La escena sucedió hace siete años pero Myrian la recuerda con detalles porque de ese consultorio salió llorando. Todavía era empleada doméstica, tenía 37 años y un mismo amor desde hacía dos décadas, y había llegado a esa consulta convencida de que el momento, por fin, había llegado.
Ya habían terminado la casa, ya habían ahorrado algo de plata, y se suponía que ahora sí podían elegir tener un hijo. Pero la médica -tal vez porque la vio humilde y sintió la autoridad para mirarla desde arriba- contestó con varias puñaladas y una mentira.
“Si estás pensando en tener un hijo te acordaste tarde: ahora es imposible”, sentenció. Lo que Myrian tenía era menopausia precoz, es decir, se le había retirado su periodo menstrual mucho antes de lo habitual, porque el promedio de edad en Argentina es de 50 años. Salió de esa sala llorando, básicamente, porque le creyó.
“Yo hice hasta cuarto grado del colegio, imaginate, no tenía información”, cuenta Myrian Arias a Infobae. Ahora tiene 44 años y de aquel llanto atragantado dentro del consultorio pasó a esta cara de hoy, esa fusión de agotamiento y éxtasis típica de la maternidad.
Está en su casa, en Villa del Parque, y el que lloriquea como un cachorrito es Valentín, su bebé recién nacido: el test de embarazo que dio positivo cuando Myrian llevaba 7 años en menopausia.
El comienzo
En ese ‘te acordaste tarde’ de la médica viajaba un prejuicio: que “el reloj te corre querida”, y si te dedicaste demasiado a vos y ahora no podés, bueno, tal vez ese sea tu castigo.
Sin embargo, esa historia no tenía nada que ver con la de Myrian, que ya había tenido dos hijos pero en un contexto completamente diferente, como madre adolescente.
Era la primera vez que esa mujer de 37 años que estaba sentada en ese consultorio sentía que podía elegir la maternidad. “Y en vez de sobrevivir, como me pasó con mis primeros dos hijos, sentía que ahora podía ser mamá y disfrutar”, cuenta ella.
Lo de “sobrevivir” no es una forma de decir. Myrian se había visto forzada a dejar de ir al colegio en cuarto grado, cuando todavía era una nena. “Empecé a trabajar de muy chica, a los 12 años me independicé, digamos. Viajaba sola, iba a limpiar latas a una panadería y cuando salía me iba a trabajar a casas de familia por hora”.
Tenía 18 años y vivía con su abuela cuando se enteró de que estaba embarazada. “No te podría decir que fue buscado, a esa edad...te estaría mintiendo”. Hacía dos meses que estaba de novia cuando lo supo, “una experiencia bastante complicada para la edad que teníamos”.
Myrian se fue de la casa de su abuela antes de escuchar lo que sabía que la mujer iba a decirle, y terminó viviendo con la familia de él en una casa muy pequeña en la que ya vivían 7 personas. “Estaba embarazada y dormíamos los dos en una cama de una plaza”. En ese contexto llegó Lucas Emanuel, su primer hijo.
Era un bebé cuando Myrian se enteró de que estaba embarazada del segundo. Ya con dos bebés, dejó la panadería y empezó a trabajar con el padre de sus hijos: él atendía una carnicería, ella una verdulería.
La pareja duró poco. “Me separé porque había maltrato. Yo corría el riesgo de quedarme en la calle con mis hijos pero no me iba a dejar levantar la mano”. Con el poco dinero que tenía alquiló un lugar y se mudó con los chicos.
“Pero apenas los veía porque tuve que buscar más trabajo para mantenerlos, el padre no me pasaba plata para ellos. Más y siempre de lo mismo, limpiando o cuidando chicos, porque para otra cosa me pedían estudios y yo estudios no tenía”.
Lo que sí tenía era el recuerdo de un amor platónico: un muchacho llamado Hernán, hijo de los dueños de la panadería, al que Myrian amaba en silencio desde que tenía 15 años.
“Era mi amor imposible”, sonríe ella, con pudor. “Imposible”, al menos en su cabeza, porque él era el dueño y ella la chica de la limpieza. “Imposible” mucho más cuando ella pasó a ser una mujer sola a cargo de dos criaturas.
Un amor
La separación y la soledad la habían dejado acorralada. “Sufrí un estado depresivo fuerte”, cuenta ahora, mientras su bebé toma la teta en calma. No sabía dónde pedir trabajo, así que volvió a tocar las puertas de la panadería.
Hernán seguía ahí.
“Y bueno, un día él me pidió estar conmigo. ¿Sabés que le dije? Que no, porque los padres no querían saber nada de que se enganchara con una chica con dos hijos”, recuerda ella. “Yo nunca había dejado de amarlo pero no quería pasar por un mal momento”.
Myrian trató de ahuyentarlo: “Yo le decía ‘quiero que vivas tu propia experiencia, que tengas tus propios hijos’. Y bueno, él no quiso saber nada. Fue mucho tiempo así hasta que yo cedí”, se ríe.
Un poco asustada, hizo movimientos lentos. Fueron novios durante más de una década y recién cuando sus hijos tenían 14 y 15 años se fueron a vivir juntos.
El plan de tener un hijo de los dos estuvo siempre latente pero con aquella historia de supervivencia de fondo, los dos decidieron esperar. “¿A qué? A terminar la casa, a estar bien económicamente. Y bueno, a mis 37 años, cuando pensamos que era el momento indicado, pasó eso con la doctora”.
La médica, además de “te acordaste tarde”, dijo “ya está, ya no generás óvulos, es imposible”. Myrian salió “llorando mal”, llegó a su casa y se lo contó a Hernán, que también se ensombreció.
“Así que yo le dije que hiciera su vida, que buscara a una nueva pareja, que por estar conmigo no se perdiera de tener a sus propios hijos”, cuenta. Él contestó: “No, si no es con vos, no me interesa”.
En ese estado de resignación vivieron los siguientes años. Él montó su propio Lubricentro y ella siguió trabajando como empleada doméstica, ya no por necesidad sino para conservar su independencia económica. El dinero que habían ahorrado pasó a ser “la plata para hacer un viaje” y, en el camino, una noticia pareció calmar las aguas.
Lucas, el hijo mayor de Myrian, anunció que iba a ser papá. Myrian se convirtió entonces en abuela de Octavio, el nene que ahora está por cumplir tres años.
La noticia
Fueron siete años en los que siguieron enterrando el deseo de ser padres hasta que un día una conocida les contó, al pasar, que estaba haciendo un tratamiento de fertilidad.
Hernán la escuchó, masticó la información en silencio, y esa misma noche se acercó a Myrian y le preguntó: “¿Todavía tenemos el plan de tener un hijo juntos?”.
Myrian no entendió: “Al no tener información, ¿viste? Le dije ‘pero vos sabés que la doctora dijo que es imposible’. Igual lo abracé y me puse a llorar, sentí que tal vez sí había una posibilidad”. Hernán dijo “escuchemos a otro médico”, “no nos quedemos con una sola palabra”, “por ahí hay algo que no sabemos”.
Tenía razón. En el centro de fertilidad al que fueron le dijeron “sí, claro que podés quedar embarazada estando en menopausia”. Myrian no tenía óvulos propios pero podía recurrir a la ovodonación.
Lo explica Gustavo Martínez, biólogo y vicepresidente de la Red Latinoamericana de Reproducción Asistida.
“Es posible porque los ovarios envejecen pero el útero no. La paciente que está en menopausia deja de producir óvulos pero el útero igual puede gestar. Para eso, hay que prepararlo con hormonas que se suministran desde afuera, a veces con inyecciones, otras con pastillas”.
En criollo: en cada ciclo menstrual el útero pierde una capa llamada endometrio, que es donde se implanta el embrión cuando sucede un embarazo. Eso, que es clave para el embarazo, deja de pasar cuando la persona llega a la menopausia. Lo que hacen los especialistas es darle a la paciente hormonas (estrógenos) para preparar artificialmente al endometrio antes de la implantación del embrión.
Como la persona ya no tiene óvulos propios, los embriones se generan con óvulos de una donante anónima y el esperma de la pareja (o de un donante si es soltera). Como las donantes de óvulos son jóvenes -la de Myriam tenía 28 años- la tasa de embarazo es muy alta: el 60% de las que lo hacen quedan embarazadas.
Eso lo sabe la Ciencia pero también lo sabe Myriam que quedó embarazada en el primer intento.
Estos tratamientos se pueden hacer en centros privados y arrancan en los 500.000 pesos, eso sin contar los costos de la medicación que hay que tomar después. Y en eso destinaron Myriam y Hernán todos los ahorros para el viaje.
Sin embargo, no es sólo para “gente que tiene plata”, porque la Ley de fertilidad argentina obliga a las obras sociales y prepagas a cubrir los costos de los tratamientos con ovodonación con un límite de edad: mujeres (o personas con capacidad de gestar) de hasta 50 años +364 días.
¿Esto significa que ya no hay límite de edad para poder gestar? La respuesta es sí: con óvulos donados se puede gestar a cualquier edad. Por eso el tope que se estableció en Argentina tiene otros fines.
Por ejemplo, que no pase como con María del Carmen Bousada Lara, la mujer que tuvo gemelos a los 67 años y murió tres años después. En 2019, el tema llegó aún más lejos: una mujer india llamada Mangayamma Yaramati, de 73 años, gestó gemelas del mismo modo.
La idea de ser tan mayor y tener un bebé horroriza y plantea la idea de “la mala madre” que va a dejar huérfanos a sus hijos demasiado pronto. “La pregunta es ¿por qué se pone la carga solamente en la mujer?”, plantea el biólogo. ¿Y Cormillot, que fue papá a los 83? ¿Y Norman Briski que tuvo mellizas a los 78?
A Myrian no le pasó como a muchas personas que ven en la donación de óvulos un “pero”: “Pero no va a tener mis genes”, “pero no se va a parecer a mí”, “pero no sería igual que un hijo propio”.
“A mí no me costó eso, para nada. Era la única forma posible de ser mamá, yo sólo quería que viniera bien”, simplifica mientras acuna a Valentín, que acaba de cumplir tres semanas de vida. “Es mi hijo, no importa a quién se parece, esta es su historia, no hay nada que esconder”, se despide.
Después se toma un descanso. Por primera vez es madre sin apuro, ahora solo lo mira dormir.
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