En 2013, Soledad Barruti generaba un revuelo en la industria alimenticia con Malcomidos, su primer libro de investigación. ¿Qué comemos? ¿Por qué? ¿Qué efectos nos provoca? A partir de estas preguntas, la periodista desarrollaba un extenso y riguroso trabajo que ponía la lupa sobre los controvertidos métodos de la producción agropecuaria del país y los conflictos asociados a ella: el abuso de agroquímicos, la explotación desmedida de los recursos naturales, la especulación financiera, el cambio climático, el papel del Estado.
Malcomidos era, en palabras de su autora, "una denuncia, un reto y una invitación" para todos aquellos que intuían estar siendo mal alimentados y que buscaban un rumbo diferente.
Cinco años después, en medio de un contexto en el que no sólo nada parece haber cambiado sino que da la impresión de haberse acentuado, Barruti vuelve a la denuncia, el reto y la invitación con Mala leche: el supermercado como emboscada (Planeta), una nueva investigación que se ocupa del siguiente eslabón de una cadena viciada: la comida ultraprocesada. Productos que, elaborados con harina, azúcar, aditivos, colorantes y perfumes, simulan ser comidas que no son.
El supermercado como un territorio de ficción
Barruti cuenta que el origen de Mala Leche está en las tensiones que tiene toda madre primeriza. Benjamín, así se llama su primer hijo, es casi tan protagonista como ella de Mala leche.
"Volqué las experiencias que habían sido contundentes en mi propia maternidad", dice en diálogo con Grandes Libros, y da un ejemplo: "Darme cuenta de que el juguito de manzana que le mandaba a mi hijo todos los días religiosamente a la escuela no tenía manzana ni era un juguito fue impactante. Me imagino que así debe ser para un montón de personas que se acercan a esta información por primera vez."
Hay gente que llena el changuito con un montón de cosas y parece que son todos alimentos distintos pero, si los separás en ingredientes, se están llevando lo mismo todo el tiempo
La trampa está en no mirar la letra chica de los alimentos: "Cuando empecé a mirar más de cerca, entendí que mis decisiones conscientes estaban atravesadas por un montón de cuestiones que no tenían nada que ver ni con la información ni con la realidad. Me di cuenta de que había tomado no solamente decisiones poco saludables sino bastante tremendas. Había sido manipulada y entré en shock".
Con todas sus ofertas y variedades, el supermercado no es más que una usina del márketing, un juego continuo del como si. "Te parás en las góndolas de bebidas, de galletitas, de congelados y pensás en todo lo que tenés para elegir", dice Barruti, "pero, en realidad, son trucos de magia que hacen con tus sentidos. Eligís un perfume, un color, una idea. No estás eligiendo algo de verdad. Hay gente que llena el changuito con un montón de cosas y parece que son todos alimentos distintos pero, si los separás en ingredientes, se están llevando lo mismo todo el tiempo."
—¿No alcanza con leer la información nutricional, la cantidad de proteínas, grasas y sodio?
—No. Lo que hay que ver son los ingredientes. En el frente del paquete te prometen semillas, una vaca en el campo, lo que quieran. Le ponen un libro nombre y un colorante marrón para que parezca que es integral, pero tenés que ver los ingredientes. La lista siempre está ordenada de mayor a menor según sus cantidades; por lo general vas a encontrar que la primera palabra es azúcar, porque es lo que más abunda en la alimentación. Incluso puede que aparezca de varias maneras distintas.
La teta y la vía láctea
—Por el libro pasan muchísimas marcas, que aparecen nombre y apellido. Son corporaciones que mueven millones de dólares, Mala leche sale por un sello muy grande y vos sos periodista. ¿Te dio miedo un boicot a tu trabajo?
—Me dio temor no poder mostrarlo en muchos lugares, algo que pasó con Malcomidos. Este libro hace denuncias puntuales, pero también invita a una reflexión y yo entrevisto a las personas de la industria. Les doy una voz; voy a buscar qué tienen para decir, que, en muchos casos, entra en discusión con lo que pienso. Me parece que es un trabajo honesto. Es muy importante, en este sentido, el espacio de libertad que permiten hoy en día los libros, que es distinto a lo que ocurre en los medios. Las editoriales no se manejan ni con marcas ni con esponsors. No sé si se animarían a publicar un libro que se meta con la industria editorial, pero con otras industrias sí. Ese espacio de libertad me parece de lo más interesante para que todos exploremos.
—Llama la atención cómo la industria alimentaria tensa tantos factores: la industria farmacéutica, la política, los mercados extranjeros que pueden intervenir las normas de producción locales. Es un choque de tensiones, que, parecería, no tiene solución.
—El problema es sistémico y la solución tiene que ser sistémica. Es un problema que pone en evidencia los conflictos más importantes de esta época. Están todos metidos en la alimentación. Desde el trabajo esclavo, la explotación de mujeres y niños, la desigualdad…
Hay una relación en cómo creció y se volvió monstruosa la industria láctea en el momento en que las mujeres fuimos corridas del escenario de alimentación de nuestros hijos
—Hay un testimonio de una mujer que dice "porque soy feminista soy vegana".
—Liliana Felipe, sí. Está en el capítulo de las vacas. Son pulseadas que se están dando. Que el feminismo pueda abordar también la sensibilidad hacia el manejo de los animales, es importante. Cuando empezás a tirar del hilito, hay una relación en cómo creció y se volvió monstruosa la industria láctea en el momento en que las mujeres fuimos corridas del escenario de alimentación de nuestros hijos. Se crea una industria enorme que aparece con Nestlé como la empresa que logra inaugurar una alianza con los médicos y la hace descollar en el mundo. Convencen a los médicos de haber inventado un producto mejor que la lactancia materna y eso crece y, de repente, ya no podemos vivir sin los lácteos, nuestros huesos se van a hacer añicos y las personas lo necesitan desde el primer momento hasta la vejez. Y ahora te metés en un tambo y es un escenario del horror, que refleja lo peor de la raza humana concentrado en una explotación que, se supone, está hecha para dar el primer alimento y el más puro a los seres más vulnerables del mundo.
—En el libro se ve cómo científicos e instituciones avalan ciertos alimentos porque, en realidad, sus investigaciones están financiadas por las empresas que los producen. Se da así un círculo vicioso entre ciencia e industria. Pero ¿y el Estado?
—Quiero aclarar que no es la ciencia sino algunos científicos y nutricionistas. Hay muchos otros académicos, que lamentablemente no tienen acceso al mainstream. El rol del Estado es fundamental. Lo que está faltando es regulación. Regulación a las marcas, acceso a la información genuina, y libertad y recursos para investigar. Necesitamos saber qué es lo que nos hace daño, de qué manera. Estamos ante una nueva generación totalmente afectada por el megaconsumismo, porque, como la maquinaria de la industria cada vez quiere más, los cuerpos —nuestros cuerpos— están estallados.
—¿La resolución 125 de la época de Cristina Kirchner no abrió el debate?
—Lo abrió para peor. Abrió la no posibilidad de debatir. Se volvió a la idea del país rural en el peor de los sentidos. El campo argentino es muy violento para debatir. Conmigo, que soy mujer, es peor. La cantidad de cosas que me han dicho. El debate debería ser desde el tramado de una idea de construcción de país: ¿queremos un país que sea un parking lot para China o queremos que sea productivo y fértil para los argentinos y con soberanía alimentaria? En este momento parece que no estamos queriendo nada.
Los juegos del hambre
—¿La economía podría soportar un cambio en la producción agropecuaria? Siendo una de las bocas de ingreso de divisas más importante del país, ¿cómo podría cambiar?
—Es difícil, pero ahí también hace falta el Estado. Brasil lo hizo volviéndose comprador de productores familiares que se reincorporaron en el sistema productivo. El Estado da de comer en un montón de ocasiones: en los hospitales, en los comedores escolares, en las cárceles, a sus propios empleados. Si se decidiera a apostar a la producción de alimentos, podría regenerar aunque sea desde esos espacios. Es necesaria una decisión política. No se cambia cambiando el consumo. Estoy en desacuerdo con la moda que se da en Estados Unidos de "Votá con tu tenedor". El impacto se logra desde el terreno político. Hay que poner estos temas en agenda. En otros países de la región están, pero en el nuestro no.
Esta dieta homogénea, industrial, de supermercado pide vidas homogéneas, industriales y de supermercado
—Imagino que Malcomidos y Mala leche cambiaron tu manera de alimentarte, pero ¿cuánto te cuesta?
—Si empezás a buscar otras alternativas de alimentación, tenés que hacer un cambio total. No alcanza con comprar en otro lugar. Muchas veces es carísimo, porque querés la misma dieta del supermercado pero afuera. En mi casa, la dieta está más basada en plantas y comemos rico y comemos bien. No es ir al mercado orgánico y comprar tres leches de coco carísimas. Es otra cosa más profunda. Tiene que ver con las semillas, con la variedad de plantas, tiene que ver con la diversidad de vida en los territorios. Esta dieta homogénea, industrial, de supermercado pide vidas homogéneas, industriales y de supermercado. Es una tragedia el escenario rural que está construido alrededor de nuestro modelo productivo y nuestro sistema alimentario. Desarmemos eso. Animémonos a ver toda la violencia que tiene.
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La entrevista completa puede verse en la fanpage de Grandes Libros.
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