En el oscuro mundo del crimen organizado de Nueva York, pocos nombres evocan tanto terror como el de Thomas “Tommy Karate” Pitera. Su apodo, que suena a héroe de película de acción, encubre una historia de violencia inigualable dentro de la familia criminal Bonanno, una de las cinco más poderosas de la Mafia en Estados Unidos. Pero no fue solo su habilidad en las artes marciales lo que lo convirtió en una leyenda siniestra, sino su sadismo implacable y sus métodos brutales para asesinar y deshacerse de sus víctimas.
Pitera no era un simple sicario. Su capacidad para matar era tan metódica y precisa que muchos lo consideraban más un verdugo profesional que un mafioso común. Investigadores y exmiembros de la mafia estiman que podría haber matado hasta 60 personas, aunque solo se le pudo vincular directamente con seis asesinatos durante su juicio. Su historia revela el rostro más despiadado de la cosa nostra, donde el honor y la lealtad eran tan frágiles como el destino de sus víctimas.
Thomas Pitera nació el 2 de diciembre de 1954 en Brooklyn, Nueva York. Su infancia fue un infierno marcado por el acoso escolar debido a su voz aguda y su naturaleza reservada. Decidido a defenderse, encontró refugio en las artes marciales, inspirado por la serie televisiva The Green Hornet, protagonizada por Bruce Lee.
A finales de su adolescencia, Pitera se trasladó a Japón, donde se sumergió en la cultura nipona y se entrenó intensamente en Togakure-ryū, un arte marcial derivado del ninjutsu. Cuando regresó a Nueva York, ya no era el joven frágil y temeroso que había partido, sino un hombre frío y seguro de sí mismo. Sin embargo, su evolución no fue hacia la autorrealización, sino hacia un camino oscuro que lo llevaría al centro del crimen organizado.
Ascenso en la familia Bonanno
Pitera se unió a la familia criminal Bonanno en los años 80, donde su brutalidad le ganó rápidamente respeto y miedo. Empezó bajo las órdenes de capos como Alphonse “Sonny Red” Indelicato y Anthony Spero, pero su verdadera notoriedad llegó tras el asesinato del informante Willie Boy Johnson, un hombre cercano al temido jefe de la familia Gambino, John Gotti.
Aunque fue absuelto de ese crimen, la reputación de Pitera como un asesino implacable creció exponencialmente. Incluso rompió una de las reglas más sagradas de la mafia: no matar mujeres. En 1987, asesinó a Phyllis Burdi, a quien culpaba de haber suministrado drogas a su esposa, Celeste, provocando su muerte por sobredosis.
La forma en que Tommy Karate ejecutaba sus crímenes era tan fría como metódica. Según el periodista y escritor Philip Carlo, autor de The Butcher: Anatomy of a Mafia Psychopath, Pitera desmembraba los cuerpos de sus víctimas en la bañera de su casa para facilitar su disposición y evitar que los perros rastreadores detectaran los restos.
“Se desvestía, doblaba cuidadosamente su ropa y se metía en la bañera junto al cuerpo. Abría el agua para que la sangre se lavara mientras trabajaba con precisión quirúrgica”, describe Carlo en su libro. Esta frialdad lo convirtió en un criminal prácticamente imparable, hasta que un error de uno de sus hombres de confianza permitió que la DEA comenzara a cercarlo.
Caída y condena
El 4 de junio de 1990, la DEA arrestó a Pitera tras una investigación de tres años liderada por el agente especial Jim Hunt, quien más tarde lo describiría como “un psicópata, un animal”. En sus búsquedas, encontraron lo que llamaron una “biblioteca de muerte”, compuesta por libros sobre asesinatos, tortura y tácticas militares, junto a armas y otros instrumentos mortales.
Durante el juicio, la fiscalía presentó pruebas abrumadoras, incluidas grabaciones, testimonios de informantes y fotografías espeluznantes de las víctimas. Aunque los fiscales buscaron la pena de muerte, el jurado se mostró dividido. Finalmente, Pitera fue condenado a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional por seis asesinatos, aunque muchos creen que su lista de víctimas es mucho más extensa.
Hoy, Tommy Karate sigue tras las rejas, un recordatorio sombrío del poder y la violencia que la mafia ejerció sobre Nueva York en su época de máximo esplendor. Su nombre se ha convertido en una leyenda macabra, símbolo de una era en la que la lealtad y la vida humana valían menos que un susurro en el mundo del crimen organizado.