Como cada año, las lluvias en las tierras altas de Etiopía han hecho crecer las aguas del Nilo, inaugurando la estación de la inundación del río. Ajet, como los antiguos egipcios conocían este periodo comprendido entre lo que serían los actuales meses de julio y octubre, es la época en la que el caudal se desborda y permite que sus orillas se conviertan en campos fértiles, la cuna de la civilización egipcia.
Durante estos meses, los campesinos tienen que esperar a que las aguas del río sagrado retrocedan para comenzar con la siembra. Pero los trabajadores como el joven Hasani no pueden permitirse unas vacaciones. Es el verano del 2570 a.C., la pirámide de Keops se está construyendo y el faraón necesita obreros (ni esclavos ni alienígenas). Como tantos otros agricultores a la espera de volver a labrar la tierra, Hasani acepta un trabajo temporal en la construcción de la tumba, con la mala suerte de caerse desde uno de los andamios de madera.
El contrato de los trabajadores de la construcción de las pirámides incluye algo muy parecido al actual seguro médico, tal y como recogen los estudios forenses de las tumbas egipcias. El accidente que ha sufrido Hasani parece grave, por lo que sus compañeros no pierden el tiempo en llevarlo al médico o sunu, “el hombre de los que sufren o están enfermos”. Ante este caso de traumatismo craneoencefálico, el tratamiento es claro: la trepanación.
La trepanación en el Antiguo Egipto es el punto de partida de la exploración médica del cerebro humano, cuyo camino se extiende hasta la neurociencia de nuestros días. Los pioneros de esta técnica de cirugía cerebral ya estaban relativamente familiarizados con el órgano, pues durante la práctica de la momificación introducían un gancho curvo de hierro por la nariz del fallecido, rompían el hueso etmoides, enganchaban el cerebro y lo extraían para, posteriormente, desecharlo. Para los egipcios, el cerebro no tenía ninguna utilidad en el Aaru (su traducción significa “Campo de Juncos”), que era como se conocía el Paraíso o la vida plena en el más allá.
El especialista encargado de la cirugía de Hasani es el trepanador, quien ordena atar al joven convaleciente mientras él desinfecta todo su instrumental: el trépano, el cuchillo de sílex, la sierra, las pinzas, el martillo... Todo lo necesario para realizar la operación cerebral pasa por una llama, ya sea por razones antisépticas como rituales, según explica una investigación de la Universidad Rey Juan Carlos y la Universidad Complutense de Madrid publicada en la revista Neurología. Una vez purificadas las herramientas, el trepanador administra a Hasani un estupefaciente mezclado con vino para ayudarle a soportar el dolor. Y comienza la operación.
Cómo operaban el cerebro los egipcios
Para realizar una trepanación, se afeitaba la cabeza, se untaba una especie de pomada en el cuero cabelludo rasurado y se realizaba una profunda incisión. Después, el médico lo separaba en dos e intentaba cortar la enorme hemorragia resultante cauterizando las venas de la herida. Posteriormente, se procedía a la perforación del cráneo con el trépano y se levantaba el trozo de hueso agujereado que dejaba ver los entresijos del encéfalo. Con extremo cuidado, el trepanador retiraba los coágulos de sangre, la esquirla esclava o la dolencia que aquejara al paciente, para después volver a cerrar el agujero con una placa.
Esta sofisticada técnica de la medicina del Antiguo Egipto se empleaba ante casos de traumatismos craneoencefálicos, epilepsias, migrañas u otros trastornos neurológicos. Las investigaciones de los paleontólogos han revelado que las trepanaciones también se realizaban con fines mágicos, como parte de rituales para liberar a los espíritus malignos que vivían en el cuerpo del paciente. Además, se han encontrado cráneos trepanados con varios orificios, lo que podría indicar que la supervivencia a estas operaciones era relativamente frecuente.
En mayo de 2024, un equipo de investigadores dirigido por el paleopatólogo español Edgard Camarón, de la Universidad Santiago de Compostela, descubrió dos cráneos con signos de haber sido intervenidos quirúrgicamente para extirpar un tumor. Las osamentas egipcias tienen más de 4.000 años de antigüedad y son la prueba de que los antiguos egipcios conocían el cáncer. Pese a que intentaron entender la enfermedad extirpando e investigando parte del tejido canceroso, las limitaciones propias de la época no les permitieron aprender a tratarlo.
Para los científicos, las marcas de corte alrededor de las lesiones metastásicas de los cráneos demuestran que la medicina del Antiguo Egipto se interesó por los tratamientos experimentales con el cáncer. El hallazgo de los huesos ha abierto un nuevo camino en el campo de la paleoncología, así como un refuerzo de la idea de lo sofisticadas que eran las operaciones cerebrales.
El papiro Edwin Smith, el tratado de la medicina egipcia más importante
El misticismo que envuelve al Antiguo Egipto es uno de los aspectos más atractivos de esta civilización que se desarrolló durante más de 3.000 años. A pesar de la importancia que tenían en la sociedad dioses como Imhotep (el primer hombre elevado a dios gracias a sus hazañas médicas), la magia y lo divino no tienen lugar en el texto científico más importante para los egipcios: el papiro Edwin Smith.
Este tratado médico debe su nombre al aventurero estadounidense Edwin Smith, quien compró algunos fragmentos de la obra a un traficante de antigüedades en 1862. El papiro es obra de varios escribas de la dinastía XVII (en torno al 1600 a.C.) y está redactado en escritura hierática, que es una versión más simplificada de los jeroglíficos. Las últimas investigaciones apuntan a que realmente se trate de una copia de otro papiro anterior, del 3000 a.C.
La importancia del papiro Edwin Smith reside en que aglutina múltiples casos de pacientes en los que se describen sus enfermedades y los tratamientos que les fueron aplicados. Se cuenta el caso de un hombre con un orificio en la cabeza tan pronunciado que podían observarse los pliegues del cerebro. Además, se describe la sintomatología: pérdida de lenguaje, convulsiones, temblores excesivos...
El papiro Edwin Smith, como tratado médico que es, carece de conjuros o prescripciones divinas, a diferencia de otros textos de la época repletos de mística. De hecho, en esta misma obra se encuentra la primera descripción de la corteza cerebral, el gran punto de partida para la exploración del cerebro humano y el germen de la neurociencia.