Freshkills, ubicado en Staten Island, Nueva York, es un caso emblemático de cómo una ciudad puede transformar una herida ambiental en un espacio de sostenibilidad y biodiversidad. Este parque, que cuando finalice su desarrollo será casi tres veces más grande que Central Park, tiene una historia marcada por el uso y el abandono ambiental, hasta llegar a ser hoy un referente en recuperación de espacios degradados.
El área que hoy ocupa Freshkills era, en sus inicios, un espacio de gran valor ecológico. En el siglo XVII, antes de que los colonos europeos llegaran, esta región formaba parte de la tierra natal del pueblo indígena lenape. Estos humedales ricos en vida salvaje proporcionaban recursos esenciales y protegían la costa de Staten Island, además de regular naturalmente el flujo de agua en las zonas circundantes. Sin embargo, con la llegada de colonos holandeses, el área fue sometida a un cambio profundo: rebautizada como “kille”, palabra holandesa que significa “lecho de río” o “canal de agua”, se convirtió en una extensión agrícola intensiva que sustentó a los caballos de tiro, vitales para la economía urbana de Nueva York en aquella época, de acuerdo con National Geographic.
Este ecosistema protegido se transformó drásticamente en 1948, cuando Robert Moses, un planificador urbano influyente, designó Freshkills como el sitio idóneo para la gestión de residuos de la ciudad. La decisión surgió en un contexto de rápida urbanización y creciente demanda de un lugar donde almacenar la basura producida por la expansión poblacional y económica de Nueva York.
Sin embargo, esta solución provisional se convirtió en un ciclo de acumulación que duró 53 años, tiempo en el que Freshkills alcanzó una escala sin precedentes, convirtiéndose en el vertedero más grande del mundo y recibiendo hasta 29.000 toneladas diarias de desechos. Según The Guardian, los residentes de Staten Island soportaron el impacto directo de este vertedero colosal, que convertía el aire en una mezcla de olores desagradables y generaba una “zona sacrificada” donde la calidad de vida se degradaba con rapidez.
El clamor de la comunidad local fue constante, y después de varias décadas de protesta, las autoridades de Nueva York ordenaron el cierre definitivo de Freshkills en 2001. Con el cierre, surgió el reto monumental de rehabilitar el área, lo que requirió una planificación exhaustiva y la implementación de tecnología avanzada para gestionar los residuos acumulados.
Según Smithsonian, el primer paso fue encapsular los residuos en montículos cubiertos con una capa de plástico impermeable y varias capas de tierra para sellarlos de manera definitiva, evitando la filtración de sustancias tóxicas en el suelo y la emisión de gases. Este sistema de cierre incluyó también la instalación de una red de tuberías de gas para capturar el metano, un subproducto natural de la descomposición de los residuos, lo cual ha permitido no solo controlar su liberación, sino también aprovecharlo como fuente de energía renovable. Actualmente, el metano recolectado en Freshkills genera electricidad suficiente para abastecer miles de hogares, marcando un punto clave en la transformación del sitio en un espacio de sostenibilidad (Universidad de Boston).
Con el tiempo, el paisaje de Freshkills comenzó a cambiar. El diseño del parque fue encargado al arquitecto paisajista James Corner, conocido por proyectos como el High Line en Manhattan. Corner estructuró su propuesta para Freshkills en torno a la convivencia entre los elementos naturales y la infraestructura de residuos heredada, desarrollando un plan que integra senderos, zonas de recreación y áreas de conservación. Su diseño, según la Universidad de Boston, buscó restaurar la identidad natural del área mientras utilizaba los montículos de residuos sellados como colinas ajardinadas, creando un entorno natural en el que hoy se observa un retorno notable de biodiversidad.
La llegada de especies de aves y pequeños mamíferos que no se veían en la región durante años ha convertido a Freshkills en un refugio para especies locales y migratorias, como el cernícalo americano y el correlimos batitú, especies indicadoras de la restauración ecológica del parque. La Doctora Shannon Curley del Laboratorio de Ornitología de Cornell, explicó a National Geographic, que la recuperación de este hábitat confirma que Freshkills es ahora un sitio adecuado para la fauna.
La transformación de Freshkills también incluyó innovaciones en sostenibilidad que hoy lo colocan como un modelo para otras ciudades. Según The New York Times, además del aprovechamiento de metano, el parque alberga un jardín de polinizadores que apoya la flora nativa y proporciona un entorno saludable para especies como abejas y mariposas. Este proyecto de polinización tiene una función dual, ya que permite la regeneración natural del suelo y apoya la biodiversidad en otros parques de Nueva York, contribuyendo al mantenimiento de ecosistemas locales en toda la ciudad. La sostenibilidad de Freshkills se extiende a la gestión de residuos, con la instalación de una planta de compostaje administrada por el Departamento de Sanidad de Nueva York. Esta planta transforma los residuos orgánicos en abono, que es distribuido de forma gratuita a residentes, escuelas y organizaciones locales, reforzando un ciclo de reciclaje de nutrientes que revitaliza el suelo y disminuye la necesidad de fertilizantes sintéticos.
Hoy, Freshkills continúa en desarrollo, y se espera que en 2036 esté completamente abierto al público. Según National Geographic, una vez finalizado, el parque ofrecerá áreas de observación de aves, senderos para caminatas y ciclismo, espacios educativos y zonas de memoria. En West Mound, uno de los montículos sellados, se construirá un memorial en honor a las víctimas del 11 de septiembre, una sección que resguarda escombros del World Trade Center.