
En el paisaje musical español, pocos nombres resisten el paso del tiempo con la solidez de Alejandro Sanz. A sus 56 años y en vísperas del lanzamiento de su decimotercer álbum de estudio —el primero bajo el sello Sony Music—, el cantautor madrileño abrió las puertas de su vida y su memoria en una entrevista con Vanity Fair, reconociendo que construyó su carrera sobre una filosofía inusual: “Equivocándome… yo siempre acierto”.
Del barrio a las cumbres
La escena de su irrupción en 1991 todavía resuena: un joven con guitarra y versos poco complacientes para la radiofórmula conquistaba las listas con Viviendo deprisa. Contra todo pronóstico, vendió millón y medio de copias. Desde entonces, cada lanzamiento confirmó su permanencia. Si tú me miras apuntaló el fenómeno. Pero fue Más (1997) quien le concedió el estatus de fenómeno cultural. Siete singles, siete millones de discos y un lugar en el plan de estudios de la Universidad de Berklee.
Después llegaron El alma al aire, No es lo mismo, Paraíso express, Sirope, #ElDisco. Cada uno marcó una mutación estética o sonora: flirteos con el funk, el pop británico, la escena urbana o el sonido Miami. Sanz abandonó la lógica de las etiquetas y estableció la suya propia: una música profundamente autobiográfica, con raíz flamenca y vocación universal.
Una casa que habla

Desde su refugio en Somosaguas —una casa brutalista de 1974 que describe como “espiritualmente renovadora”—, el artista recordó cómo esa arquitectura, aparentemente fría, le ofreció calor. Allí expone sus premios (cuatro Grammy anglosajones, 24 Grammy Latinos), ensaya con amigos y recibe a músicos, actores, productores y amistades íntimas.
En ese espacio nació su nuevo disco, aún sin título, pero con dos sencillos ya públicos: Palmeras en el jardín y Hoy no me siento bien. El primero, compuesto tras el fin de su relación con la pintora cubana Rachel Valdés, recupera el Sanz más introspectivo. El segundo, vestido en salsa, convierte el desamor en comedia. “El desamor es más picante que el amor. La poesía aparece cuando hay que remendar”, explicó.
Del amor al error
En conversación con Vanity Fair, Sanz defiendió que sus canciones funcionan como “biblioteca emocional”, en la que deja registro de lo vivido. No se considera un artista esencialista. “Mi esencia está siempre ahí, incluso cuando hago cosas que no suenan nada a mí. Es imposible desprenderme del flamenco. Aunque quisiera, no podría”.
Afirmó que no busca evitar el error, sino provocarlo. “No pienso quedarme haciendo lo mismo para no equivocarme. Me equivoqué con Corazón partío según los estándares de entonces. Pero esa equivocación me salvó”.
Nuevos comienzos

La firma con Sony representa un punto de inflexión. Tras etapas largas con Warner y Universal, el artista admitió haber perdido la motivación: “Ya no se hablaba de música, solo de números”. La alianza con la discográfica trajo aire fresco y una nueva estructura de trabajo. “Necesitaba pedalear con gente a mi lado. No quiero ser empresario. Quiero enfermar de lo que hago”.
No solo la música le llevó al límite. Durante años, su pasión por la pintura lo absorbió tanto que pensó en abandonar los escenarios. Pintaba en hoteles, trasladaba sus bártulos de gira en gira. Pero la música —confesó— fue su primer amor, y aún le quedan cosas por vivir con ella.
Amor, fútbol y memoria

Sanz vive un presente sereno junto a su pareja, la actriz Candela Márquez, con quien apareció por primera vez del brazo en público durante la gala de Vanity Fair en diciembre. “Es de las cosas más bonitas que me pasaron últimamente. Me hace sentir persona”, dice.
En paralelo, cultiva con fervor su afición al Real Madrid. Compuso una canción para el club, a pedido de Florentino Pérez, y se declara amigo de Ancelotti. “Más que el fútbol, me gusta el Madrid. Es algo que me conecta con mi padre”.
A sus espaldas, una carrera marcada por la curiosidad, la contradicción y la voluntad de seguir. “No puedes ponerte freno como creador —dijo— porque entonces se acaba todo. Imagínate que la literatura o el cine se autolimitaran para no incomodar. Sería un jardín de perfecciones… y un aburrimiento total”.
Y así, con su guitarra reparada por un amigo de la infancia, un nuevo disco en camino y la convicción de que los errores son semillas de belleza, Alejandro Sanz se reafirma en lo que es: un artista que, tras 33 años de carrera, sigue creyendo en lo improbable.
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