En el año 2010, Lawrence “Larry” Ray cruzó el umbral de Sarah Lawrence College en Nueva York, un prestigioso campus conocido por su ambiente de libertad y creatividad intelectual. Pero para quienes vivían en el apartamento universitario de su hija, su llegada marcó el inicio de una pesadilla.
A sus 50 años, este hombre no era simplemente el padre de una estudiante, sino un personaje con un oscuro historial de engaños y manipulación. Se hizo pasar por un mentor, un guía espiritual para los amigos de su hija, compartiendo anécdotas supuestamente heroicas de su pasado en el Cuerpo de Marines. Sin embargo, con el tiempo, se revelaría que la gran mayoría de sus relatos eran invenciones calculadas para ganarse la confianza y, eventualmente, el control de aquellos jóvenes.
Bajo cubierta de apoyo emocional y consejo, Ray fue infiltrándose en las vidas de los estudiantes. Se convirtió en una figura paternal para varios de ellos, ganándose su confianza mediante charlas íntimas y reuniones grupales que pronto tomaron un giro siniestro.
Con promesas de ayuda y crecimiento personal, este hombre comenzó a imponer reglas, restricciones y rituales de “terapia” que forzaban a sus seguidores a confesar traumas ficticios o a aceptar mentiras que él mismo inventaba. Fue en ese clima de aislamiento y vulnerabilidad cuando empezó su brutal explotación.
A lo largo de casi diez años, Larry Ray dirigió lo que los fiscales describen como una “secta sexual”, explotando psicológica, física y sexualmente a los amigos de su hija. Su control era absoluto. Como resultado, varios estudiantes fueron separados de sus familias, obligados a trabajos forzados e incluso a prostituirse bajo las órdenes de Ray.
La historia de horror y manipulación finalmente se destapó en 2019 con la publicación de un artículo en The Cut, que condujo a una investigación policial y al juicio que acabaría con el líder de esta secta condenado a 60 años de prisión en 2023.
Una vida de engaños y manipulación
Larry había perfeccionado el arte del engaño desde muy joven. Su habilidad para manipular y fingir lo llevaron a construir un falso currículum de aventuras y éxitos. Aunque afirmaba haber servido como soldado en los Marines y ser un exagente de inteligencia, las investigaciones demostraron que nunca fue miembro de la CIA y que su paso por el Ejército de los Estados Unidos se limitó a 19 días en la Fuerza Aérea, de la cual fue dado de baja. Sin embargo, su capacidad para inventar historias convincentes y ganarse la confianza de quienes lo rodeaban era innegable.
En los años previos a su ingreso en el campus de Sarah Lawrence, Ray ya había acumulado un extenso historial de conflictos legales y relaciones turbulentas. Su relación con figuras del crimen organizado y su participación en un esquema fraudulento vinculado a la familia Gambino, una de las organizaciones mafiosas más poderosas de Estados Unidos, añadían peso a su reputación.
En un juicio de custodia en 2005, un informe psicológico lo describió como “un hombre calculador, manipulador y hostil”, capaz de “controlar casi cualquier situación en la que se encontrara” y de proyectar un “encanto infantil” que enmascaraba su verdadera naturaleza.
Ray se había separado de su esposa Teresa tras una serie de acusaciones de abuso que él mismo incitó en contra de ella, involucrando a su hija mayor, Talia, en una guerra psicológica que fue solo una antesala de lo que vendría. Finalmente, luego de cumplir una breve sentencia de prisión en 2010, Larry se quedó sin hogar, y fue entonces cuando se instaló en el campus universitario de su hija, iniciando una etapa de abuso y control en la vida de varios estudiantes.
El “gurú” en Sarah Lawrence
Una vez en el apartamento de su hija en el campus de Sarah Lawrence, Ray empezó a cocinar para los amigos de Talia y a ofrecerles “terapia”, supuestamente para ayudarlos a superar sus problemas personales y familiares. Con un discurso carismático y envolvente, convencía a los estudiantes de que él era la única persona capaz de comprender sus traumas y ofrecerles ayuda genuina.
Raven, uno de los estudiantes que vivía en el apartamento, testificó que al principio “todos pensaban que era raro, pero luego, uno por uno, los fue abordando a solas”, hasta que cada uno de ellos comenzó a verlo como una figura de confianza.
Larry Ray utilizaba métodos de manipulación psicológica que incluían privación de sueño, humillación, y sesiones de interrogatorios que él llamaba “terapia”. En estos encuentros, Ray obligaba a los estudiantes a “confesar” traumas de su infancia, que él mismo había inventado, como abusos inexistentes de parte de sus padres.
Según una de las víctimas, Felicia Rosario, Ray “reescribió la infancia de todos” hasta que les hizo creer historias falsas y traumáticas de sus propios pasados.
El control que Ray ejercía sobre sus seguidores fue escalando hasta llegar a un grado perturbador. A Claudia Drury, una de las estudiantes, la obligó a prostituirse y a entregarle las ganancias. Su coerción era violenta y psicológica: llegó a amenazarla con matarla y a grabar videos en los que la interrogaba para obtener confesiones falsas. En una ocasión, incluso la torturó físicamente, atándola a una silla y cubriéndole la cabeza con una bolsa de plástico.
A medida que su dominio se consolidaba, también obligaba a otros estudiantes a realizar trabajos forzados. Les decía que le debían dinero por los supuestos daños que habían causado en su propiedad y los sometía a tareas agotadoras y sin paga. Santos y Yalitza Rosario, hermanos de Felicia, quedaron atrapados en la manipulación de Ray, y sus padres llegaron a pagarle más de 200.000 dólares bajo el temor y la extorsión.
La caída de Larry Ray
El siniestro imperio de Larry comenzó a tambalearse cuando una de sus víctimas, Claudia Drury, decidió pedir ayuda a una amiga, quien a su vez contactó a un periodista de New York Magazine. Esta investigación culminó en un extenso reportaje titulado Los chicos robados de Sarah Lawrence, que sacó a la luz los crímenes y atrajo la atención de las autoridades.
En febrero de 2020, Larry fue arrestado y acusado de tráfico sexual, extorsión, abuso físico y psicológico, y trabajos forzados.
Durante el juicio, las pruebas fueron devastadoras: videos en los que Ray aparecía torturando a sus seguidores y obligándolos a confesar crímenes inexistentes, amenazas de castración y, en un caso, la aterradora escena en la que insertaba unas pinzas en la boca de un joven. Las sentencias y declaraciones de las víctimas en la corte, acompañadas por la abrumadora evidencia, condujeron a su condena en 2023, asegurando que pasará el resto de su vida en prisión.
La historia de Larry Ray dejó profundas cicatrices en cada una de sus víctimas. Este hombre manipulador y carismático había destrozado vidas enteras con un control absoluto y una crueldad sin límites. Como lo expresó el fiscal de Manhattan, Geoffrey Berman, tras la sentencia: “Larry Ray explotó un momento vulnerable en la vida de sus víctimas”. Hoy, cumple una condena de 60 años en una prisión federal, una sentencia que asegura que nunca volverá a ejercer su poder sobre nadie.