En la ciudad de Arlington, en Virginia, Estados Unidos, Dale Scheanette era conocido como el “asesino de la bañera”. Un nombre que infundía terror en la comunidad, especialmente entre las mujeres que vivían solas. Este hombre, cuya frialdad y método minucioso marcaron su carrera criminal, se cobró las vidas de dos maestras y violó a otras cuatro mujeres antes de ser capturado. Su modus operandi era escalofriante y metódico: acechaba a sus víctimas, las observaba y finalmente las atacaba en la seguridad de sus hogares, dejando un rastro de miedo y devastación.
Christine Vu y Wendy Prescott eran dos maestras dedicadas y queridas en la comunidad de Arlington. En 1996, ambas fueron encontradas muertas en sus apartamentos en Peachtree, cada una de ellas estrangulada y dejada en la bañera. El horror de estos crímenes conmocionó a la ciudad, y el misterio sobre la identidad del asesino se volvió una constante fuente de angustia. Las dos mujeres, jóvenes y con vidas prometedoras por delante, se convirtieron en víctimas de un depredador que no mostraba remordimientos.
Adrienne Fields, una de las sobrevivientes, recuerda vívidamente el miedo que sintió al ver las noticias sobre los asesinatos de Vu y Prescott. “Cuando lo vi en la televisión, tuve este sentimiento loco de que yo era la siguiente”, confesó Fields. Este presagio oscuro la llevó a mudarse a Grand Prairie, creyendo que así podría escapar del destino que sentía inevitable. Pero en la madrugada del 26 de octubre de 1999, sus peores temores se hicieron realidad. “Escuché ese sonido, swish, swish, swish”, recordó. “Me di la vuelta lentamente, y ahí estaba este hombre con una media en la cabeza, corriendo hacia mí.”
Scheanette tenía un patrón claro. Trabajaba como guardia de seguridad en un club nocturno, donde observaba a sus futuras víctimas. Las seguía a sus casas, aprendía sus rutinas y finalmente entraba a sus apartamentos en la madrugada, cuando la oscuridad y el silencio eran sus aliados. La noche que atacó a Fields, entró en su apartamento, la sometió con un arma y la violó durante dos horas, todo mientras repetía que “el diablo me hace hacerlo”. Este siniestro ritual terminó abruptamente cuando, por razones que Fields aún no comprende, Scheanette decidió no matarla y simplemente se fue.
¿Cómo es posible que alguien que muestra tal crueldad pueda dejar viva a una testigo? Esta pregunta persiguió a Fields, quien vivió en constante terror hasta que la policía, usando pruebas de ADN, vinculó a Scheanette con los asesinatos de Vu y Prescott. La captura de Scheanette trajo un cierre parcial a las familias de las víctimas y a Fields, quien finalmente pudo comenzar a reconstruir su vida.
Adrienne Fields, aún en estado de shock y con el cuerpo temblando, apenas podía comprender lo que había sucedido aquella noche de octubre. Las horas siguientes se convirtieron en un torbellino de emociones y trámites policiales. Al relatar su experiencia, Fields mostró una valentía increíble. “Me pregunté cómo aquel hombre sabía mi nombre”, dijo. La respuesta fue reveladora y aterradora: Scheanette había estado acechando a sus víctimas, observándolas desde la distancia, alimentando su necesidad de control y poder. Los detectives confirmaron que las había visto en el club nocturno donde trabajaba como guardia de seguridad.
La investigación policial sobre los asesinatos de Christine Vu y Wendy Prescott había sido intensa pero inicialmente infructuosa. Los detectives trabajaron incansablemente para encontrar cualquier pista que los llevara al asesino. Fue la coincidencia del ADN recuperado en la escena del crimen de Fields lo que finalmente proporcionó el vínculo crucial. La tecnología forense se convirtió en el enemigo de Scheanette, un hombre que hasta entonces había operado con una frialdad escalofriante, creyendo estar por encima de la ley.
Cómo fue el proceso judicial del asesino de la bañera
Una vez capturado, Dale Scheanette enfrentó un juicio que atrajo la atención de toda la comunidad. Los detalles revelados en la corte fueron espeluznantes, mostrando un patrón de comportamiento predatorio que había sido meticulosamente planificado y ejecutado. Durante el juicio, los fiscales presentaron pruebas irrefutables, incluida la correspondencia de ADN, que sellaron su destino. Las familias de Vu y Prescott, así como Adrienne Fields, estuvieron presentes, buscando justicia y un cierre a su dolor.
La condena de Scheanette culminó en su ejecución, un evento que Fields recuerda con una mezcla de alivio y tristeza. “El día de mi cumpleaños, él perdió su vida”, dijo Fields. “Es tiempo de vivir de nuevo”. La fecha, el 10 de febrero de 2009, marcó el fin de una pesadilla que había durado años. Pero para Fields, la lucha estaba lejos de haber terminado.
Tras la captura de su atacante, Adrienne Fields comenzó un largo y doloroso proceso de recuperación. “Por dentro, era un desastre”, confesó. “Despertaba constantemente, temerosa de que él regresara”. El impacto psicológico de la violación y el acecho la dejó viviendo en un estado perpetuo de vigilancia y ansiedad. La noticia del arresto de Scheanette en septiembre de 2000 fue un respiro momentáneo, pero las cicatrices emocionales permanecieron profundas.
La recuperación de una de las víctimas
Adrienne Fields decidió romper su silencio para ayudar a otros a encontrar su voz. “No tienes que sentir que estás sola, y no tienes que sentir que la vida se acabó porque te ocurrieron cosas”, dice. “En el interior, estaba hecha pedazos. Pasaba las noches revisando las ventanas y puertas, subiendo y bajando las escaleras, asegurándome de que la alarma estuviera activada”.
La llamada de la policía en septiembre de 2000, informándole que Scheanette había sido detenido, fue un punto de inflexión. “Recuerdo pensar, por fin podré dormir,” relató. La noticia brindó un alivio temporal, pero las secuelas psicológicas del ataque persistieron. Adrienne luchó con la depresión, el divorcio y un profundo sentimiento de culpabilidad por haber sobrevivido cuando otras no lo hicieron. “Me costaba aceptar que estaba viva mientras otras mujeres no”, confesó.
Sin embargo, en medio de su dolor, Adrienne encontró una fuerza inesperada. Después de años de silencio, decidió que su historia no solo tenía que ser contada, sino que podía ser un faro de esperanza para otras mujeres. Comenzó a ministrar y compartir su experiencia, convirtiendo su sufrimiento en un mensaje de resiliencia. “No tienes que sentir que estás sola, y no tienes que sentir que la vida se acabó porque te ocurrieron cosas”, dice. Su sitio web, dedicado a empoderar a mujeres que han enfrentado traumas similares, se convirtió en una plataforma para la sanación y la solidaridad.
Hoy, Adrienne Fields se dedica a ayudar a otras mujeres a superar sus miedos y encontrar paz en medio del dolor. “Espero que mi historia ayude a otros a superar sus miedos y encontrar paz en sobrevivir su dolor”, dice. Su vida, marcada por la tragedia, es ahora un testimonio viviente de la capacidad humana de resiliencia y esperanza.