Cuando se despertó, ya estaba preocupada. Juana tenía 25 años, una edad en la que la buena salud se suele dar por descontada, y la preocupación nomás amanecer era por todo lo que tenía que hacer ese día: tenía que ir a trabajar primero -y ser una buena empleada si quería crecer- y rendir un examen en la facultad después, el último parcial de la carrera. Una especie de robotito en modo automático tachando tareas de la agenda.
Su mamá y su papá ya estaban en la cocina cuando ella entró en pijama, un dato sin mayor relevancia en la escenografía doméstica habitual pero que, probablemente, terminó marcando la primera línea divisoria entre su vida y su muerte.
“Cuando me desperté sentí que me dolía un poco la cabeza y estaba mareada, pero no le di importancia. Caminé hasta la cocina, le pregunté algo a mi mamá y me fui a negro. Cuando volví a abrir los ojos estaba tirada en el piso entre las piernas de mi papá”, cuenta a Infobae la locutora Juana Stinchi, cuando está por cumplirse exactamente un año de aquella mañana.
Su papá la había puesto de costado para evitar que se ahogara mientras le repetía lo que nadie en ese departamento de Palermo podía saber: “No te preocupes, va a estar todo bien”. Mientras escuchaba la voz en off de su mamá pidiendo una ambulancia urgente, Juana pensó que estaba teniendo una pesadilla.
“Se me cerraban los ojos, yo hacía fuerza para despertarme. En un momento me di cuenta de que no era una pesadilla, si yo ya me había levantado”. Volvió a fundir a negro, estaba vez más cerca del baño, y sintió el cuerpo ardiendo, una hoguera en la piel, “un calor y una transpiración como si estuvieras en la calle en pleno enero”.
Cuando la ambulancia llegó le dijeron que tenían que llevarla al hospital. “Pero yo les decía que no quería, no por miedo, sino porque estaba más preocupada por el parcial que por lo que me estaba pasando. Yo no vivía los días, los pasaba, no estaba nunca en el presente, estaba automatizada, pensando siempre en cumplir con todo lo que tenía que hacer”. El examen era el último antes de recibirse de Licenciada en Ciencias de la Comunicación.
La ingresaron por urgencias, en pijama. “El cuadro era muy grave, de no haber sido asistida a tiempo y de no haber sido tan joven, habría muerto”, explica a Infobae Carolina Mahuad, la hematóloga que la atendió. El oxígeno no llegaba al cerebro y quedó internada en Unidad Coronaria. “Ese mismo viernes uno de los médicos le dijo a mis viejos: 'Yo soy padre de cuatro hijos. Lamento muchísimo lo que les está pasando. No sé en que creen pero recen porque, si sale viva, es un milagro”.
¿Qué hacía en Unidad Coronaria una chica sana de 25 años? Juana tenía sobrepeso, fumaba y con su novio habían decidido cuidarse con pastillas anticonceptivas: nadie imaginó el desastre que podía causar la combinación de esas tres cosas.
“Llegó con un shock cardiogénico producto de una embolia masiva. Es decir, el desplazamiento de un coágulo muy grande a los vasos pulmonares principales. Eso genera una descompensación cardiopulmonar, se produce un defecto muy grave en la oxigenación y se produce el shock”, explica Mahuad. “La formación de un coágulo puede ser un evento leve si se forma, por ejemplo, en una pierna, o ser potencialmente mortal, como fue el caso de ella”.
Estuvo 34 días internada, la mayor parte de ese tiempo en coma farmacológico. “Me contaron que cuando hablaba decía ‘miren que a las 18.30 tengo que estar en la facultad’. También que dije ‘díganme si me voy a morir ahora porque me pasé toda la vida estudiando y, aunque sea, disfruto este momento’”. Toda la cadena de recuerdos está armada de fragmentos, propios y prestados.
Una cardióloga que le contó, ya después del alta, que había tenido que cortarle el pijama al medio porque “el coágulo era tan extremo que tenía miedo de moverme, que se fuera a otro lugar y que la situación empeorara todavía más”, cuenta Juana. “Cosas que yo sólo había visto en las películas”.
Hasta ese 25 de octubre, Juana venía trabajando en una tesis sobre un femicidio resonante, investigando sobre las violencias contra las mujeres y “lo poco que recuerdo es que yo sentía o soñaba, no sé, que me habían violado y me tenían secuestrada”. Afuera sus padres, su hermano, su novio, sus amigos, sus compañeros de trabajo se turnaban para hacer guardias de 24 horas sin saber qué esperar, porque poca gente sobrevive a la situación en la que estaba Juana.
“Era un minuto a minuto real tratando de ver qué era lo que pasaba y si había alguna chance de que yo pudiera mejorar”. Adentro, Juana estaba intubada y tuvieron que hacerle una traqueotomía para que pudiera respirar: esa es la marca que lleva en la garganta, la que decidió no esconder, el recordatorio permanente de lo que podría haber sido.
La juventud, no haber estado sola cuando se desplomó, haber vivido a cinco cuadras del hospital, que esa mañana no hubiera tránsito, que la ambulancia llegara sin demoras, haber recibido asistencia rápido. Creen que fue la suma de todo eso lo que le permitió sobrevivir.
Le dieron el alta el 28 de noviembre pasado y recién a mediados de este año, después de una decena de estudios para tratar de entender qué le había provocado el cuadro, recibió un diagnóstico: no tenía ninguna enfermedad en la sangre.
Un combo potencialmente mortal
“El cuadro de Juana es una expresión grave de una patología que puede presentarse en una persona que tiene obesidad, toma medicación anticonceptiva hormonal y fuma. La conjunción de las tres cosas son factores de riesgo para que se presenten trombosis”, explica la Dra. Mahuad. Juana se quedó helada: nunca había prestado atención al prospecto de las pastillas anticonceptivas y nunca había escuchado que algo así pudiera pasar.
“Me di cuenta de que es un tema tabú, hay un montón de factores adversos y no tenemos idea. ¿Qué sabemos de las pastillas, al menos del boca en boca? Que te puede doler un poco la cabeza, que hacen que se te vayan los granos, que podés subir de peso. Pero si fumás o tenés sobrepeso pueden pasar cosas graves, como me pasó a mí, y nadie habla de eso”. Cuenta que ve caras de desconcierto en cada mujer a la que se lo cuenta. Y que quiere romper con eso, porque no le pasó algo inevitable sino que, sin darse cuenta, sumó factores de riesgo que se pueden prevenir.
La doctora agrega: “Hay anticonceptivos hormonales que se pueden comprar sin receta, por eso es importante la responsabilidad. Si las personas leyeran los prospectos verían que no se recomienda el uso en fumadoras y obesas y está clarísimo el riesgo potencial. No es algo que vaya a pasar sí o sí pero tampoco es algo tan excepcional. Los hematólogos estamos acostumbrados a tratar pacientes jóvenes con eventos así en los cuales el único factor desencadenante es la toma de anticonceptivos”.
Mañana se cumple un año de aquel día en que cayó en la cocina y Juana ya no es la misma. Empezó a cuidarse porque, en la automatización, “yo comía mal, dormía mal, fumaba, tomaba las pastillas anticonceptivas y no me preguntaba si estaba bien o estaba mal, seguía”.
También está tratando de aprender a cuidarse a otro nivel: “No voy a decir que hay que vivir la vida como si no hubiera mañana, porque suena irreal. Pero sí creo que podríamos valorar muchas cosas que damos por sentado, más los jóvenes. Yo empecé a hacer un poco más positiva. Pase lo que pase en el día, trato de rescatar algo bueno. Como te decía, pasaba los días, estaba siempre preocupada por cumplir y ver qué venía después. Me cuesta, obvio, pero estoy tratando de aprender a hacerme menos problemas y disfrutar un poco más de la vida”.
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