Le dieron 4 meses de vida, pero 8 años y 117 sesiones de quimioterapia después puede “pensar en un futuro”

Inma Escriche convive con un cáncer de pulmón metastásico desde hace siete años y medio: “Estamos bajo la tiranía del ‘Mr. Wonderful’. Bastante carga tenemos ya los pacientes como para que además nos sometan a que el 50% de la curación depende de tu actitud”, señala a ‘Infobae España’

Fotografía de Inma Escriche

Ella ya sabía que algo no iba bien. Estaba muy cansada, tosía mucho y apenas tenía fuerzas para lidiar con el día a día. Pero, en su caso, la Atención Primaria falló y su diagnóstico tardó más de seis meses en llegar. “Nadie me miraba, nadie me auscultaba, no me hacían caso. Llegó un momento en el que ya no pude más y decidí ir a urgencias”, cuenta Inma Escriche a Infobae España durante una llamada telefónica en uno de sus últimos ingresos. Fue una discusión en urgencias, justo después de escuchar que todo estaba bien, lo que dio la voz de alarma.“Al excitarme vieron que no podía hablar y decidieron hacerme pruebas. Pasaron de darme el alta cinco minutos antes a decirme que estaba muy grave y que podía morirme”, recuerda.

Tenía un pulmón encharcado y una tromboembolia pulmonar. Esa fue la primera noticia y el punto de partida de una larga lista de pruebas. Tres días más tarde, Inma recibió su diagnóstico: cáncer de pulmón con metástasis ósea. “Era inoperable, intratable y por supuesto incurable”, explica. Tenía 45 años y un pronóstico de 4 meses de vida. En su cabeza comenzaron a sucederse los pensamientos de ‘qué hubiera pasado si’. Pero tenía que actuar rápido. “Ahí comenzó la batalla por conseguir que me hiciesen una biopsia para encontrar el segundo apellido de mi cáncer”, explica. Los cirujanos de su hospital se negaron, ya que la operación era de mucho riesgo. Por su parte, Escriche consiguió el traslado a la Fundación Jiménez Díaz, donde pudieron operarla y conseguir completar su diagnóstico. Fue entonces cuando empezó la primera tregua.

“En ese momento acababa de empezar un nuevo ensayo clínico para probar una combinación de una quimio con un tratamiento de inmunoterapia. Pude entrar en él, pero era a doble ciego, podía tocarme placebo o medicación. Tuve la suerte de que sin saberlo y sin entenderlo me tocó la medicación”, relata. La entrevistada estuvo durante cuatro años y medio en este primer ensayo. Pero después de ese tiempo llegó la primera recaída, que vino acompañada de una metástasis en el abdomen. Los oncólogos intentaron darle un recordatorio de inmunoterapia durante seis meses, pero no funcionó. Después probaron con una combinación de dos tipos de quimioterapia que casi acaba con su vida. “Me dio un shock anafiláctico. El tratamiento casi me mata, pero logró frenar la metástasis”, asegura. Aunque la alegría duró poco, ya que a los dos meses la enfermedad se agravó aún más.

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La noticia que lo cambió todo

En esta ocasión, los médicos optaron por un tratamiento mucho más duro. “Es la última alternativa que se suele dar. La mayoría de los pacientes no aguantan más de dos sesiones”, apunta. Sin embargo, ella consiguió completar la terapia, aunque sin éxito. Hubo progresión de la enfermedad y no le quedaban más opciones. Su oncólogo trató de inventarse una nueva fórmula, una quimioterapia combinada que no sabía cómo le iba a afectar. Pero durante este proceso llegó la noticia que lo cambió todo: una última biopsia había revelado que el cáncer de Inma había mutado.

“A mí no me quedaban opciones. No había más tratamientos y lo único que podía pasar es que cambiara mi diagnóstico. Y esto fue lo que ocurrió”, explica Inma, quien cuenta que esta ha sido la única vez que ha llorado en siete años y medio, y ha sido de alegría. “Lo que estábamos haciendo era alargar el tiempo arañando días a días. En cambio, ahora se me abre la oportunidad de poder pensar en un futuro de dos años”, añade. Aunque aclara, cualquier tiempo es insuficiente. “Yo no quiero ver crecer a mis hijos, quiero ver crecer a mis nietos”.

De hecho, es por sus seres queridos por lo que crece en ella el sentimiento de tristeza. “Siento pena por ellos y por lo que no voy a poder ver”, explica. “Ya han sido seis veces las que he estado a punto de morir, estoy más que concienciada”, asevera. Ahora, esta situación no le ha robado la alegría. Y, aunque en el momento de la entrevista está ingresada sin apenas poder moverse, sueña con poder hacer una excursión a la montaña. Sin embargo, Escriche deja muy claro que esta es su forma de llevar la enfermedad, pero no la única.

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“Estamos bajo la tiranía del Mr. Wonderful. Bastante carga tenemos ya los pacientes como para que además nos sometan a que el 50% de la curación depende de tu actitud. He conocido a pacientes con muy buena actitud que por desgracia han fallecido y a otros con muy mala que siguen aquí muchos años después”, explica. En su caso, su familia, sus amigos y la oración le han permitido poder afrontar esta situación con perspectiva. Ahora, tras 7 años y medio de enfermedad y 117 ciclos de quimioterapia en sangre, revela lo aprendido durante este tiempo: “Pasas de tener solamente los colores del parchís a tener el arcoíris delante. Ves las cosas de forma distinta y aprendes a valorar los problemas en su justa medida”, concluye.

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