Tal y como remarca el portal especializado en medicina Mayo Clinic, las molestias articulares pueden originarse en diversas zonas, como el cartílago, los huesos, los ligamentos, los tendones o los músculos que rodean las articulaciones. Estas sensaciones, que van desde la incomodidad hasta el dolor intenso, suelen estar vinculadas a afecciones como la artritis o la artrosis.
El dolor articular se manifiesta generalmente como inflamación o dolor en el interior de la articulación. Así pues, los factores meteorológicos pueden influir en la intensidad del dolor.
Es habitual que los pacientes informen a los especialistas de un aumento en el dolor de enfermedades articulares durante los meses de frío, especialmente en el caso de la artrosis. Este empeoramiento ocasional obliga en algunos casos a ajustar temporalmente el tratamiento para aliviar el dolor, según explican los expertos.
Aunque el frío no provoca enfermedades reumáticas por sí mismo, puede desencadenar síntomas específicos en determinadas patologías. Entre ellos destaca el fenómeno de Raynaud, asociado a enfermedades reumáticas autoinmunes sistémicas. Este trastorno se caracteriza por una disminución de la circulación sanguínea en los dedos de las manos y los pies debido a la contracción de los vasos sanguíneos, lo que impide un flujo normal de sangre.
Como resultado, los afectados experimentan dolor y un cambio de color en la piel de los dedos, que se torna blanquecina o pálida. En casos severos, si la falta de riego sanguíneo se prolonga, pueden desarrollarse úlceras digitales, una complicación grave de esta condición.
Cómo reducir el dolor asociado al frío
Los cambios climáticos son incontrolables. Sin embargo, existen medidas prácticas para mitigar el impacto del frío en el dolor articular. Proteger las articulaciones del frío es esencial. Utilizar ropa térmica adecuada, como guantes y rodilleras, puede prevenir la rigidez matutina y reducir molestias asociadas a las bajas temperaturas. Complementar esta medida con ejercicio regular de bajo impacto, como caminar, nadar o practicar yoga, contribuye a fortalecer los músculos alrededor de las articulaciones, mejorando la movilidad y aliviando el dolor.
Otra opción recomendable es hacer es la terapia con calor, que consiste en aplicar calor local en las zonas afectadas mediante baños calientes, compresas o almohadillas térmicas. Este método favorece la circulación sanguínea y ayuda a disminuir las molestias articulares. La alimentación también juega un papel clave. Incorporar una dieta antiinflamatoria, rica en omega-3 presente en pescados azules y antioxidantes de frutas y verduras, puede reducir la inflamación y mejorar la salud articular.
¿Y qué pasa con el calor?
Aunque las altas temperaturas no suelen asociarse directamente con el dolor óseo, algunas personas pueden experimentar molestias articulares o musculoesqueléticas durante los periodos de calor extremo. Estas molestias no se deben al calor en sí, sino a factores relacionados, como la deshidratación, la inflamación provocada por enfermedades crónicas o el impacto de las condiciones climáticas en el cuerpo.
La deshidratación, común en los días calurosos, puede reducir el líquido sinovial, que lubrica las articulaciones, lo que incrementa la fricción y puede generar dolor en quienes padecen enfermedades como la artrosis. Además, las altas temperaturas pueden agravar síntomas en personas con patologías reumáticas autoinmunes, ya que el estrés térmico puede desencadenar brotes inflamatorios.