Se multiplican los casos de tosferina en España, grave en menores de un año: ¿tenemos que estar preocupados?

Las claves de este aumento y una explicación sobre la enfermedad de la transmisión a la solución, que no es otra que la vacuna

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Administración de una vacuna frente a la tosferina. (Europa Press)
Administración de una vacuna frente a la tosferina. (Europa Press)

En las últimas semanas, la tosferina, un término especialmente inquietante para los padres de menores, ha vuelto a saltar a los titulares en España. La tendencia empezó en 2023, cuando el número de casos aumentó más de nueve veces con respecto a 2022. ¿A qué se debe este llamativo incremento? ¿Hay motivos para la preocupación?

Cómo se transmite y cuáles son sus síntomas

La tosferina es una enfermedad altamente contagiosa causada por la bacteria Bordetella pertussis. Se transmite por contacto directo con las secreciones respiratorias o a través de gotas de saliva de una persona infectada. Los únicos huéspedes conocidos son humanos.

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El período de incubación suele ser de 7 a 10 días, con un rango de entre 4 y 21 días. Su curso clínico se divide en tres etapas, llamadas catarral, paroxística y convaleciente.

La primera se caracteriza por un inicio insidioso con secreción nasal, estornudos, tos leve y síntomas parecidos a cualquier infección respiratoria aguda. Luego, la tos gradualmente se vuelve más intensa y, pasadas de 1 a 2 semanas, comienza la fase paroxística, que suele durar entre 1 y 6 semanas. Entonces pueden tener lugar los accesos típicos de tos que dificultan la respiración y finalizan con un esfuerzo inspiratorio (el llamado “gallo”). Durante estos ataques pueden aparecer cianosis y vómitos.

Por último, durante la convalecencia, el paciente experimenta una recuperación gradual. La tos, cada vez menos paroxística, desaparece en 2-3 semanas.

¿Es muy contagiosa?

Las personas con tosferina pueden contagiar desde el comienzo de la etapa catarral hasta la tercera semana después del inicio de paroxismos. Los individuos vacunados pueden presentar infección asintomática o leve, pero son capaces de transmitir la enfermedad.

Se trata de una dolencia altamente transmisible, como lo demuestran los casos secundarios (hasta el 80 % entre contactos domésticos). Los contactos domiciliarios, especialmente familiares cercanos, son la fuente de infección en la mayoría de los casos.

¿Hasta qué punto puede ser grave?

Aunque afecta a personas de todas las edades, resulta más grave en menores de un año, sobre todo si aún no han recibido todas las dosis de vacuna.

La complicación más común es la neumonía. En Estados Unidos se estima que la contraen el 13,2 % de todos los casos. También pueden aparecer convulsiones y encefalopatía como resultado de la falta de oxígeno por la tos o por el efecto directo de la toxina de la bacteria.

Otras consecuencias menos graves incluyen otitis, anorexia y deshidratación. Por último, los aumentos de la presión por los accesos de tos pueden producir neumotórax, sangrado nasal, hematomas subdurales, hernias o prolapso rectal.

Un estudio realizado Cataluña y Navarra mostró que el 14,9 % de las personas afectadas requirieron hospitalización, y el 91 % eran menores de 6 meses. En España, el 91,7 % de las hospitalizaciones corresponden a menores de un año.

Si entre 2000 y 2006 la media nacional de muerte por tosferina fue de una por año, los fallecimientos aumentaron a 5,1 anuales entre 2007 y 2015. En respuesta a este incremento, el Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud recomendó una dosis de vacuna acelular contra la tosferina en mujeres gestantes para proteger al recién nacido. A lo largo del período 2016-2019, las muertes anuales por tosferina se redujeron a 2,5.

¿Es normal el aumento de casos?

A pesar de las elevadas coberturas de vacunación, y al igual que ocurre en otros países de nuestro entorno, la tosferina presenta un patrón con ondas epidémicas cada 3-5 años (1998-2001, 2002-2005, 2006-2009, 2010-2013 y 2014-2020).

Durante el periodo pandémico 2020-2022, la incidencia se redujo drásticamente, pero en 2023 la enfermedad experimentó un rápido crecimiento, marcando el inicio de una nueva onda epidémica. Según el comportamiento de epidemias anteriores es previsible que los casos aumenten hasta alcanzar el pico de la onda.

No obstante, la vacunación de niños y embarazadas evita los casos graves y, además, la detección de casos y brotes por las unidades de vigilancia epidemiológica –especialmente en los colectivos más vulnerables– contribuyen a poner en práctica las medidas de prevención que reducen la propagación de la infección.

¿Se puede prevenir?

Disponemos de dos medidas de actuación:

  • El aislamiento domiciliario de los casos hasta que completen la pauta de tratamiento antibiótico durante cinco días. Si no reciben dicho tratamiento, se prolongará hasta que no tengan tos o hayan transcurrido tres semanas desde el inicio de la tos paroxística.
  • La vacunación. Se trata una vacuna inactivada que se administra con otras, ya sea como combinación hexavalente (junto con los componentes difteria, tétanos, polio, Haemophilus influenzae b y hepatitis B); pentavalente (los mismos componentes excepto hepatitis B); tetravalente (junto a los componentes difteria, tétanos y polio), o trivalente (junto a los componentes tétanos y difteria).

En Europa y Norteamérica se usan vacunas acelulares, es decir, que incluyen fracciones celulares de la bacteria causante de la enfermedad en vez del patógeno completo. Ocasionan menos reacciones adversas que las vacunas de células enteras: el dolor y la hinchazón en el punto de inyección o fiebre moderada son las más frecuentes.

Las vacunas celulares no solo generaban este tipo de molestias con mayor frecuencia, sino que también producían convulsiones y otras respuestas de mayor gravedad. Estudios de seguimiento en niños durante varias décadas y en diversos países confirman el mejor comportamiento de las vacunas acelulares en este aspecto.

¿Qué porcentaje de la población está vacunada?

En España, la vacuna está incluida en el calendario de vacunaciones sistemáticas. Se recomienda administrarla en la infancia a los 2, 4, 11 meses y 6 años, así como a mujeres gestantes en el tercer trimestre del embarazo, para que transfieran la protección generada al recién nacido durante los primeros meses de vida.

Las coberturas de vacunación en el año 2022 han sido de 98 % para las tres primeras dosis, de 95 % para la dosis de los 11 meses y de 90 % para la dosis de los 6 años. En embarazadas ha alcanzado el 87 %.

Con estas elevadas coberturas, ¿por qué se producen brotes que afectan especialmente a los adolescentes? La respuesta nos la dan, al menos en parte, diversos estudios que investigaron la duración de la protección proporcionada con las vacunas acelulares respecto a las de células enteras.

Según sus resultados, el riesgo de contraer tosferina a los 5 años de haber completado la vacunación con inoculaciones acelulares es claramente superior al de inmunizados con preparaciones de células enteras.

Además, el aumento de portadores asintomáticos (personas que no enferman, pero que transmiten la bacteria) observado entre las personas a las que se administraron vacunas acelulares contribuiría a la extensión de la enfermedad.

En 2023, el 82,7 % de los casos españoles de tosferina estaban vacunados, y habían transcurrido más de 5 años desde que habían recibido la última dosis. La pérdida de eficacia en el tiempo de las vacunas acelulares alientan a investigar sobre nuevas inmunizaciones y estrategias de vacunación que nos permitan mejorar el control de enfermedad.

Mientras tanto, ¿podemos mejorar la inmunidad frente a la enfermedad con las vacunas actuales? Los datos disponibles sugieren que la incorporación de una dosis adicional en la adolescencia –como han hecho ya en Asturias– podría ser útil para evitar o minimizar los brotes.

De hecho, para contrarrestar la disminución de inmunidad observada con el paso del tiempo, en la mayoría de Europa se recomienda administrar un quinto pinchazo entre los 10 y los 16 años. En algunos países (Luxemburgo y Austria, por ejemplo), incluso recomiendan repetir cada 10 años una dosis de refuerzo siguiendo la opinión de expertos.

Más vacunación: esa es la mejor respuesta.

*Ángela Domínguez García es catedrática en Medicina Preventiva y Salud Pública, Departamento de Medicina, CIBER Epidemiología y Salud Pública, Universitat de Barcelona; Pello Latasa, responsable de Vigilancia en Salud Pública, Osakidetza/Servicio Vasco de Salud; Pere Godoy, medical doctor, professor Public Health, Universitat de Lleida.

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