Los inhibidores de la bomba de protones son un tipo de fármacos que trabajan inhibiendo la enzima encargada de la producción del ácido gástrico en las glándulas de revestimiento del estómago. En este sentido, su uso está indicado para tratar afecciones como la enfermedad del reflujo gastroesofágico (ERGE), úlceras duodenales o aliviar las molestias asociadas a los síntomas de reflujo gástrico.
Según los datos del Ministerio de Sanidad, representan el 6,51% del total de medicamentos consumidos y suponen un gasto sanitario de más de 490 millones de euros, lo que supone un total de 71.528 millones de envases dispensados. Los más conocidos son el omeprazol, pantoprazol, lansoprazol, esomeprazol, y rabeprazol.
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Ahora, ante la frecuente aparición de noticias en prensa sobre sus posibles efectos adversos que los relacionan con mayor riesgo de infartos, osteoporosis o déficit de vitaminas y minerales, la Sociedad Española de Patología Digestiva (SEPD) ha publicado una actualización de su posicionamiento respecto al uso seguro de los inhibidores de la bomba de protones (IBP).
La sociedad ha renovado su artículo de posicionamiento sobre el uso seguro de estos fármacos, publicado en 2016, elaborado por los doctores Carlos Martín de Argila de Prados, Julia López Cardona y Federico Argüelles-Arias.
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Son seguros si se toman correctamente
La SEPD destaca la seguridad de su toma a largo plazo y asegura y reitera la baja evidencia de efectos adversos, como demuestran los numerosos estudios realizados al respecto. “Cuando los IBP se prescriben en las indicaciones de uso establecidas, sus beneficios superan con creces a los posibles efectos adversos”, explica el Agustín Albillos, presidente de la Sociedad Española de Patología Digestiva (SEPD) a Europa Press. Sin embargo, el experto advierte de que “cuando la prescripción es inapropiada, no hay beneficio alguno esperable y se magnifica cualquier efecto adverso por leve que sea”.
Efectos adversos de los inhibidores de la bomba de protones
Algunos posibles efectos adversos identificados en este tipo de fármacos se encuentran infecciones, deficiencia de micronutrientes o el aumento de riesgo de fracturas. El doctor Argüelles declara que “no existe evidencia científica que sustente que los pacientes deban recibir probióticos, vitaminas u otros suplementos”, así como tampoco, “evaluarse rutinariamente la densidad ósea o la concentración sérica de calcio o magnesio”.
El doctor Martín de Argila, como experto que ha colaborado en la elaboración del nuevo documento, asegura que la mejor estrategia para aminorar los potenciales efectos desfavorables del uso a largo plazo de los IBP es “evitar utilizarlos cuando no están indicados”, a lo que también añade la necesidad de “reducir su dosis al mínimo eficaz cuando su prescripción es correcta”. Por tanto, la conclusión de la sociedad es que el mejor aval para asegurar la correcta ingesta de estos siempre será seguir las indicaciones de uso establecidas, especialmente, en los pacientes que los toman a largo plazo.
*Información elaborada por Europa Press