Piernas kilométricas, pero no excesiva altura; cintura de avispa, sin grasa en el abdomen; pieles sin imperfecciones y solo maquillaje natural; pelo únicamente en la cabeza, las cejas y las pestañas; pechos más grandes, pero no demasiado. El cuerpo de la mujer ha sido sometido a un meticuloso examen desde los comienzos de la historia y ellas, empujadas a encajar en un molde creado por la sociedad, se afanan en el espejo buscando cualquier centímetro de piel por mejorar.
Estos cánones de belleza, que son los rasgos físicos considerados como atractivos por la sociedad en un momento concreto de la historia, aunque afectan también a los hombres, inciden especialmente sobre el sexo femenino. Son los que empujaron a Demi Moore a inyectarse la sustancia en una de las películas más destacadas de este 2024, que refleja cómo, en el mundo de la bellezacracia, el paso de los años relega a las mujeres a un segundo plano.
En pleno siglo XXI, pese al surgimiento de movimientos como el body positive, que promueve la aceptación de todos los perfiles independientemente de sus características, los cuerpos ajenos continúan siendo debate, especialmente los femeninos: gran ejemplo son las críticas a las que la humorista Lalachus ha tenido que enfrentarse recientemente por su físico. Esta presión social afecta a las jóvenes cada vez a edades más tempranas, que pueden ver afectada su autoestima o desarrollar trastornos alimenticios, ansiedad o depresión si no encajan en el canon de belleza.
Sin embargo, la piel bronceada, los cuerpos atléticos o los rasgos faciales delicados no han sido siempre el estándar predominante. El canon femenino se ha ido ajustando a las modas del momento y con él los métodos de belleza, algunos de ellos peligrosamente perjudiciales para la salud.
Piel de porcelana y cuerpos carnosos
A diferencia de lo que ocurre actualmente, los cuerpos voluptuosos, de anchas cadenas y enormes pechos estuvieron de moda durante siglos: ya en la Prehistoria, las estatuillas femeninas conocidas como “venus” mostraban cuerpos bien alimentados asociados a la fertilidad y capaces de sobrevivir a las duras condiciones del invierno. Este estándar continuó durante la Edad Media, puesto que las anatomías carnosas eran sinónimo de riqueza porque gran parte de la población tenía una alimentación deficiente; también durante el Renacimiento y el Barroco, las obras de arte de Botticelli o Rubens muestran que el cuerpo femenino ideal continuó manteniendo esta sintonía.
Ya por aquel entonces, la depilación era parte de las rutinas de belleza de las mujeres y “el pelo del cuerpo se retiraba por completo”, señala la catedrática Jill Burke en su obra Cómo ser una mujer del Renacimiento. Un aspecto curioso de la moda de esta época es que, en torno a los siglos XV y XVI, las frentes anchas eran un signo de belleza, como la de Juana I de Castilla (la mal llamada Juana la Loca): “Las mujeres de dinero se depilaban el nacimiento de la frente para agrandarla de forma natural”, escribe la autora Lucía Etxebarria en Mujeres extraordinarias. Una historia de mentiras.
Con el propósito de depilarse gran parte del cuerpo, se empleaban pinzas, cera caliente o crema depilatoria, que contenía una sustancia altamente venenosa. La historia de la moda está plagada de métodos de belleza tóxicos que diariamente han puesto en peligro la vida de las mujeres.
Este es el caso de la bucarofagia, una práctica de alrededor del siglo XVII que consistía en consumir búcaros, fragmentos de arcilla roja, con el objetivo de cortar las hemorragias, como anticonceptivo o para palidecer la piel, pues la tez blanca fue uno de los signos de belleza más importantes durante varios siglos: “Indica que no se trabaja en el campo, que no se pasa tiempo al sol, que uno pertenece a la nobleza”, señala Etxebarría.
Recientemente, en octubre de 2024, surgió una tendencia peligrosa en TikTok bajo el hashtag #clayeaters (comedores de arcilla), a través del que numerosos usuarios prometían que esta técnica ayudaba a la digestión, a combatir el envejecimiento y a favorecer la fertilidad. Evidentemente, los expertos han desaconsejado su consumo, ya que produce opilación, que es la obstrucción del intestino porque el barro acaba cubriendo sus paredes. Esto impide absorber los nutrientes necesarios para el cuerpo, como el hierro, lo que provoca anemia y palidece la piel.
Siglo XIX: la belleza mortal
El uso del corsé llega a su máximo esplendor en la época victoriana para estrechar la cintura y realzar el busto y las caderas con el objetivo de conferir una figura en forma de reloj de arena. Este método, al dejar sin aliento a las mujeres, podía provocar desmayos o incluso la muerte por la deformación del tórax.
A esto hay que sumarle el empleo de cremas y remedios naturales que podían resultar especialmente perjudiciales para la salud, como el uso de la belladona en los ojos para dilatar las pupilas, que puede provocar ceguera, o compuestos como mercurio, plomo y óxido de antimonio que contenían algunos productos de maquillaje y que podían causar intoxicaciones letales.
El objetivo era palidecer la piel, adquirir rubor en las mejillas y obtener un tono enrojecido alrededor de los ojos, unas características que, sumadas al canon de los cuerpos cada vez más menudos, se asociaba con la tuberculosis, conocida como “la enfermedad romántica”. Por esta razón, además de buscar el contagio intencional, las mujeres utilizaban sanguijuelas o comían obleas de arsénico para darle mayor palidez a la piel.
De las curvas de Monroe al ‘heroin chic’
Con la llegada del siglo XX, las modas cambian casi cada década. En los felices años 20, las mujeres dejan de lado el corsé y se adentran en la estética de las flappers, que lucían pechos pequeños y curvas mínimas y fumaban Lucky Strike como sustituto de otras adicciones como los dulces, siempre buscando adelgazar más.
Sin embargo, las marcadas curvas de Marilyn Monroe cambiaron por completo este canon: pese a su corta vida, su alargada sombra llega hasta nuestros días, lo que la ha convertido en la sex-symbol más famosa de todos los tiempos. Marilyn era más que una cara bonita, pero su contoneo de caderas particular y su atractivo físico fueron también una condena que le dificultó el acceso a papeles serios en el mundo de la actuación.
En los años 90 nace la estética heroin chic, que valoraba la delgadez extrema y los rasgos faciales muy marcados, características asociadas al consumo de drogas. Todo ello comienza a mezclarse con el auge de las operaciones estéticas, que han llegado a nuestros días bajo la encarnación de figuras como Kim Kardashian.
El cuerpo de la mujer ha engordado y adelgazado a merced de los cambios en el mundo de la moda, siempre bajo la enorme lupa de las críticas y la presión social, lo que en la época de la digitalización se puede traducir en dismorfia corporal y otros trastornos. Desde hace ya unos años, se han alzado perfiles discordantes con el canon establecido, permitiendo a las mujeres conectar con otros atributos y descubrir que los moldes no están para encajar en ellos, sino para ser destruidos.