El día anterior se habían cumplido dos años de su llegada a Los Ángeles. No había alcanzado sus sueños: los había superado. Todo ocurrió muy rápido. Demasiado rápido. El desnudo en Playboy, el poster central, las series, el protagónico en una película importante, el título de Playmate del año, Johnny Carson, la plata, las estrellas, el romance con un gran director. Pero el pasado, aunque corto, la perseguía.
Dorothy Stratten tenía 20 años el día que Paul Snider, su ex marido y gigoló, le destrozó la cara de un disparo a quemarropa.
14 de agosto de 1980. Las dos personas que vivían con Snider llegaron a la casa de un suburbio de Los Ángeles a media tarde. Sabían que su amigo se vería con Dorothy esa tarde. La puerta de la habitación estaba cerrada. Creyeron que se había producido una nueva reconciliación. Se sentaron en el living a mirar televisión y a comer. Así pasaron horas. El silencio los alertó. Cuando abrieron la puerta la imagen fue espantosa. Parecía haber sido montada por un (mal) escenógrafo de una película de terror. Las paredes, el piso, las sábanas y la colcha estaban teñidas por la sangre y los dos cuerpos desnudos parecían descansar en un lago rojo plantado en la alfombra.
La noticia recorrió el mundo. La Playmate del Año, la Conejita del momento, había sido asesinada de un disparo por su ex pareja, quien luego se suicidó. “Drama pasional”. Así se lo llamaba. Nadie sugería siquiera que podía tratarse de un femicidio. Un hombre que no había soportado la frustración, desbordado por las emociones. Esa era la visión que imperaba. Casi nadie se detuvo a pensar qué había pasado antes y cómo se habían comportado los hombres (poderosos) que habían rodeado y sacado partido de ella en ese corto lapso.
El crimen despertó interés mediático. Tenía los ingredientes de los grandes casos policiales. Una escena truculenta, famosos involucrados, personajes muy importantes relacionados, detalles escabrosos, terribles. Sólo le faltaba un elemento: el misterio. Se conocía al homicida y sus motivaciones.
Dorothy Stratten había nacido en Vancouver en 1960. Conoció a Snider siendo muy chica. Se enamoró. Él era nueve años mayor. Se hacía llamar representante artístico pero eso sólo era un eufemismo que intentaba ocultar su actividad principal, la de proxeneta. Para él, cruzarse con Dorothy fue como una revelación. No se necesitaba demasiada perspicacia para notar como en esa chica convivían la vulnerabilidad del desamparo y una belleza contundente que hacía a los hombres darse vuelta en la calle a mirarla. Sus proporciones físicas eran imponentes; respondían al imaginario de la época.
No es difícil describir a Snider. Era una caricatura de proxeneta. Todos los clichés de su (in)noble oficio. La camisa estentórea abierta hasta cerca del ombligo, cadenas doradas, los pantalones que se ensanchan mientras caen, la mirada impostada, el bigote manubrio, el pelo acomodado con trabajo. Fue él quien consiguió una prueba para Dorothy para Playboy; y fue él también quien convenció a la madre de ella para que firmara el permiso para que se hiciera fotos desnuda porque todavía no tenía la edad legal para hacerlo.
Hugh Hefner vio algo en ella. La llevó, como a tantas otras, a su mansión. Allí trabajó un tiempo y se contactó con famosos e influyentes. Algún pequeño papel en un capítulo de una serie o la participación en alguna película de clase B. Todo explotó en su vida en agosto de 1979. Ese mes estuvo en la calle el número de Playboy que la tenía como centerfold, en el poster desplegable central de la publicación. Y se potenció cuando en julio de 1980 fue nombrado Playmate del año. Entre todas las chicas hermosas, ella era la más hermosa.
El funcionamiento de la Mansión Playboy es impensado en esta época. Una especie de enorme y sofisticado burdel con el anfitrión sirviéndose de las jóvenes dispersas por la casa, ofreciéndolas a sus amistades y socios comerciales, utilizándolas como moneda de cambio mientras él se paseaba en bata.
Playboy era una de las revistas más influyentes de su tiempo. Estaban los desnudos pero también las exhaustivas entrevistas, los cuentos firmados por los escritores más prestigiosos, el consultorio sexual y las sugerencias de consumo para ser un hombre exitoso que iban desde música hasta vestimenta.
En esa mansión se produjo un encuentro que cambiaría la vida de varios de los involucrados. Peter Bogdanovich, reconocido director de cine, demandó a la revista por el uso sin autorización de varios fotogramas de una de sus películas. Hefner supo convencer a Bogdanovich. Tragos, chicas y la propuesta de producirle su próxima película. Esa noche el director conoció a Dorothy. El flechazo fue inmediato. Bogdanovich atravesaba una mala racha. Se había separado de Cybil Shepard y sus últimas películas habían fracasado en la taquilla.
Estaba preparando una comedia, Nuestros amores tramposos (They All Laughed) con el protagónico de Audrey Hepburn (su último gran papel). Contrató a Dorothy para que haga uno del os personajes femeninos. El romance empezó casi de inmediato y ella logró alejarse de la relación enfermiza que tenía con Snider.
Sin embargo, Snider y Stratten se vieron unas cuantas veces más. Él no perdía las esperanzas de recuperarla. Pero lo que más lo afectaba, lo que lo sacaba de quicio, era que se estaba perdiendo el negocio de su vida. A Dorothy, por ejemplo, le habían pagado 200 mil dólares tras la elección como Playmate del año. Las discusiones, entonces, tenían carga sentimental y económica.
Snider contrató un detective para seguir a Dorothy. Quería comprobar lo que ya todo el mundo sabía. Ella salía con Bogdanovich. El detective contó que la obsesión de Snider era cada vez mayor. El proxeneta intentó comprar un arma pero fracasó en varios intentos; hasta le pidió al pesquisa que lo hiciera en nombre de él pero este se negó. Finalmente el 13 de agosto de 1980 consiguió que alguien le vendiera un arma de segunda mano.
Al día siguiente citó a Dorothy a su casa. Ella fue con la firme intención de no volverlo a ver. Ese día debían arreglar las cuestiones económicas pendientes para que en el futuro se evitaran estos encuentros. El abogado de Stratten se ofreció a acompañarla pero ella le dijo que lo mejor iba a ser que fuera sola, que ella lo iba a convencer, que era la única manera de qué no se predispusiera mal.
Dorothy llegó a la casa de Snider después del mediodía del 14 de agosto. Charlaron, tomaron algo, hasta es posible -nunca quedó demasiado claro- que tuvieran sexo; algunos investigadores creen que Snider la violó. Lo que es seguro es que hubo discusiones. Él dijo que sólo aceptaba el divorcio y desaparecer si a él le correspondía el cincuenta por ciento de todas las ganancias futuras de la chica (Snider había adelantado sus intenciones a varios de sus amigos y al detective que en esos días parecía su único confidente). Dorothy se opuso. Snider enfureció. Tomó el arma y le disparó en medio de la cara.
La joven de veinte años murió en el acto. Él se suicidó una hora después. Apoyó el caño de la Mossler calibre 12 debajo de su mentón y apretó el gatillo. En esa hora que separó un disparo del otro, Snider se dedicó a profanar el cuerpo de Dorothy.
Después del asesinato nadie quiso estrenar Nuestros amores tramposos. Tuvo una salida en muy pocas salas con excelente recepción crítica. Bogdanovich no se resignó. Quería que su obra tuviera una oportunidad; pero quería también que Dorothy tuviera una nueva oportunidad, que la mayor cantidad de gente la viera actuando. Le compró la película al estudio y decidió cargar con el peso de la distribución. Gastó todo lo conseguido en su década en Hollywood. Otra vez más, el público rehuyó ver el film. Bogdanovich perdió 5 millones de dólares. El quebranto ahora era emocional y económico. Para que se resignificara tuvieron que pasar muchos años. Hoy es considerada una de las mejores películas del director.
Intentando reponerse del impacto emocional y económico, Bogdanovich aceptó un encargo de los tantos que le llegaban. Debía dirigir para pagar las deudas acumuladas en esos años de depresión. Eligió Máscara (Mask), vehículo que permitió la resurrección artística de Cher. El verdadero motivo por el cual aceptó hacer la película tenía que ver con Dorothy. Ella, pocos días antes de su asesinato, había ido por primera vez al teatro, había visto la puesta de El Hombre Elefante. Había quedado deslumbrada y hasta obsesionada por la historia. Compró libros que relataban la historia real, vio películas y le insistió a su novio, a Peter Bogdanovich que fuera a ver la obra. Él recién fue a la sala de Broadway cuando ella murió. Fue tratando de entender qué era lo que generaba fascinación en la chica.
“Cuando caminábamos por las calles de Nueva York con Dorothy, la gente, y te juro que no miento, se frenaba para mirarla. Ella era una visión, era muy impactante en persona, incluso más que en la pantalla. Se frenaban y la miraban. ¡Hasta los perros la miraban! Entonces, le pregunté qué se sentía ser el foco de esa atención. Ella insistía en que no la veían a ella sino que me miraban a mí porque era medio conocido. Le respondí que la única razón por la que me miraban era porque estaba con ella. Pero una vez me respondió, muy honesta, cuando la molesté con esa pregunta: ‘Lo odio, porque hace sentir que hay algo malo conmigo, como si tuviera helado en mi remera o algo así‘. Realmente ella no entendía cuán bella era; y, cuando me vi frente a la idea de Máscara, una película sobre alguien con una tremenda malformación física, pensé: ser muy feo, muy extraño a la vista, o muy hermoso es prácticamente la misma cosa. Te separan de la sociedad, no te dejan estar tranquilo, te miran y te juzgan permanentemente. Entonces pensé que con Máscara estaba haciendo una película para Dorothy” le contó Bogdanovich al periodista Juan Manuel Domínguez.
La relación de Bogdanovich con el crimen y con Dorothy no quedó sólo en eso. En 1984 publicó un libro sobre su relación con ella y sobre su muerte. Se llamó The Killing of the unicorn. En él expresa su amor hacia la joven, su desolación y muestra enojo respecto a Hugh Hefner.
Pero hubo un hecho más en su vínculo con Dorothy. En 1989, el director se casó con Louis Stratten, la hermana menor de Dorothy. Si a Dorothy le llevaba veinte años, con Louise esa diferencia se extendió a las tres décadas. El matrimonio duró casi quince años.
Sobre el asesinato de Dorothy se filmaron dos películas. La primera al año siguiente de su muerte, protagonizada por Jamie Lee Curtis. La siguiente fue una súper producción dirigida por Bob Fosse (su última película). Estuvo nominada a varios premios y recibió elogio de los críticos. Como una paradoja, como si el homicidio no hubiera dejado ninguna enseñanza, como si fuera sólo un signo inevitable de su tiempo, la atención mediática se centró sobre la actriz principal, la que interpretaba a Dorothy. Margaux Hemingway para lograr el papel debió operarse los pechos, agregarse siliconas. Esa exigencia y su consecuencia física fue lo que imantó los comentarios.
Star 80 se basó en un artículo periodístico escrita por Theresa Carpenter publicado en la revista Village Voice que fue premiado con un premio Pulitzer. The death of a Playmate es una obra maestra del periodismo. En él, la autora no sólo se detiene en las circunstancias del crimen, en detallar cómo la obsesión (y la frustración de Snider) fueron en aumento hasta llevarlo a asesinar a Dorothy. La periodista apunta contra Hefner y contra Bogdanovich. Pone en el ojo en sus conductas como nadie lo había hecho hasta entonces.
La música popular también se acordó de Dorothy. Su caso es aludido en Californication de los Red Hot Chilli Peppers y Bryan Adams habla de la playmate, describe su historia en The best is yet to come.
Hoy Dorothy Stratten tendría sesenta años. Nadie sabe cómo sería. La mataron hace cuarenta años. Unas semanas antes la habían nombrado como la mejor más hermosa, la más deseada del planeta.