En las gélidas calles de Boston, en el año 1854, nació una niña llamada Honora Kelley. Desde sus primeros días, su vida estuvo marcada por la miseria y el maltrato. Su madre murió de tuberculosis cuando Honora era muy pequeña, y su padre, incapaz de cuidar de ella y su hermana, las llevó a un asilo femenino. En ese lugar austero y sombrío, las dos pequeñas crecieron rodeadas de penurias, con un destino incierto.
A pesar de la adversidad, el destino de Honora cambió cuando la viuda Ann Toppan decidió acogerla. Ann no la adoptó legalmente, pero le dio un nuevo nombre: Jane Toppan. Este simple cambio selló el comienzo de una transformación oscura y siniestra. Jane creció en la casa de los Toppan, pero su vida allí distaba mucho de ser la de una hija amada. Recibía más trabajo y desprecio que afecto, especialmente por sus raíces irlandesas. A pesar de este trato duro, Jane desarrolló una personalidad alegre con una sonrisa encantadora, ocultando su verdadero carácter.
La enfermera “Jolly Jane”
Decidida a forjar su propio camino lejos de la casa de los Toppan, Jane se inscribió en los estudios de enfermería. Trabajó en el Hospital de Cambridge en Boston, donde su amabilidad y entusiasmo le valieron el apodo de “Jolly Jane” (la alegre Jane) entre colegas y pacientes. Sin embargo, detrás de esa máscara de alegría constante, se ocultaba una mente perturbada.
Aprovechaba su conocimiento médico y acceso a medicamentos para experimentar con sus pacientes, administrándoles dosis letales de morfina y atropina y de esa manera los asesinaba. Ella confesó más tarde en el juicio, que se excitaba sexualmente con la muerte de sus pacientes. Esta macabra revelación surgió después de que la enfermera admitiera abrazar a sus víctimas en sus camas de hospital mientras morían.
Las primeras víctimas de Jane pasaron inadvertidas. Sus experimentos mortales eran meticulosamente planeados. Jane observaba con una mezcla de interés científico y placer morboso los efectos de los venenos en el organismo de sus pacientes. La satisfacción que obtenía del sufrimiento ajeno se convirtió en una adicción macabra, y su sed de experimentar no parecía tener fin. Nadie podía imaginar que la enfermera que cuidaba celosamente de sus enfermos era en realidad la causante de su dolor.
El caso de la familia Davis
Durante años, Jane continuó llevando a cabo sus actos atroces sin levantar sospechas. Su método era sutil y efectivo, y su comportamiento afectuoso seguía desarmando cualquier indicio de desconfianza. Pero en 1901, una familia llamada Davis se convirtió en el catalizador que derrumbaría su fachada perfecta. Las muertes sucesivas dentro de esta familia levantaron sospechas, y una investigación exhaustiva comenzó a sacudir la aparente calma del hospital. Las autopsias y exámenes toxicológicos revelaron una verdad sorprendente y macabra: los cuerpos de las víctimas contenían rastros de morfina y atropina. La conexión con Jane Toppan comenzó a hacerse evidente.
Finalmente, el 29 de octubre de 1901, las autoridades detuvieron a Jane Toppan. Durante los interrogatorios, Jane no mostró remordimiento alguno. Confesó haber asesinado a 31 personas y reveló con frialdad que sentía un estímulo sexual al ver la vida desvanecerse de aquellos que confiaban en ella. La comunidad se horrorizó por sus confesiones. La imagen de la enfermera alegre se desmoronó, revelando a un monstruo oculto bajo la máscara de “Jolly Jane”.
El juicio que siguió fue un gran espectáculo público. En junio de 1902, Jane fue declarada demente y enviada al asilo mental de Taunton, localidad de Inglaterra donde pasaría el resto de su vida.
En el asilo, Jane se convirtió en una paciente tranquila y sumisa, una serenidad desconcertante teniendo en cuenta su pasado. El nombre de “Jolly Jane” quedó manchado para siempre, y su historia pasó a ser un testimonio de los abismos oscuros que pueden ocultarse tras las sonrisas más aparentes. Durante años, Jane había escondido su verdadera naturaleza, engañando a todos a su alrededor.
La asesina en serie falleció en 1938, a los 81 años.