Los seres humanos somos seres sociales y, como tal, necesitamos formar parte de un colectivo, vivir rodeados de una comunidad. Es por ello que la soledad puede suponer un sufrimiento para muchas personas y tener consecuencias negativas en la salud física y mental. Sin embargo, en las dosis adecuadas, la falta de compañía puede proporcionar beneficios para el ser humano, como la restauración emocional o cognitiva.
Encontrar el justo equilibrio es lo que ha intentado la investigación de Morgan Quinn Ross, de la Universidad Estatal de Oregón; y Scott W. Campbell, de la Universidad Estatal de Ohio. Su estudio, publicado en la revista Plos One, revela que las formas menos intensas de soledad son efectivas para restaurar la energía y fomentar la conexión social.
La investigación, que encuestó a 888 participantes, descompone la soledad en distintos niveles y establece cómo se sienten las personas en cada grado, desde la “soledad básica”, con ausencia de interacción directa pero con disponibilidad; hasta la “soledad total”. Sus respuestas parecen indicar que la soledad puede ayudar a las personas a recuperarse después de interacciones sociales intensas.
La soledad como un intercambio de energías
El estudio plantea que la soledad puede funcionar como una especie de intercambio: mientras que las interacciones sociales promueven sentimientos de conexión y pertenencia, también consumen la llamada “energía social”, un recurso limitado en los individuos. Por otro lado, la soledad permite recuperar esa energía, pero a costa de reducir los sentimientos de relación o cercanía con otras personas.
Los resultados, sin embargo, desmontaron ligeramente su hipótesis, pues vieron que los grados menos intensos de soledad, como jugar a un videojuego o ir al cine sin compañía, estuvieron asociados tanto con mayores niveles de restauración como con más conexión emocional, sin perder la cercanía con otras personas.
En cambio, la soledad total no proporciona estos beneficios. Según explican los autores, factores como el aburrimiento o incluso las interacciones imaginarias podían interferir en los beneficios esperados de esta forma completamente aislada de estar solo.
“Nuestro estudio sugiere que la soledad no es la otra cara de la interacción social. Mientras que una interacción social más intensa produce conexión pero agota la energía, una soledad más intensa agota tanto la energía como la conexión. La soledad no parece funcionar simplemente como una forma de recuperar la energía utilizada en la interacción social", explica Ross.
Así, actividades que combinan la soledad con un entorno social, como leer en un café o escuchar música en un transporte público, permiten mantener un sentido de conexión con los demás, incluso sin interacción directa. Por el contrario, experiencias de aislamiento extremo, como realizar senderismo en áreas remotas, no parecen ofrecer los mismos beneficios en términos de restauración de energía o conectividad social.
“Aprendimos que una soledad menos completa es más probable que restaure la energía y mantenga un sentimiento de conexión con los demás”, explica Ross. Para ellos, la clave está en encontrar un equilibro: “En un mundo donde la interacción social está casi siempre a un clic de distancia, necesitamos entender cómo equilibrar la interacción social con diferentes tipos de soledad”, concluye.