El ruido de los aviones y helicópteros es mucho más perjudicial para nuestra salud que el de otros medio de transportes, según sugiere un estudio dirigido por la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Boston (BUSPH) y la Universidad Estatal de Oregón (OSU) de Estados Unidos. La investigación apunta que la exposición al ruido de los aviones puede aumentar el riesgo de desarrollar enfermedades crónicas.
El estudio ha sido publicado en la revista Environment International y sugiere que las personas expuestas a niveles de ruido de aviones de 45 dB o más tenían más probabilidades de tener un índice de masa corporal (IMC) autoinformado más alto. En consecuencia, lo asociaban a mayores probabilidades de sufrir enfermedades cardiometabólicas, como ataques al corazón, accidentes cerebrovasculares, diabetes e hipertensión.
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“Las investigaciones anteriores han demostrado que el ruido de los aviones puede elevar las respuestas al estrés y perturbar el sueño, pero ha habido pruebas contradictorias de cualquier relación con el índice de masa corporal”, ha expresado el doctor Matthew Bozigar, líder del estudio y profesor asistente de epidemiología en OSU. “Nos sorprendió ver un vínculo bastante sólido entre el ruido de los aviones y un mayor índice de masa corporal entre las mujeres de Estados Unidos”.
Para llevar a cabo el experimento, el equipo de investigadores examinó la exposición al ruido de los aviones y el IMC autoinformado y otras características individuales entre casi 75.000 participantes que vivían en los alrededores de 90 de los principales aeropuertos de EEUU. Aunque es cierto que el IMC es una métrica subóptima, la asociación directa entre una exposición al ruido de los aviones y un IMC alto es realmente notable. Sin embargo, también se observaron algunas diferencias regionales.
“Solo podemos formular hipótesis sobre por qué vimos estas variaciones regionales, pero una razón puede estar relacionada con la era del desarrollo regional, las características de los edificios y el clima, que pueden afectar factores como la antigüedad de las viviendas, el diseño y el nivel de aislamiento”, ha explicado la doctora Junenette Peters, profesora asociada de salud ambiental en BUSPH. “Las diferencias regionales en temperatura y humedad pueden influir en comportamientos como la apertura de ventanas, por lo que quizás los participantes del estudio que viven en Occidente estuvieron más expuestos al ruido de los aviones debido a las ventanas abiertas o al tipo de vivienda, lo que permitió que penetrara más ruido”.
En este sentido, la relación más directa entre el ruido de los aviones y el IMC se observó en los climas más áridos, especialmente al oeste de EEUU. El motivo podría ser la forma en la que el ruido se propaga bajo diversas condiciones atmosféricas, apunta la doctora Peters, aunque no está aún del todo claro.
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Por ello, los autores del estudio argumentan que se deben continuar las investigaciones para explorar este vínculo entre el ruido de aviones y helicópteros y la obesidad, así como ciertas desigualdades en torno al ruido ambiental. “Hay mucho más por descubrir, pero este estudio añade evidencia a un creciente cuerpo de literatura de que el ruido afecta negativamente a la salud”, concluyen.