Fue en 1918, al final de la Primera Guerra Mundial, que se le dió nombre de "gripe española", aunque de española nada tenía . Según últimas evaluaciones, la cifra total de víctimas osciló entre los 70 y 100 millones de seres humanos. Hasta ahora, sólo la cifra duplicaba a los muertos en el conflicto bélico. Si los destrozos inútilesde balas y cañones se habían llevado 10 millones de hombres, la gripe devoró el doble, 20 millones.
La importancia que hoy tiene la mal llamada "gripe española" es que surgió y tomó impulso desaforadamente frente a los médicos y la ciencia imperante. Hubo confusión, mentiras, apelación a la magia, equívocos graves y en el fondo sumisión ante "el castigo de los Dioses".
La mañana del 4 de marzo de 1918, Albert Gitchell, cocinero del campamento Funston en Kansas, Estados Unidos donde venían a reposar las tropas combatientes en Europa entre los Aliados, acudió a la enfermería con irritación de garganta, fiebre alta y dolor de cabeza. A la hora del almuerzo, la enfermería ya trataba más de un centenar de casos similares y en una semana ya no había más lugar para alojar a los enfermos. Otros centenares de miles de marginados, con iguales síntomas , siguieron en otros puntos de Estados Unidos el camino de Albert. En abril de 1918 ya era una epidemia en todo el medio oeste norteamericano, en las ciudades de la cosa este del país del norte y en los puertos franceses donde desembarcaban los que iban a unirse a los ingleses y franceses contra los alemanes. Casi de inmediato los soldados alemanes no tardaron en quejarse del mismo malestar, se propagó por Francia, Gran Bretaña, Italia y España y no perdonó ni a funcionarios ni a los representantes de las clases altas. Los reyes también se derrumbaron. Hubo casos en Polonia y en el puerto ruso de Odessa, a 1.300 kilómetros de alguna ciudad occidental reconocida por su importancia. Aterrizó en el norte de Africa, luego rodeó Africa hasta llegar a la India. Y de allí siguió viaje al Este, hacia la China y más allá.
Pero eso fue la primera oleada de la epidemia. Creó trastornos, pero no se difundió el pánico. Pero sí causó daños y perjuicios en las trincheras, en el frente de batalla.
La gripe los dejó en paz ese verano del hemisferio norte, pero no desapareció de Europa. Políticos (Kemal Atatürk), poetas (como Apollinaire) y luego el matrimonio del pintor Egon Schiele figuraron entre sus enfermos graves o salvados milagrosamente.
El tema es que la gripe regresó en agosto, transformada: la segunda oleada, la más peligrosa y letal, siempre siguiendo los movimientos de las tropas que volvían a los cuarteles. Los países no tomaban, hasta entonces, precauciones ni cuarentenas. Los prisioneros de guerra que regresaban seguían siendo una fuente de contagio.
La gripe tuvo mucho que ver con la vida en las trincheras, donde los soldados vivieron en medio del terror, a la intemperie, acompañados por millares de ratas y a veces sin poder sepultar a sus compañeros muertos. Ese fue el pozo de contagio. En Europa , la escasez de alimentos y comestibles agravó el proceso y lo estancó.
La tercera oleada se abatió sobre Australia. Y la cuarta oleada afectó a los países del norte en el invierno europeo de 1919-1920 donde cobró muchas víctimas prestigiosas, entre ellas la del politólogo alemán Max Weber o a William Osler el mas importante investigador de la neumonía. Llegó a América Latina. Hubo una oleada de gripe en 1918 , aunque la más letal fue la de Lima en 1920. Japón también fue víctima entre 1919 y 1920.
La inmensa mayoría de las personas que contrajeron la gripe española sólo presentaron los síntomas de una gripe común. Se recuperaron en su mayoría con los remedios existentes en la época, especialmente la aspirina, una creación alemana de fines del siglo XIX.
Pero cuando la enfermedad regresó en agosto de 1918 ya no tenía nada de ordinaria. La gripe común se transformó en algo más siniestro. Solía complicarse con neumonía bacteriana (hoy tratable con antibióticos) . Los pacientes no tardaban en tener problemas para respirar. En los pómulos aparecían manchas y al cabo de unas pocas horas resultaba complicado distinguir a los hombres de color de los blancos. Los patólogos descubrían en el interior del pecho los pulmones rojos e inflamados congestionados por la sangre hemorrágica. Las mujeres embarazadas sufrían abortos y partos prematuros. Los enfermos sufrían mareos, insomnio, pérdida de audición u olfato y visión borrosa. Lo más aterrador era que sobrevenía despacito, en silencio , sin avisar.
Para tratar de prevenir algunos problemas, la Organización Mundial de la Salud publicó en 2015 directrices que estipulan que los nombres de las enfermedades no deben hacer referencia a lugares, personas, animales o alimentos concretos, No deben incluir palabras que motoricen el miedo como "mortal" o "desconocido"
Estas directrices no existían en 1918. Ese año, el mundo estaba en guerra y muchos gobiernos tenían un incentivo par culpar de una enfermedad devastadora a otros países. Cuando la gripe llegó a España en mayo, la mayoría de los españoles supuso que provenía del exterior más allá de los Pirineos y por culpa de falta de bloqueos de los puertos.
La gripe ya tenía un nombre, el enemigo tenía un rostro. Pero los médicos vivían en total confusión e ignorancia de sus orígenes, igualándola a las gripes conocidas hasta ahora. En los países cálidos se confundió el atacante con el dengue. Otro hablaban de que se trataba de una forma del cólera. Otros afirmaban sin dudas que se trataba de una variante del tifus (el tifus se trasmite a tramite a través de los piojos, lo que significa que se propaga menos fácilmente que la gripe, que se trasmite por el aire). En otros países menos democráticos consideraron que era una enfermedad de los pobres.
Nuevas vacunas, prevenciones dispuestas por los Estados, perseverancia en la aplicación de estos elementos productos de las investigaciones modernas impiden problemas mayores. La ciencia ha avanzado, la medicina misma es una muralla para detener las pestes y los gobiernos destinan sumas importantes para evitar contagios y avances de las plagas.
Los estudiosos han vuelto a recorrer la historia de la "gripe española" como un paso de paralización y falta de creación sin una coordinación mundial. Un nuevo libro "El Jinete Pálido. 1918, la epidemia que cambió el mundo" de la activa periodista en campos científicos Laura Spinney aporta más luces y detalles precisos de algo que se pareció a una brutal plaga del medioevo, pero que ocurrió apenas el siglo pasado.
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