El cambio de horario que ocurre dos veces al año en muchos países trae consigo algo más que una modificación en la rutina: afecta a nivel biológico, mental y social a millones de personas. Al finalizar el Daylight Saving Time (DST), también conocido como horario de verano, con las noches que llegan más temprano y las horas de luz que disminuyen, el organismo humano experimenta una serie de ajustes que no siempre resultan sencillos.
Desde alteraciones en el ánimo hasta efectos en el sistema cardiovascular, expertos advierten que la transición hacia el horario estándar puede afectar la salud en distintos niveles. Uno de los cambios más notorios al finalizar el horario de verano es la pérdida de exposición diaria a la luz solar. La luz solar es un factor clave en la producción de serotonina, un neurotransmisor conocido como el “químico de la felicidad”.
La terapeuta Kathryn Emery explicó, en entrevista con NBC News, que la serotonina es fundamental para el bienestar emocional y actúa también como precursor de la melatonina, la hormona que regula el sueño. Con menos luz solar durante el día, la disminución en los niveles de serotonina puede llevar a un ánimo más bajo, e incluso provocar síntomas de depresión en ciertas personas.
Pero la reducción de luz diurna no solo afecta los procesos biológicos, sino que también impacta la vida social y física de las personas. Actividades que comúnmente se realizan al aire libre, como caminatas, deportes o reuniones sociales, quedan limitadas a menos que se realicen bajo iluminación artificial.
Emery advierte que este cambio en la rutina puede hacer que algunas personas experimenten menor motivación para salir o interactuar, lo cual, a su vez, puede influir en su salud física y mental. La falta de ejercicio al aire libre y de contacto social tiene efectos en la vitalidad del sistema cardiovascular y en el estado de ánimo general.
Si bien muchas personas pueden adaptarse al cambio de horario sin demasiados inconvenientes, existe un grupo que experimenta consecuencias más profundas. Individuos que padecen trastorno afectivo estacional (SAD) son especialmente sensibles a la disminución de horas de luz. Según Emery, las personas con SAD pueden ver acentuados síntomas como la depresión y la falta de energía.
Ajustarse al nuevo horario puede ser menos desafiante con algunas recomendaciones prácticas. Emery sugiere aprovechar cualquier oportunidad para exponerse a la luz solar durante el día, lo cual ayuda a regular los ritmos circadianos y mitigar el impacto en el ciclo de sueño.
Además, recomienda realizar una transición gradual en el horario de sueño antes del cambio, adelantando el momento de ir a la cama en incrementos de 15 a 45 minutos para que el cuerpo se adapte más fácilmente. Estas prácticas pueden marcar una gran diferencia en la forma en que el organismo responde a los efectos de la menor luz diurna.
El cambio de horario: cuándo ocurre y por qué
El horario de verano es una práctica adoptada por varios países para aprovechar mejor la luz solar y reducir el consumo energético durante los meses cálidos. En este período, los relojes se adelantan una hora al inicio de la primavera, extendiendo la luz del día hasta más tarde. El cambio se revierte en otoño, cuando se retorna al horario estándar y los relojes se atrasan una hora.
En Estados Unidos, por ejemplo, el horario de verano inicia el segundo domingo de marzo y finaliza el primer domingo de noviembre.
El horario de verano tiene sus raíces en el siglo XVIII, cuando Benjamin Franklin sugirió, en tono de humor, que adelantarse a la salida del sol podría ahorrar en el consumo de velas. Sin embargo, la idea moderna de ajustar los relojes fue planteada en 1895 por el entomólogo George Hudson en Nueva Zelanda, quien propuso adelantar dos horas en verano para tener más luz para sus investigaciones.
No obstante, el concepto tomó fuerza durante la Primera Guerra Mundial, cuando algunos países, especialmente Alemania y el Reino Unido, adoptaron oficialmente el horario de verano para ahorrar combustible y electricidad en tiempos de crisis.
Durante la Segunda Guerra Mundial, muchos otros países implementaron esta medida de nuevo, reconociendo sus beneficios en la reducción del uso de recursos energéticos. Tras la guerra, algunos estados continuaron con el horario de verano de forma establecida, mientras que otros optaron por no adoptarlo.