Hipócrates, Galeno, Averroes, Miguel Servet, Louis Pasteur, Robert Koch... Son solo algunos de los nombres que engalanan el friso del salón de actos de la Real Academia Nacional de Medicina Española (RANME). Médicos ilustres que dedicaron su vida al avance de la ciencia, o lo que es lo mismo, al bien común. Aunque no cuenta con un lugar físico, existe un nombre femenino que sobrevuela los espacios de la Academia: una mujer que, a pesar de haber fallecido hace ya más de 70 años, todavía vive en miles de laboratorios de todo el mundo y a través de millones de personas que se han salvado gracias a ella.
Lo cierto es que en raras ocasiones han sobresalido en la Historia de la Medicina (y en la Historia, sin apellido) nombres propios de pacientes. Como es lógico, destacan aquellos y aquellas profesionales que con su trabajo e ingenio ofrecieron a la sociedad una forma de vivir mejor y más tiempo. Uno de ellos es el doctor Eduardo Díaz-Rubio (Cádiz, 1946), oncólogo y presidente de la Real Academia Nacional de Medicina de España y del Instituto de España, además de autor del libro Un viaje hacia la inmortalidad. Lo que hemos aprendido del cáncer de cérvix; una obra que, en buena medida, homenajea el legado de esta mujer: Henrietta Lacks.
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Era 1951 y, con apenas 31 años, Henrietta Lacks fallecía en el Hospital Johns Hopkins de Baltimore, Maryland (Estados Unidos) a causa de un agresivo cáncer de cérvix provocado por el virus del papiloma humano (VPH). Sin el consentimiento de la paciente -la bioética llegaría 20 años después-, el doctor George Otto Gey extrajo las células cancerígenas de su tumor para su posterior análisis. La sorpresa de Gey y el punto de inflexión en la historia de la Medicina llegaría entonces: las células de esta joven afroamericana no morían, sino que se dividían a un ritmo vertiginoso, hasta 6 billones de divisiones por semana.
“Gey venía persiguiendo desde hacía años tener un cultivo de células que no murieran. Cuando pasaban pocos días, todos sus cultivos morían”, explica el doctor Díaz-Rubio para Infobae España. “Pero al cabo de meses, las células de Henrietta seguían creciendo y cada vez con más fuerza. Él las denominó entonces las células HeLa en honor a ella, aunque no dijo de quién eran”. Aunque el doctor Gey nunca se lucró económicamente de este descubrimiento y donó desinteresadamente las HeLa a sus compañeros investigadores, Henrietta jamás supo qué ocurrió tras aquellas biopsias.
70 años después de que el cáncer de cuello uterino acabara con la vida de esta mujer, sus células aún siguen reproduciéndose con fuerza en los laboratorios de todo el mundo. Pero, ¿qué tienen de especial estas células para que sean inmortales? “Por un lado, el virus del papiloma humano se había integrado de una manera particular. En este caso, se incorporó únicamente el genoma que activaba el proceso tumoral, pero no el que lo frenaba”, aclara. A ello se le suma otro elemento que también resulta crucial para comprender la inmortalidad de las células HeLa, pues el VPH se integró en una zona muy particular del cromosoma ocho, en el lugar donde está el gen c-MYC, que es cancerígeno. “Eso hizo explotar todo el sistema de control de la célula, porque no aparecieron otros genes que normalmente suprimen a c-MYC, como un p53 o un retinoblastoma. Así se dio lugar a estas maravillosas células inmortales que actualmente siguen creciendo sin parar”.
Cada célula de nuestro organismo se divide unas 50 veces antes de llegar a la senescencia, que es la muerte celular. Esto es lo que se conoce como el Límite de Hayflick. Como bien explica el reputado oncológo, “las células tumorales tienen la particularidad de producir grandes cantidades de una enzima llamada telomerasa. Eso es lo que hace que las células del cáncer crezcan de manera indefinida, pero hay muy pocos cultivos de células tumorales y que tengan la fuerza de las HeLa”. Es decir, que en estas siete décadas no se ha vuelto a encontrar un paciente oncológico en el mundo con las características de Henrietta Lacks.
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Henrietta jamás pudo ser partícipe de todo ello porque su cáncer de cérvix fue fulminante. Su familia lo supo 20 años después, cuando el comercio con las HeLa ya era un negocio millonario, aunque no fueron realmente conscientes de su verdadero alcance hasta la publicación en 2010 del libro La vida inmortal de Henrietta Lacks de Rebecca Skloot. En agosto del año pasado, la familia Lacks recibió una indemnización por parte de la compañía Thermo Fisher Scientific por haberse lucrado de las células de Henrietta sin consentimiento.
El legado de las células HeLa: más de 70.000 experimentos en todo el mundo
El legado que Henrietta Lacks ha dejado en la medicina a través de sus células ha sido el más grande hasta la fecha, sin pretenderlo y sin consentirlo. En todo este tiempo, las HeLa se han utilizado en más de 74.000 estudios, se han generado en torno a 120.000 publicaciones científicas y su comercialización directa o indirecta mueve cerca de 10.000 millones de dólares al año. Incluso se usaron durante la pandemia del coronavirus para testar la capacidad infecciosa del SARS-COV-2.
Como el propio doctor Díaz-Rubio apunta en el libro, sin duda lo más fascinante de las células HeLa es que “gracias a ellas se han desarrollado vacunas contra el virus de la poliomielitis y otros virus como el del papiloma humano”. Además, han permitido el desarrollo de medicamentos contra varias enfermedades, como el cáncer de mama, las leucemias o el Parkinson, e incluso para hacer posible la fecundación in vitro, la clonación, la seguridad de los cosméticos o la investigación sobre el SIDA.
El cáncer de cuello uterino que mató a Henrietta Lacks se diagnostica en 600.000 nuevas mujeres cada año en todo el mundo. De ellas, más de 350.000 acaban muriendo, y el 94% de los fallecimientos se produce en los países de ingresos bajos y medianos, según los datos que aporta la Organización Mundial de la Salud (OMS). “Es una enfermedad que podemos erradicar porque las vacunas contra el virus del papiloma humano son extraordinariamente efectivas. Dentro de 20 años es posible que en España hayamos podido erradicar el VPH y el cáncer de cérvix, de orofaringe, de ano...”, dice Díaz-Rubio.
El problema se encuentra en los países en vías de desarrollo que “no tienen acceso a esas vacunas, ni siquiera a una simple citología”. En lo que llevamos de siglo, casi 8 millones de mujeres han muerto de cáncer de cérvix.
Más cerca de la inmortalidad
Las HeLa no son las únicas células sobre las que se investiga para alcanzar la inmortalidad (si entendemos esta como un objeto de estudio de la ciencia). Mucho se ha escrito sobre mágicos elixires de la eterna juventud y miles de productos cosméticos se publicitan como auténticos rejuvenecedores, pero ¿qué hay de realidad en todo ello? Lo cierto es que hablar de inmortalidad parece que nos lleva casi de manera obligada a hablar de células madre, la materia prima del cuerpo y a partir de las cuales se generan todas las demás células especializadas.
“Las células madre embrionarias son totipotenciales, que son las que tienen más cantidad de telomerasa y las que tienen mayor interés para la comunidad científica, pero trabajar con células embrionarias es algo muy complejo desde el punto de vista ético y legal”. La complejidad reside en que estas células madre provienen de embriones muy tempranos (4 o 5 días después de la fecundación) llamados blastocisto. Una ayuda visual: el diámetro de un blastocisto humano es aproximadamente cuatro veces el tamaño de un pelo humano.
El experto explica que “ahora podemos obtener células madre desde las células adultas. Por ejemplo, tomando células de la piel se pueden conseguir células madre, que pueden dar lugar a formación del hígado, del corazón... de órganos que ya se están utilizando en animales para conseguir terapias celulares o para el rejuvenecimiento”. Quien logró esta hazaña fue el doctor Shin’ya Yamanaka, que le granjeó el Premio Nobel en 2012 y que además ha sido nombrado académico de honor en la RANME. “Esto nos ha abierto un campo enorme para lo que puede ser el rejuvenecimiento o alargar la esperanza de vida”, concluye.