Era el año 1918 y las calles de Nueva Orleans estaban teñidas de pánico. Lo que en otras ciudades era una noche tranquila, en esa urbe se había convertido en una escena de terror. Los tenderos, principalmente inmigrantes italianos, se encerraban en sus casas al caer la noche, revisaban cerraduras y vigilaban que ninguna herramienta afilada quedara accesible. Y no era para menos: desde mayo de ese año, un asesino desconocido, apodado como el Asesino del Hacha, había desatado una ola de crímenes brutales que parecía no tener fin. Armado con hachas, cuchillas y un modus operandi escalofriante, este criminal irrumpía en los hogares de sus víctimas en plena madrugada, asesinándolas con una violencia que desafió todos los esfuerzos policiales de la época.
La policía local no sabía a quién enfrentaba. Los ataques seguían un patrón claro: las víctimas eran casi siempre pequeños comerciantes de origen italiano y sus familias, y el asesino irrumpía de noche, usualmente a través de una puerta trasera. Pero el resto era un misterio. Se decía que nadie podía prever su próximo movimiento y que no dejaba pistas. En pocos meses, el Asesino del Hacha sembró el miedo en la ciudad, como pocas veces se había visto en la historia.
El caso llegó a su punto álgido en marzo de 1919, cuando un periódico local, el Times-Picayune, recibió una carta firmada por el mismo asesino. En ella, el homicida exigía que la noche del 18 de marzo, todos los residentes de la ciudad tocaran música de jazz en sus hogares y locales, de lo contrario, aquellos que no lo hicieran serían asesinados. Aquella extraña petición transformó a la ciudad en una sinfonía, y, por primera vez, el Asesino del Hacha cumplió su palabra: no hubo asesinatos esa noche. Pero esto no fue el final de su reinado de terror.
Los primeros asesinatos y la oscura aparición del Asesino del Hacha
El 23 de mayo de 1918, el primer ataque confirmado del Asesino del Hacha conmocionó a Nueva Orleans. La primera víctima fue Joseph Maggio, un tendero italiano, y su esposa, Catherine. El asesino irrumpió en su hogar en plena noche y atacó a la pareja mientras dormían. Les cortó el cuello con una navaja y luego, con una violencia descomunal, los golpeó con un hacha. En la escena del crimen, la policía encontró las ropas ensangrentadas del asesino, lo que sugería que había tenido el tiempo para cambiarse antes de escapar. Aunque se descubrieron billetes de 50 dólares robados, el asesino había dejado en el hogar varias joyas y dinero en efectivo a la vista, lo que descartó el robo como motivo.
El hallazgo de una navaja ensangrentada en el jardín vecino complicó aún más la investigación. La navaja pertenecía a Andrew Maggio, el hermano de Joseph, quien declaró haberla llevado a casa para repararla. Andrew, quien vivía junto a la pareja, fue también el primero en descubrir el crimen después de escuchar los gemidos de sus familiares agonizantes. La policía lo convirtió en su primer sospechoso, pero, sin pruebas suficientes para incriminarlo, el caso quedó sin resolver. Esta primera muestra de la brutalidad del Asesino del Hacha fue solo el inicio de una cadena de ataques devastadores que azotarían a la ciudad durante más de un año.
Ataques posteriores y la firma de un asesino metódico
Con el pasar de los meses, el Asesino del Hacha continuó su sangrienta misión, y sus ataques parecían seguir un patrón. El 27 de junio de 1918, la policía recibió otro reporte aterrador: Louis Besumer, un tendero, y su amante Harriet Lowe habían sido encontrados malheridos en el apartamento detrás de su tienda. Besumer había recibido un golpe en la sien, y Lowe, mucho más grave, había sido golpeada en el oído. A pesar de sus heridas, la pareja sobrevivió, y el testimonio contradictorio entre ambos sobre la identidad del atacante creó nuevas dudas en la investigación. Besumer aseguró que el atacante era un hombre de raza mixta, pero Lowe, en su lecho de muerte, culpó a Besumer del ataque, llevando a su breve encarcelamiento hasta que fue finalmente absuelto por falta de pruebas.
El modus operandi del Asesino del Hacha era evidente: de noche, en tiendas y utilizando armas improvisadas como hachas o cuchillos. Sin embargo, la policía de Nueva Orleans era incapaz de detener al asesino, que parecía poder desaparecer sin dejar huella tras cada ataque.
La ciudad, consumida por el terror, se entregó a la música como única forma de protección. Esa noche, los sonidos del jazz llenaron cada rincón de Nueva Orleans, y el asesino, tal como prometió, no mató a nadie. Algunos atribuyeron el suceso a un fraude, pero para la mayoría fue una prueba de la fuerza de su amenaza y la desesperación de sus intenciones.
Una identidad desconocida y las teorías sobre su motivación
A pesar de los esfuerzos de la policía y las descripciones de algunos testigos, el Asesino del Hacha jamás fue identificado. Según algunas versiones, se trataba de un hombre de complexión robusta y de piel oscura. Las teorías sobre sus motivos también fueron múltiples. Muchos investigadores contemporáneos han sugerido que el asesino tenía un odio particular hacia los inmigrantes italianos, quienes representaban una parte importante de la comunidad comercial en Nueva Orleans.
Esta teoría refuerza la idea de que el Asesino del Hacha podría haber sido un trabajador local, resentido por el éxito de los italianos que comenzaban a prosperar como comerciantes. Otros, sin embargo, creen que el asesino estaba vinculado a algún tipo de ajuste de cuentas de la mafia italiana o de bandas del crimen organizado.
Otra teoría sugiere que el asesino pudo ser Joseph Mumfre, un hombre con antecedentes criminales que fue vinculado con el asesinato de una de las últimas víctimas del caso. Sin embargo, aunque los rumores apuntaban a él, nunca se encontró prueba concluyente que lo conectara definitivamente con los crímenes.
Con el último ataque confirmado en octubre de 1919, el rastro del Asesino del Hacha se perdió en la historia. Su identidad sigue siendo un enigma, y su legado se ha convertido en un mito urbano. El brutal asesino de los tenderos italianos ha quedado inmortalizado en la cultura popular de Nueva Orleans, recordado como un espectro que dejó una marca de miedo y misterio en la ciudad.