Hacer la cama es, probablemente, una de las acciones cotidianas que más división de opiniones soporta. Aunque es un hábito de responsabilidad que apenas lleva un par de minutos y que nos deja la habitación mucho más ordenada, hay quienes no lo creen así (o no les importa). Así, son muchas las personas que no tienen el hábito de hacer la cama por las mañanas, ya sea por pereza o por procrastinación.
Sin embargo, la clave quizás esté en el punto medio: hacer la cama, pero no inmediatamente después de levantarnos. Un estudio de la Universidad de Kingston, Inglaterra, apunta a que a los ácaros les cuesta más sobrevivir en una cama deshecha que en una que solo se abre y se cierra después de cada uso. Estos son los resultados que este grupo de científicos ha obtenido tras realizar un seguimiento de las camas de voluntarios durante dos años.
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Las conclusiones mostraban que en torno a 1,5 millones de ácaros pueden vivir en nuestras camas, y que pueden morir más rápido si dejamos la cama sin hacer, con las sábanas abiertas, que si hacemos la cama nada más levantarnos. Siguiendo el estudio, si la hacemos justo después de levantarnos, la humedad y el sudor que hemos desprendido durante la noche se quedarán dentro de las sábanas y favorecerá la aparición de más ácaros.
¿Significa esto que lo mejor es dejarla deshecha? Por desgracia para los que prefieren tener la cama sin hacer, no. De hecho, lo recomendable es esperar un poco y ventilar la habitación, quizá mientras desayunamos o nos duchamos, y después hacer la cama.
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Por qué es importante cambiar las sábanas regularmente
Tanto por higiene como por salud, es cambiar las sábanas regularmente. La razón está en que, durante el sueño, el cuerpo humano libera sudor, células muertas de la piel y aceites naturales, que son absorbidos por las sábanas y fundas de almohada. Esta acumulación de desechos orgánicos forman un ambiente propicio para la proliferación de ácaros del polvo, microorganismos que se alimentan de estas partículas y pueden causar alergias y problemas respiratorios.
Además, la humedad causada por el sudor puede fomentar el crecimiento de hongos y bacterias, que no solo pueden causar mal olor sino también infecciones en la piel. Cambiar las sábanas frecuentemente y lavarlas en agua caliente ayuda a eliminar estos patógenos, lo que ayuda a mantener un entorno de descanso limpio y saludable.
La frecuencia con la que se deben cambiar las sábanas puede variar dependiendo del uso y las condiciones personales, pero lo recomendable, de manera general, es hacerlo al menos cada dos semanas como mínimo y una vez al mes, como máximo. En el caso de personas con alergias o asma, o durante periodos de mayor calor cuando se suda más, es aconsejable aumentar la frecuencia de cambio.
Un espacio de sueño limpio es clave para una buena noche de descanso y para mantener una buena salud general. Así, el mantenimiento regular de la ropa de cama es un hábito sencillo que marca una gran diferencia en la calidad de vida.