En Texas, en un pequeño pueblo donde la tranquilidad era la norma, en la década del 40, un joven llamado Kenneth McDuff, desde pequeño se destacó, pero no precisamente por sus buenas acciones. La sombra de los pequeños delitos lo seguía allá donde iba, como una nube oscura que se negaba a disiparse. Sin embargo, nadie en ese tranquilo lugar podría haber imaginado la oscura profundidad que esa sombra alcanzaría.
El 6 de agosto de 1966, el pueblo se estremeció con un crimen que heló la sangre de sus habitantes. Kenneth McDuff, junto a su cómplice Roy Dale Green, secuestraron a tres adolescentes: Robert Brand, Edna Sullivan y Mark Dunnam. En un acto que aquel tranquilo pueblo nunca podría olvidar, McDuff llevó a los jóvenes a un campo abierto, donde disparó a Robert y Mark sin piedad. Pero lo más aterrador estaba por venir. En ese campo desolado, Edna Sullivan fue violada y asesinada de manera brutal utilizando una escoba. Fue un crimen tan atroz que el pueblo acuñó el término “asesinato del escobillón” para recordarlo.
El juicio fue rápido y contundente. Las pruebas contra McDuff eran irrefutables, y el veredicto no dejó lugar a dudas: condenado a muerte. El acto de justicia parecía inminente, pero el destino tenía otros planes. En 1972, la Corte Suprema de Estados Unidos invalidó todas las condenas de pena de muerte, y la sentencia de McDuff fue conmutada a cadena perpetua. Aunque tras las rejas, la oscuridad de McDuff no descansaba; en los confines de la prisión, su mente seguía entrelazando macabras fantasías.
La inescrupulosa libertad
Las décadas pasaron y la prisión de Texas se llenó hasta el punto de no poder más. Las autoridades, desesperadas por el hacinamiento, comenzaron a revisar los casos de muchos reclusos, buscando aliviar el peso sobre sus instalaciones. En un acto que hoy se recuerda con arrepentimiento y dolor, Kenneth McDuff fue liberado en 1989. El sistema había fallado y permitió que una bestia, más que un hombre, caminara nuevamente entre las personas.
Su libertad no fue más que un preludio de pesadilla. Entre 1989 y 1992, McDuff se cree que cometió al menos otros nueve asesinatos, dirigidos principalmente contra mujeres jóvenes. La desesperación y el dolor golpearon nuevamente cuando Colleen Reed fue secuestrada frente a varios testigos en una lavandería automática en 1991. Sin siquiera un atisbo de remordimiento, McDuff la violó y asesinó brutalmente. Los cuerpos de sus víctimas eran encontrados en lugares recónditos, escondidos como oscuros secretos que tarde o temprano saldrían a la luz. Parecía que este asesino en serie debía ir nuevamente a prisión, porque de no ser así seguiría realizando crímenes por doquier.
Uno de los casos más desgarradores fue el de Melissa Ann Northrup, una madre de dos niños. Melissa fue secuestrada mientras trabajaba en una gasolinera, y su destino fue tan trágico como el de sus predecesoras. Su cuerpo fue hallado semanas más tarde en el fondo de un lago y de esa manera terminó con las esperanzas de su familia de reencontrarse con ella. La ola de violencia desatada por McDuff obligó a las autoridades a actuar con rapidez y determinación.
El implacable ajuste de cuentas
La presión pública y la mediática se intensificaron, clamando por la captura nuevamente de McDuff. Los testimonios y los informes de sus atroces crímenes llevaron a un esfuerzo conjunto entre distintas agencias de aplicación de la ley para finalmente capturarlo en mayo de 1992. Al caer nuevamente en manos de la justicia, se destaparon más detalles escalofriantes de sus actos. La rabia y el desconcierto que provocó su previa liberación se transformaron en un clamor colectivo por justicia para las víctimas y sus familias.
Durante el juicio, McDuff mostró una frialdad inconcebible y narró sus crímenes como si fueran meras transacciones. Su comportamiento gélido únicamente complicó la comprensión de su mente perversa. Nada en su expresión reflejaba humanidad, y esto reafirmó la necesidad de una sentencia irrevocable.
El veredicto fue claro y contundente: Kenneth McDuff sería condenado a muerte nuevamente. A lo largo de sus apelaciones, McDuff se mantuvo firme en sus negaciones y excusas, pero esta vez el sistema judicial no permitió ningún margen para la benevolencia. El 17 de noviembre de 1998, Kenneth McDuff fue ejecutado por inyección letal en la Penitenciaría Estatal de Huntsville, Texas.
El legado de McDuff dejó una profunda grieta en el sistema judicial y penitenciario del estado. Sus crímenes generaron una exhaustiva revisión de las políticas de libertad condicional y del manejo de delincuentes peligrosos. Las fallas que permitieron su liberación fueron expuestas, llevando a reformas significativas para asegurar que nunca más un prisionero de alta peligrosidad pudiera burlar el sistema de manera tan lamentable.
La historia de Kenneth McDuff refleja la monstruosidad de un individuo y las deficiencias de un sistema que, en un intento de resolver un problema, creó uno mucho más devastador. A través de sus crímenes, la sociedad aprendió dolorosas lecciones sobre la importancia de una vigilancia estricta y una justicia verdaderamente efectiva.