Un reciente estudio acaba de demostrar que las personas que han sufrido un accidente cerebrovascular isquémico o ictus tienen casi el doble de probabilidades de sufrir un infarto de miocardio. Del mismo modo, se ha asociado haber experimentado una disección aórtica (el desgarro de la arteria aorta) con el mayor riesgo de un ataque al corazón. Este es el hallazgo que se ha presentado en la Conferencia Internacional sobre Accidentes Cerebrovasculares (ISC) 2024 de la Asociación Americana del Accidente Cerebrovascular, celebrada en Phoenix, Arizona (Estados Unidos).
El ictus es una condición médica grave que afecta al cerebro y se produce cuando el suministro de sangre a una parte del cerebro se interrumpe o disminuye, lo que resulta en la privación de oxígeno y nutrientes a las células cerebrales. Esta interrupción en el flujo sanguíneo puede ser causada por una obstrucción en una arteria (ictus isquémico) o por la ruptura de un vaso sanguíneo (ictus hemorrágico). Ambos tipos pueden tener consecuencias devastadoras y pueden causar discapacidad permanente e incluso la muerte si no se tratan rápidamente.
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Los síntomas del accidente cerebrovascular varían dependiendo de qué parte del cerebro esté afectada y la gravedad del accidente cerebrovascular, pero pueden incluir debilidad o parálisis en un lado del cuerpo, dificultad para hablar o comprender el lenguaje, visión borrosa o pérdida de visión en uno o ambos ojos, mareos, confusión, dolor de cabeza intenso y pérdida de equilibrio o coordinación.
Los factores de riesgo para sufrir un ictus incluyen la hipertensión arterial, la diabetes, el tabaquismo, el consumo excesivo de alcohol, la obesidad, el colesterol alto, la fibrilación auricular (un tipo de latido cardíaco irregular) y antecedentes familiares de ictus o enfermedades cardiovasculares. La edad avanzada y el género masculino también son factores de riesgo.
Tratamiento y prevención del ictus
El tratamiento del ictus depende del tipo y la causa del accidente cerebrovascular, así como de la rapidez con la que se reciba atención médica. En el caso de un ictus isquémico, se pueden administrar medicamentos trombolíticos para disolver el coágulo y restaurar el flujo sanguíneo al cerebro, pero estos deben administrarse dentro de un período de tiempo específico después de que comiencen los síntomas. En algunos casos, se puede optar por procedimientos endovasculares para eliminar el coágulo o reparar la arteria obstruida. Para los ictus hemorrágicos, el tratamiento puede incluir medidas para controlar la presión arterial y la cirugía para reparar el vaso sanguíneo dañado.
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La prevención del ictus es fundamental y puede implicar controlar los factores de riesgo mencionados anteriormente, como mantener la presión arterial bajo control, controlar los niveles de azúcar en sangre, dejar de fumar, limitar el consumo de alcohol, seguir una dieta saludable y hacer ejercicio regularmente. También es importante buscar atención médica de inmediato si se experimentan síntomas de un ictus, ya que el tratamiento temprano puede reducir el daño cerebral y mejorar las posibilidades de recuperación.
La rehabilitación después de un ictus es un proceso importante que puede implicar terapia física, ocupacional y del habla para ayudar a los pacientes a recuperar habilidades perdidas y aprender nuevas formas de realizar tareas cotidianas. El apoyo emocional y psicológico también es fundamental para ayudar a los pacientes y a sus familias a hacer frente a los desafíos físicos y emocionales que pueden surgir después de un ictus.