Muhammad Ali, conocido mundialmente como uno de los más grandes boxeadores en la historia, no solo dejó una huella imborrable en la historia del deporte pugilístico, sino que también fue protagonista indirecto de uno de los robos más audaces de los años 70. Su regreso al ring en 1970, después de tres años de exilio forzado, debía ser un momento de celebración pero quedó opacado por volverse la ocasión de un golpe criminal que resonó en todo el mundo. Mientras Ali disfrutaba de su victoria sobre Jerry Quarry en un hotel de Atlanta, un grupo de ladrones armados planeaba su movimiento a solo unos kilómetros de distancia.
La noche del 26 de octubre de 1970, los fanáticos y figuras públicas que habían asistido a la histórica pelea fueron invitados a una fiesta privada en una residencia del barrio Collier Heights en Atlanta. Las invitaciones, distribuidas en Nueva York y Atlanta, prometían una noche de lujo y diversión. Sin embargo, al llegar a la casa, los invitados fueron recibidos por hombres enmascarados y armados con escopetas recortadas, quienes los despojaron de su dinero y joyas, forzándolos a amontonarse en el sótano.
Este suceso, que dejó un botín estimado en 1 millón de dólares, se convirtió en uno de los robos más espectaculares de la historia. La precisión con la que fue ejecutado sorprendió a todos, pero lo que realmente destacó fue la condición de las víctimas: muchos de los asistentes eran figuras del bajo mundo, acostumbradas a manejar grandes sumas de efectivo.
Para ellos, el robo fue un doble golpe, tanto por lo perdido como por la humillación sufrida, lo que dificultó aún más la investigación y aseguró que este evento quedara grabado en la memoria de Atlanta como una de las noches más sombrías en la historia del deporte y el crimen.
El regreso del campeón
Muhammad Ali no era un boxeador cualquiera. En 1964, con solo 22 años, había derrotado a Sonny Liston y se había coronó como campeón mundial de los pesos pesado. Sin embargo, en 1967, su carrera fue abruptamente interrumpida cuando se negó a enlistarse en el ejército estadounidense durante la Guerra de Vietnam, declarando que su religión y sus convicciones personales no le permitían participar en el conflicto. Como resultado, fue despojado de su título y licencias para pelear, enfrentándose a una posible condena de cinco años de prisión por evasión del servicio militar.
Tres años después, tras una batalla legal y social, Ali consiguió un resquicio de esperanza en un lugar inesperado: Atlanta. En una ciudad del sur de Estados Unidos, donde las tensiones raciales aún estaban latentes, un pequeño grupo de personas influyentes se movilizó para asegurar su regreso al cuadrilátero.
Entre ellos se encontraba el senador estatal Leroy Johnson, uno de los pocos afroamericanos con poder político en Georgia, quien jugó un papel crucial al descubrir que no existían leyes estatales que prohibieran la organización de peleas de boxeo en Atlanta. Así, el 26 de octubre de 1970, Muhammad Ali regresó al ring para enfrentarse a Jerry Quarry en un combate que atrajo la atención del mundo entero.
Una fiesta, una trampa
La victoria de Ali fue un momento de celebración no solo para él, sino también para los cientos de seguidores, personalidades y aficionados que habían viajado a Atlanta para ser testigos de su retorno. Muchos de ellos fueron invitados a una fiesta privada que se celebraría después de la pelea, organizada por un hombre conocido como “Fireball”, en una casa en el barrio de Collier Heights. La invitación, distribuida en Nueva York y Atlanta, anunciaba una velada memorable. Y vaya que lo fue, pero no por las razones que los invitados esperaban.
A medida que la noche avanzaba y los asistentes llegaban a la fiesta, eran recibidos por un grupo de hombres armados con escopetas recortadas y máscaras de esquí. Los ladrones, perfectamente coordinados, obligaron a los invitados a dirigirse al sótano de la casa, donde fueron despojados de su dinero, relojes, anillos y cualquier otro objeto de valor que llevaran consigo.
La escena era de terror: los asaltantes amontonaron los artículos robados en una pila que creció conforme llegaban más víctimas. A los que opusieron resistencia, les ordenaron desnudarse y acostarse en el suelo. La operación, que duró varias horas, se llevó a cabo con una precisión escalofriante.
Un robo millonario
El botín fue cuantioso. Se estima que los ladrones se llevaron alrededor de 1 millón de dólares en joyas y efectivo, un monto explicable sólo por la presencia de figuras ligadas a actividades no del todo lícitas, acostumbradas a manejar grandes cantidades de dinero en efectivo. La mayoría de las víctimas del robo prefirió guardar silencio y no denunciar lo ocurrido a las autoridades, lo que dificultó enormemente la investigación.
Los investigadores encontraron pocas pistas en la escena del crimen, pero uno de los objetos dejados atrás —una funda de almohada amarilla y blanca— condujo a la policía hasta un hombre llamado Jimmy “Houston” Hammonds, quien, bajo presión, señaló a dos cómplices: James Jackson y James Ebo. Hammonds fue arrestado, pero sus compañeros lograron escapar.
La justicia para los perpetradores del robo no llegó a través de los tribunales, sino de las calles. Menos de un año después, el 8 de mayo de 1971, Jackson y Ebo fueron encontrados muertos a tiros dentro de un Cadillac estacionado en el Bronx, Nueva York.
Las autoridades determinaron que no se trataba de un simple caso de robo, ya que las armas y una considerable cantidad de dinero en efectivo permanecían en el vehículo. Más bien, parecía un ajuste de cuentas, posiblemente ejecutado por otros criminales que buscaban recuperar lo robado o simplemente eliminar a los responsables del atraco en Atlanta.
El detective J.D. Hudson, quien había liderado la investigación del robo, expresó su asombro ante la rapidez con que los ladrones fueron cazados: “Dijimos el otoño pasado que solo era cuestión de quién los atrapaba primero, la policía o las víctimas. Parece que las víctimas llegaron primero”.
El gran robo de Atlanta en 1970 agregó un capítulo oscuro al legado de Muhammad Ali. Aunque continuó su carrera y recuperó el título mundial de los pesos pesado, el episodio de Atlanta sirvió como un recordatorio de los riesgos que rodeaban su figura tanto dentro como fuera del ring.
Este atraco, que algunos llaman “la fiesta más costosa de la historia”, sigue siendo un caso de estudio sobre cómo la celebridad, el crimen y la oportunidad pueden converger en un evento inesperado, transformando una noche de celebración en una pesadilla pecuniaria para los convidados a la fiesta.