En lo profundo de los bosques de Chattooga, Georgia, se encontraba una mansión de apariencia gótica y aire espectral: Corpsewood Manor. Con su estructura de ladrillo y decoración macabra, la construcción albergaba a una pareja excéntrica que había abandonado la vida urbana para crear su propio refugio en medio de la naturaleza. Charles Scudder, un exprofesor de farmacología, y su pareja, Joseph Odom, encontraron en estos parajes un lugar de aislamiento acorde con su estilo de vida y sus creencias espirituales poco convencionales. Esta locación se convirtió en una leyenda, un lugar envuelto en rumores de satanismo y actividades prohibidas, que, en poco tiempo, atrajo una atención no deseada.
El nombre de la propiedad, inspirado por los árboles desnudos que rodeaban la mansión en invierno, reflejaba bien su atmósfera. Los curiosos hablaban de ritos satánicos, de un “Pink Room” donde se celebraban encuentros sexuales y experimentación con drogas, y de dos mastines que parecían custodiar la mansión cual perros guardianes del infierno.
Estos elementos, sumados a la simbología satanista que decoraba la propiedad, contribuyeron a que Corpsewood se volviera un punto de interés y desconfianza para los locales de Trion, el pequeño pueblo cercano. A finales de 1982, lo que había sido el refugio de dos hombres en busca de paz se convirtió en el escenario de un brutal doble homicidio.
Esa fatídica noche del 12 de diciembre de 1982, los cuerpos de Scudder y Odom fueron hallados sin vida, asesinados con brutalidad en su propio hogar. Las autoridades señalaron como culpables a dos hombres que, movidos por la avaricia y, posiblemente, por el desprecio hacia el estilo de vida de las víctimas, transformaron Corpsewood en un escenario de violencia inexplicable. El caso de los asesinatos de Corpsewood Manor, alimentado por los elementos de satanismo, promiscuidad y crimen, se llenó de controversia y malentendidos, dejando un oscuro recuerdo en la historia de Georgia.
Una vida entre las sombras
Charles Scudder había dejado una vida acomodada y prestigiosa en Chicago, donde trabajaba como profesor de farmacología en la Universidad de Loyola. Desilusionado con la vida urbana y buscando paz en la naturaleza, junto a su pareja, Joseph Odom, decidió organizarse una vida aislada en el campo. La pareja compró una parcela de 40 acres en los montes de Taylor Ridge, en el norte de Georgia, y poco a poco fueron erigiendo la extraña construcción que llamaron Corpsewood Manor.
Scudder y Odom decoraron su nuevo hogar con objetos peculiares: gárgolas, vitrales con imágenes demoníacas y un altar de Baphomet. Scudder, ateo y miembro de la Iglesia de Satanás, no adoraba literalmente al diablo, pero abrazaba los valores ateos y hedonistas de la organización fundada por Anton LaVey. En su propiedad, los visitantes podían encontrar calaveras humanas y símbolos esotéricos, así como un ambiente que favorecía la libertad sexual y el uso de drogas recreativas, que a menudo eran compartidas en el tercer piso de una estructura cercana conocida como el “Pink Room”. Aquí, Scudder y Odom organizaban encuentros para sus amistades en un espacio decorado con velas, colchones y una extensa colección de pornografía.
La presencia de la pareja y sus costumbres pronto despertaron curiosidad y miedo en la comunidad. Con el auge del pánico satánico de los años 80, los rumores de cultos, magia negra y extraños rituales se intensificaron, volviendo a Scudder y Odom blanco de hostilidad. Pero la verdadera amenaza no provenía de la superstición local.
Una visita que se tornó sangrienta
El 12 de diciembre de 1982, dos hombres jóvenes, Kenneth Avery Brock y Samuel Tony West, junto a dos adolescentes, llegaron a Corpsewood Manor bajo la apariencia de una visita amistosa. Brock, de 17 años, era un conocido de la pareja y había cazado en sus tierras en el pasado. Tanto él como West, de 30 años, creían que los habitantes de Corpsewood ocultaban una fortuna en efectivo dentro de su mansión, y planeaban robarles.
Tras horas de beber vino casero y consumir una mezcla de sustancias tóxicas, Brock se escabulló hacia el auto y regresó armado con un rifle. Los acontecimientos que siguieron fueron de una brutalidad escalofriante: Odom fue el primero en caer, asesinado a tiros mientras intentaba defenderse. Los dos perros mastines, Beelzebub y Arsinath, también fueron ejecutados a sangre fría.
Luego, West y Brock forzaron a Charles Scudder a bajar del “Pink Room” hacia la casa principal, donde lo presionaron para que revelara el escondite de su supuesta riqueza. Pero no había tesoro alguno en Corpsewood.
Finalmente, al no encontrar nada de valor, Brock y West asesinaron a Scudder de un disparo en la cabeza. La escena final del crimen fue de caos y saqueo; incluso intentaron llevarse el arpa dorada de Scudder, uno de los pocos objetos de valor real en la mansión, pero no consiguieron que cupiera en su vehículo.
Un escape desesperado y una captura inevitable
Tras el doble homicidio, Brock y West huyeron en el Jeep de Scudder, y durante el trayecto asesinaron a un hombre llamado Kirby Phelps en un intento por robarle su vehículo. El Jeep de Scudder fue abandonado en Luisiana, y días después Brock se entregó a las autoridades de Georgia. West fue capturado en Chattanooga el 25 de diciembre tras quedar sin recursos para continuar su huida.
Los tribunales no mostraron clemencia. Brock fue condenado a tres cadenas perpetuas consecutivas, mientras que West, declarado culpable de asesinato en primer grado, recibió una sentencia de muerte, que posteriormente fue conmutada a cadena perpetua. Ambos aún cumplen condena en cárceles del estado de Georgia.
Una historia de prejuicio y tragedia
Los asesinatos de Corpsewood Manor rápidamente atrajeron la atención nacional, no solo por su violencia, sino por los matices de satanismo y homosexualidad que la prensa sensacionalista no dudó en destacar. Los medios retrataron a Scudder y Odom como “adoradores del diablo” y “degenerados”, desvalorizando sus vidas y reduciéndolos a personajes de una fábula moral.
Hoy, las ruinas de Corpsewood Manor aún atraen a curiosos y exploradores urbanos, aunque su historia sigue envuelta en mitos. La imagen de Scudder, un hombre pacífico que deseaba vivir en armonía con su entorno, permanece como un recordatorio inquietante de cómo el miedo y el prejuicio pueden alimentar una tragedia.
No se trató solo de un brutal doble asesinato, sino de un retrato oscuro de los efectos que los prejuicios sociales y religiosos pueden tener en la percepción de un crimen. ¿Qué impulsó realmente a Brock y West a asesinar a Scudder y Odom? Tal vez, como dijo el propio West en su declaración: “Todo lo que puedo decir es que ellos eran demonios y yo los maté. Así es como lo siento”.