitario de un desesperado hasta que descubrieron una puerta secreta y pudieron abrirla. Lo que encontraron fue un espanto: había un altar de ceremonias tapizado de rojo, un cáliz, una armadura con rosas, cruces y espadas cruzadas, y en el centro de la habitación, 18 cadáveres dispuestos en círculo.
Las autopsias revelaron que diez habían muerto a causa de un disparo en la cabeza, mientras que los otros ocho se habían – o habían sido – matado con veneno.
Entre los cadáveres estaban los de Joseph Di Mambro y Luc Jouret y también se pudo identificar a un periodista canadiense – miembro de la secta en su país – su mujer y un hijo de diez años.
Casi al mismo tiempo, en Granges-Sur-Salvan, a 200 kilómetros de Cheiry, los bomberos locales sofocaron tres incendios en tres casas casi aisladas. En este caso, el fuego avanzó más sobre las construcciones y cuando pudieron entrar encontraron un total 25 cadáveres carbonizados. También descubrieron que en las casas había dispositivos armados con combustible que habían sido programados para iniciar los incendios.
Los forenses descubrieron que, de los muertos, tres adolescentes y cuatro chicos habían muerto acribillados, mientras que los 18 adultos se habían quitado la vida ingiriendo curare, un veneno poderosísimo.
Entre los cadáveres estaba el de otro renombrado miembro de la secta, Camille Piaget.
Pocos días después, empezaron a llegar cartas enviadas por los muertos antes de los dos rituales de suicidio colectivo. En ellas anunciaban que harían la “transición” porque se aproximaba el Apocalipsis.
La reconstrucción policial planteó la hipótesis de que los más decididos inyectaron con tranquilizantes a quienes no quería suicidarse para después matarlos a tiros. Luego, los restantes tomaron por propia voluntad el veneno que les quitó la vida.
En los casos de Di Mambro y Louret los investigadores tuvieron una certeza: no se habían suicidado para hacer una “transición” – como la llamaban – a la divinidad sino para escapar de la justicia que los estaba cercando por sus actividades nada espirituales de lavado de dinero y tráfico de drogas y armas.
Tres años después
Pese a los 48 muertos que se contabilizaron entre Canadá y Suiza y el escándalo que provocó el ritual de asesinatos y suicidio colectivo, la Orden del Templo solar no desapareció de la faz de la Tierra.
Muertos dos de sus tres líderes, los adeptos que quedaban, fundamentalmente en Francia, siguieron manejándose en secreto, ahora bajo la autoridad del único jerarca sobreviviente, el músico Michel Tabachnik.
Fue así hasta el 23 de diciembre de 1995, cuando en otro incendio, estavez en Vecors, Francia, se encontraron los cuerpos calcinados de otros 16 adeptos, entre ellos tres niños. La escena parecía calcada de las encontradas en Suiza: algunos habían sido asesinados a tiros, el resto se había envenenado.
Entre los muertos, no estaba el líder Tabachnik, a quien la justicia consideró sospechoso de ser el autor ideológico de la nueva masacre ritual.
En 2001 fue juzgado en Paris, acusado por la fiscalía de ser el inductor de los “suicidios colectivos” de los miembros de la orden en Suiza, Canadá y Francia.
Los acusadores pidieron una pena de cinco años de prisión, pero el tribunal consideró que no había pruebas suficientes para condenarlo y lo declaró inocente. Los jueces también consideraron infundado el cargo de “asociación de malhechores” para cometer asesinatos, que se sustentaba en las muertes perpetradas a balazos.
Superado el trance judicial, Michel Tabachnik continuó componiendo música y dirigiendo orquestas europeas sin que nadie lo molestara por su pasado.