En la madrugada del 19 de octubre, una llamada peculiar interrumpió la calma del centro de emergencias de Volusia, en Florida. Era una mujer, al otro lado del teléfono, que solicitaba algo desconcertante para un operador del 911: una pizza. “Quiero pedir una pizza. Estoy tan atrapada aquí”, dijo, con la voz temblorosa.
Al escuchar el pedido, el operador se quedó en silencio por un segundo, procesando las palabras de la mujer. Algo no cuadraba. “¿Sabe que está llamando al 911?”, preguntó el operador, tanteando el terreno. Del otro lado, una respuesta firme pero teñida de desesperación: “Sí, sé a qué número estoy llamando”. Ahí, el operador comprendió el mensaje oculto en aquellas palabras.
Lo que parecía una conversación trivial se convirtió en un llamado de auxilio disfrazado.
La conversación continuó como si la mujer realmente estuviera pidiendo una pizza. “Quiero una con pepperoni y extra queso”, improvisó, según reveló People. Su tono fluctuaba, revelando la tensión de quien teme que su captor descubra la llamada. Mientras tanto, el operador pedía detalles: “¿Está él armado?” La mujer negó, pero añadió un dato inquietante: estaba atrapada con él en algún lugar desconocido, sin posibilidad de escapar.
Aunque intentaba mantenerse calmada, cada palabra transmitía una urgencia creciente. El operador entendió que necesitaba mantenerla en línea el mayor tiempo posible, y así lo hizo, formulando preguntas cuidadosamente, mientras enviaba la ubicación de la llamada a los equipos policiales. No había margen para errores; el peligro era real y el tiempo, apremiante.
La conversación se mantuvo hasta que el operador tuvo suficiente información. En ese momento, una patrulla ya estaba en camino, guiada por el teléfono de la mujer, cuya señal habían triangulado.
Las luces de la patrulla iluminaron los campos oscuros de Pierson, un pequeño pueblo rodeado de vegetación y viveros. Eran las cuatro de la mañana y, en medio de la bruma, los oficiales caminaban con sigilo, atentos a cualquier señal. Un sonido los guió: música estridente, proveniente de un campo cubierto de helechos. Con cautela, los oficiales avanzaron, siguiendo la pista sonora, hasta divisar una escena alarmante en la penumbra. A lo lejos, distinguieron a un hombre sobre una mujer, quien luchaba y gritaba pidiendo ayuda.
“¡Está intentando violarme! ¿Pueden ayudarme?”, clamó ella, elevando la voz entre sollozos al darse cuenta de la presencia de la policía. Los oficiales se apresuraron a separarla de su atacante, que no opuso resistencia. Luis Diego Hernandez-Moncayo, de 27 años, fue esposado en silencio, sin levantar la mirada.
El contexto del ataque comenzaría a esclarecerse poco a poco. En los interrogatorios iniciales, la mujer explicó que conocía a Hernandez-Moncayo. Aquella madrugada, ambos se habían citado para beber en el campo donde ocurrió el ataque.
Al principio, parecía una simple reunión entre conocidos, sin intenciones ocultas. Sin embargo, todo cambió abruptamente cuando, según la víctima, él consumió cocaína. La droga alteró su comportamiento, tornándolo agresivo y desinhibido. Fue entonces cuando, sin razón aparente, decidió no permitirle irse y, finalmente, intentó abusar de ella.
La valiente maniobra de la mujer, que había decidido usar una llamada de “pedido de pizza” para pedir ayuda, fue reconocida ampliamente por el Sheriff de Volusia, Mike Chitwood. Según declaró el funcionario a People, la rapidez con la que el operador de emergencia interpretó la situación y envió una patrulla fue decisiva.
Hernandez-Moncayo enfrenta cargos de intento de violación, agresión y retención ilegal.