Todo comenzó en un viaje humanitario a Nepal. Mathilde Cabanis, de nacionalidad francesa, empezó a tener dificultades para agarrar los objetos. Ella pensaba que era porque tenía la mano entumecida, como cuando te quedas dormido sobre tu propio brazo. “Al día siguiente, cuando me desperté y me levanté de la cama, me desplomé porque mi pierna izquierda ya no me sostenía y también me di cuenta de que mi mano izquierda ya no funcionaba”, ha explicado Cabanis.
Su compañero de cuarto pidió ayuda corriendo. Tenía el lado izquierdo totalmente paralizado. Por ese entonces, Mathilde tenía 21 años y nunca había tenido problemas de salud. La tuvieron en cuidados intensivos en el hospital de Katmandú y una semana después, ya de regreso en Francia, la confirmaron el diagnóstico: tuvo un derrame cerebral.
“Solo había que esperar a que se resolviera el hematoma” para recuperar las funciones del lado izquierdo. “No tienes que hacer nada. Dependiendo de cuánta sangre haya que absorber, el cerebro lo resolverá más o menos rápido”, ha afirmado Cabanis a Franceinfo.
21 años sin preocupaciones
El 80% de los ictus son isquémicos y se podrían evitar adoptando hábitos de vida y consumo saludables. Pero el que experimentó la joven es más raro. Forma parte del 20% restante. Resultó de un vaso sanguíneo que estalló en el cerebro, provocando un hematoma.
“Provino de una pequeña malformación que tenía en mi cerebro. Se llama cavernoma. Probablemente, la tuve desde que nací, pero lo desconocía por completo”, ha indicado Cabanis. “De hecho, todos tenemos muchas pequeñas malformaciones, cosas en nuestro cuerpo que no son una locura, pero mientras no aparezcan, no lo sabemos”, ha añadido.
La joven cree que es posible que la vena en el cerebro estallara debido a la presión que sufrió al tomar el avión a Nepal. “Tuve suerte de que solo fuera un hematoma”, ha señalado Cabanis. “No tenía mucha sangre. Recuperé mi forma de caminar, mi mano y mi escritura después de un mes y medio de rehabilitación”, ha apuntado.
Evitar recaídas
Llevar una vida tranquila, sin alteraciones, lo que puede parecer fácil para muchos es una tortura para Mathilde. “La mala suerte que tengo es que soy una persona muy activa”, ha explicado. “Durante años, sufrí derrames cerebrales, uno tras otro. Tenía dificultades para caminar, pero de todos modos seguía”, ha indicado Cabanis.
No eran grandes derrames como el primero que había sufrido. Eran más bien pequeños derrames similares a una fuga constante. Desde el primer derrame cerebral, Mathilde ha estado advertida por los médicos.
Su cavernoma era demasiado pequeño como para practicar una operación. “Intentamos hacer una primera operación con láser, pero era demasiado arriesgado, iba a hacerme más daño que el derrame cerebral”, ha recordado Cabanis.
La operación: “si la haces, sales discapacitada, si no, también”
Moralmente para ella era bastante difícil el no saber en qué estado se iba a despertar mañana por la mañana. Finalmente, Mathilde se sometió a dicha operación a pesar de las consecuencias. “Era algo experimental, una operación con láser durante la cual intentábamos cauterizar los vasos que alimentaban la malformación con sangre. En lugar de hacer eso, la hizo duplicar su tamaño”, ha confesado Cabanis.
A pesar de no haber tenido el efecto deseado, la operación permitió a los cirujanos considerar una operación convencional ya que el cavernoma había crecido bastante. “Me dijeron claramente, o te operan y quedarás incapacitada, o no te operan y quedarás incapacitada también. Preferí operarme para no tener más esta espada de Damocles colgando sobre mi cabeza”, ha explicado Cabanis.
“Me abrieron la cabeza y me quitaron la malformación. Tuve mucha suerte porque me dijeron que me iba a quedar ciega, que nunca más iba a poder caminar, que ya no podía usar mi mano izquierda”, ha dicho Mathilde, que se mantuvo positiva desde la primera operación. “Entonces, cuando desperté y me di cuenta de que todavía tenía la vista, me sentí feliz”, ha relatado.
Vida actual
Actualmente, Mathilde tiene 34 años y es hemipléjica (mitad del cuerpo paralizado). Ha perdido la mano izquierda y camina gracias a un elevador de carbono. Las secuelas son mínimas. “He logrado recuperar la autonomía. Puedo vivir cómoda y correctamente”, ha señalado Cabanis.
“Es hermoso, incluso más intenso, cuando somos conscientes de este sabor de la vida cuando sabemos que todo puede detenerse en cualquier momento”, ha expresado Cabanis. Ahora, ha asumido regularmente nuevos retos y disfruta de la vida.
Recientemente ha escalado el Monte Fuji con su marido, con el que tiene dos hijos, y está muy orgullosa de ello: “Quiero demostrar que podemos ser discapacitados y tener una vida plena, haciendo cosas que disfrutamos”.