Los fans que pensaban verla el lunes en la gala del MET quedaron algo decepcionados, pero ella ya lo había anunciado. Sigue concentrada en los preparativos de su residencia en Las Vegas que cerrará en algún momento de este año. Adele se lo confirmó en febrero al presentador Graham Norton en su show: “Tiene que ser ahora; 100%. Tengo otros planes para el año próximo, ¿imaginate si tuviera que cancelar todo por un embarazo?”
Recuperada de un último traspié anímico, aseguró entonces que quiere tener más hijos. También que entiende que tal vez deba dejar de ser tan celosa de su privacidad: “Estoy tratando de no ser dos versiones completamente distintas de mí misma. Es agotador prenderse y apagarse constantemente. A veces voy a desaparecer un tiempo musicalmente, pero tal vez puedan ver algo de mí de vez en cuando y ya no me tenga que esconder del todo todo el tiempo”.
Es que no bien conoció la fama mundial, la cantante y compositora nacida el 5 de mayo de 1988 en Tottenham, Londres, como Adele Laurie Blue Adkins, se expuso a todo tipo de comentarios sobre su vida, su intimidad, su aspecto físico, sus decisiones y sus parejas –¿Está más flaca? ¿Está más gorda? ¿Se separó de nuevo? ¿Está con otro tóxico? ¿Por qué canceló otro show?–: era lógico que en algún momento se cansara hasta de sus fans.
Para esa inglesa de voz poderosa la música fue algo natural desde el principio: a los cuatro años ya cantaba para su mamá imitando el color conmovedor de Ella Fitzgerald y Etta James. No fue una infancia fácil. Su madre, Penny Adkins, la tuvo a los 18 y acababa de mudarse con el padre a una vivienda pública cuando él las dejó. Adele tenía sólo unos meses y Penny sacrificó su carrera de guitarrista y cantante para pagar las cuentas. Pero tocaba en su casa y las dos se refugiaron en los viejos standards de jazz y en los hits de las Spice Girls como parte de su rutina diaria.
“Nunca supe lo que debía hacer un padre, porque no tuve uno”, dijo alguna vez sobre Marc, ese hombre que aparecía de vez en cuando para llevarla al zoológico, normalmente borracho, y sin jamás aportar demasiado. Logró perdonarlo muchos años más tarde y lo acompañó en sus últimos días, cuando murió víctima de un cáncer de hígado a los 57 años.
Mientras tanto, su carrera florecía, siempre desdoblada de su vida privada. A la misma edad en que su madre se embarazó, Adele consiguió su primer contrato, en parte porque Penny insistió para que ella pudiera estudiar en la Escuela de Arte Dramático y Tecnología. Desde el cuarto tapizado en pósters de las Spice que compartían con una amiga de Penny en West Norwood, Adele grabó dos canciones que subió a Myspace, la red social que en esos años hacía punta en la música y la cultura pop. Un productor de la discográfica XL la escuchó, y así le llegó su primer golpe de suerte: hizo sus primeras colaboraciones y empezó a trabajar en su álbum debut, 19, que se editó cuando acababa de festejarlos, en 2007.
De ahí en más todo fue meteórico; televisión, shows, y canciones escritas por una adolescente en el puesto número uno de los charts británicos. Menos de un año más tarde, en 2008, se convirtió en la primera artista en recibir el Brit Awards Critics’ Choice y en la revelación de la encuesta anual de la música de la BBC. En enero lanzó su segundo single, Chasing Pavements, a sólo unos meses de su debut. El tema estuvo segundo en las carteleras del Reino Unido por cuatro semanas seguidas y todo el disco entró en la historia de los esenciales del Times. Ese marzo firmó un contrato con Columbia para insertarse en el mercado americano. No había cumplido 20 años y era un fenómeno internacional.
La historia es vertiginosa, de caídas y redenciones épicas. En mayo de 2008 comenzó su primera gira, An Evening with Adele. Pero poco tiempo después se puso de novia y canceló el tour. Más tarde le diría a la revista Nylon que fue una desagradecida y no podía creer lo que había hecho: “Estaba tomando demasiado alcohol y esa fue la base de mi relación con ese chico. No podía soportar estar sin él y no lo pensé dos veces, me bajé de todo”. Todavía se refiere a esa etapa como la de su primera crisis, la de la temprana edad.
Los ataques de ansiedad y el consumo problemático de alcohol que quizá terminó por legarle el padre abandónico que perdió en mayo pasado hicieron mella en su carácter tanto como las ganas precoces de formar una familia tradicional y encontrar un hombre que la quisiera para siempre, un hombre que no se fuera. Aunque claro que las cosas nunca son tan simples. Hace poco le dijo a Vogue que sólo con los años de terapia pudo entender que la indecisión es peor que las malas decisiones y que la ansiedad es algo con lo que tuvo que amigarse: “Aprendí muchas herramientas para hacerle frente, pero también cómo dejar que pase. Me di cuenta de que la ansiedad empeora cuando tratás de librarte de ella”.
En los Grammy de 2009, Adele cantó por primera vez ante la audiencia de todo el mundo Chasing Pavements y se llevó dos premios en una lista que hasta ahora cosecha quince. El éxito parecía imparable, pero también los comentarios agresivos. Había llegado a la alfombra roja con el visto bueno de dos de sus compatriotas con más peso en la Moda: asesorada nada menos que por la directora editorial de Vogue, Anna Wintour, y escoltada por el editor de la edición americana, Hamish Bowles.
Pero ni eso era suficiente. El público y muchos tabloides vieron –y criticaron– su aspecto físico antes de rendirse ante su voz. El desaparecido Karl Lagerfeld lo dijo sin eufemismos: “La sensación del momento es Adele. Está un poco muy excedida de peso, pero tiene una cara preciosa y una voz divina.” Ella respondió con lógica y altura: “Nunca quise verme como las modelos de las tapas de revistas. Represento a una mayoría de mujeres que no encajan en esos parámetros y estoy muy orgullosa de eso”, dijo. El entonces diseñador de Chanel tuvo que pedir disculpas públicas, pero la crueldad nunca se detuvo.
Ni siquiera hace tres años, cuando perdió 45 kilos gracias a la dieta Stirt (basada en el consumo de enzimas sirtuinas o SIRS –por sus siglas en inglés, Silent Information Regulators–, contenidas en alimentos como el café, el chocolate amargo, el aceite de oliva, el perejil, las nueces y el vino tinto) y una rutina diaria de ejercicios con pesas. Entonces muchos le cobraron que no aceptara su cuerpo tanto como decía, porque, si se aceptaba, tenía que mantenerse gorda. Como si por ser una figura pública no pudiera decidir con autonomía sobre esa figura. Como si su cuerpo no fuera de ella.
Para que no hubiera dudas, Adele tuvo que sentarse a fines del año pasado en el living de Oprah y aclarar: “Estuve a favor del body positive antes y lo estoy ahora. Lamento si mi cambio corporal hizo que alguien se sintiera mal. Y me siento mal de que algunos se hayan sentido horribles consigo mismos por esto, pero no es mi trabajo validar a nadie sobre su aspecto físico o sobre su peso… ¡yo tengo mis propios problemas!”
De hecho, también estaba ahí para hablar de sus trastornos de ansiedad y de lo que le había costado su divorcio del empresario y filántropo Simon Konecki, con quien tuvo en 2012 a su hijo Angelo y de quién se separó después de una década. Para él escribió la canción Water Under the Bridge, de su álbum 25, que cuenta la historia del comienzo de su relación, en 2011: “Es sobre cómo las cosas se pusieron muy serias de golpe y de cómo eso a veces asusta un poco –contó por entonces a la Rolling Stone–. Hasta que nos dimos cuenta de que eso tenía que estar bien, de que cuando sentís algo así querés que dure tanto como sea posible”.
Oficializaron el noviazgo a comienzos de 2012 y seis meses más tarde, la cantante de Easy on me anunció en su página web que estaba embarazada: “Quería que lo supieran por mí, obviamente estamos felices y les pedimos que respeten nuestra privacidad en este momento tan especial”. Más tarde revelaría que sufrió depresión postparto y ataques de pánico pese a que la llegada de su hijo le dio, por primera vez, “un verdadero propósito” a su vida. O tal vez justo por eso: ahora ya no estaba sola en el mundo con sus problemas.
En su reciente entrevista con Vogue dijo que lo que más le dolía de su divorcio –se casó con Konecki en secreto en 2017–, que terminó de cerrar hace un año, fue el sufrimiento de Angelo, que hoy tiene 9 años: “Siento que tengo que explicarle quién soy y por qué elegí voluntariamente desmantelarle la vida para buscar mi propia felicidad. Sé que es algo que a veces lo hizo muy infeliz y es una herida muy grande para mí que no sé si alguna vez se va a curar”.
Para eso, para él y para que pueda entender hoy o cuando sea más grande por qué lo hizo y quién es realmente, grabó su último disco, 30, que vive como un renacimiento: hacía seis años que no editaba ninguno y pasó los últimos tres al cuidado de su hijo, en su nueva casa de Beverly Hills, donde atravesó la cuarentena como vecina de Jennifer Lawrence. Y otra vez mientras posponía y cancelaba shows por la pandemia, muchos lo atribuían a su salud y hasta decían que no volvería a actuar en público. Por eso cada canción de este 30 que llegó para sus casi 34, también tiene gusto a victoria.
Ahora dice que la mejor fórmula con Angelo, fue simplemente no mentirle: que él sabe que siempre hace lo mejor que puede y que a veces está demasiado rota, pero que también tiene una capacidad tan enorme como su voz para recuperarse. Y que lo ama por sobre todas las cosas.
En su última entrevista, confirmada su relación con el manager de deportistas Rich Paul –”la única persona con la que no me siento ansiosa, ni nerviosa ni rara”– también dio una explicación para la demora en su reaparición pública que tantos de sus fans esperaban esta semana: “De afuera todo se ve muy fácil, pero lleva tiempo recargarse”. Y en realidad tal vez ese sea el verdadero secreto del éxito y hasta del dramatismo que emociona en la voz de Adele: parece todopoderosa, pero es apenas humana.
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