El costado intelectual de la gran ícono del cine: la biblioteca privada de Marilyn Monroe

Más allá de los límites de la industria, la rubia platinada más famosa de Hollywood esconde un legado literario que ilumina una faceta menos conocida pero profundamente fascinante

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Marilyn en una foto promocional para el film Cómo atrapar a un millonario, de 1953 (Getty Images)
Marilyn en una foto promocional para el film Cómo atrapar a un millonario, de 1953 (Getty Images)

Para el mundo, Marilyn Monroe fue la encarnación de la “rubia tonta”. Con su sonrisa cautivadora y carisma magnético, el ícono de Hollywood conquistó la pantalla, pero a costa de quedar reducida a un estereotipo que, en realidad, ocultaba la complejidad de su personalidad. Sin embargo, la broma estaba en los espectadores, quienes caían en el juego que la propia Monroe se había encargado de crear. La revista británica Far Out revela que bajo esa apariencia de glamour y seducción, la actriz escondía una mente profundamente curiosa y un agudo sentido de la ironía, cualidades que utilizó para manipular las expectativas de la industria.

Lejos de la imagen superficial que proyectaba en sus papeles, Monroe era una lectora apasionada y una mujer intelectualmente inquieta, dueña de una biblioteca personal que hoy causa asombro y respeto. La colección, construida con paciencia a lo largo de los años, incluía títulos de literatura clásica y de filosofía, temas poco asociados con el papel de “bomba rubia” que le asignaron los estudios. Para la actriz, esos libros representaban mucho más que una simple afición; eran una vía de escape y una reafirmación de su identidad, una que prácticamente no se mostraba al público.

Libros, soledad y búsqueda interior

A lo largo de su vida, Monroe ocultó con recelo su verdadera personalidad, mostrándola sólo en momentos de soledad o en la intimidad de sus lecturas. Los aspectos más profundos de su carácter se mantuvieron fuera del alcance del público, revelándose solo tras su muerte a través de sus diarios personales y las pertenencias que dejó atrás. En sus escritos, plasmó reflexiones íntimas que ofrecen una mirada más compleja y sensible de la actriz, quien buscaba consuelo y claridad en la lectura y la escritura. “Me restauro cuando estoy sola”, anotó alguna vez, una confesión que muestra la necesidad que tenía de retirarse de la vida pública para reencontrarse consigo misma.

La pasión literaria de Marilyn quedó de manifiesto luego de que una subasta dorganizada por Christie’s sacara a la luz algunos de los 400 libros que había reunido a lo largo de los años (AP)
La pasión literaria de Marilyn quedó de manifiesto luego de que una subasta dorganizada por Christie’s sacara a la luz algunos de los 400 libros que había reunido a lo largo de los años (AP)

Incluso en los sets de filmación, Monroe encontraba formas de reconectar con esa parte oculta de su vida. Entre una toma y otra, se retiraba a un rincón apartado, sacaba un libro y se sumergía en sus páginas, ajena al ruido del entorno. En esos momentos de aparente calma, leía obras de gran dificultad, títulos que “incluso los estudiantes de literatura luchan por comprender”, dejando ver su determinación por explorar temas profundos y complejos, muy alejados de los papeles superficiales que interpretaba en la pantalla.

Esta faceta introspectiva, aquella que pocos conocieron en vida, contrasta poderosamente con su imagen pública, mostrando a una mujer que no solo era consciente de las contradicciones de su existencia, sino que encontraba en la soledad y la lectura una vía de escape de las presiones y limitaciones impuestas por Hollywood.

Un tesoro oculto entre páginas

La faceta intelectual de Monroe quedó plasmada de forma contundente en su biblioteca personal, una colección envidiable que refleja su curiosidad y profundidad de pensamiento. Todo salió a la luz cuando una subasta organizada por Christie’s reveló al mundo este aspecto oculto de la actriz, mostrando una selección de más de 400 libros que había reunido a lo largo de los años. La venta permitió que el público conociera un lado de Monroe que contrastaba radicalmente con su imagen de “rubia tonta”: el de una lectora ávida y reflexiva, que exploraba obras complejas y anotaba sus pensamientos en los márgenes, en un diálogo silencioso con cada autor.

La biblioteca de Monroe incluía clásicos como El gran Gatsby y Suave es la noche, de F. Scott Fitzgerald; Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain y Un tranvía llamado deseo, de Tennessee Williams, cuya copia contenía anotaciones a mano que delataban su afán por comprender las emociones y las motivaciones de los personajes. A su vez, tenía múltiples obras de Ernest Hemingway y D.H. Lawrence, cuyas exploraciones sobre la complejidad humana parecían resonar con ella. La colección abarcaba, además, desde la poesía de William Blake y Oscar Wilde hasta compilaciones de Robert Browning y Percy Bysshe Shelley, revelando un interés genuino por la literatura de distintas épocas y estilos.

No obstante, la selección literaria de Monroe no se limitaba a los autores consagrados. También mostraba interés por la contracultura y la filosofía contemporánea. Entre sus libros se encontraban textos de la Generación Beat, como En el camino, de Jack Kerouac, y poesía experimental de autores como Walt Whitman y Rainer Maria Rilke. Además, profundizó en obras de psicología de Sigmund Freud y en la literatura existencialista de Albert Camus, explorando temas que rozaban el nihilismo y la naturaleza de la existencia, temas complejos que pocos asociarían con el personaje que Hollywood proyectaba de ella.

Uno de los títulos más sorprendentes de su colección era Ulises, de James Joyce, una obra notoriamente difícil que incluso lectores experimentados encuentran desafiante. Que Monroe tuviera y leyera este libro es una prueba de su deseo por comprender la vida a través de lentes diversos y profundos, alejándose de la imagen simplista que el público tenía de ella.

Dos potencias "se saludan": Marilyn, leyendo el clásico de James Joyce, el Ulises
Dos potencias "se saludan": Marilyn, leyendo el clásico de James Joyce, el Ulises

La presencia de sus anotaciones personales a lo largo de su colección es lo que más sorprende a críticos y fanáticos por igual. En sus márgenes, Monroe dejaba impresas sus reflexiones, subrayaba fragmentos y marcaba aquellas frases que resonaban con sus propias experiencias y emociones. Estas notas, a la vez personales y universales, ofrecen una ventana a la mente de una mujer compleja y apasionada por el conocimiento, que usaba la literatura no solo como entretenimiento, sino como una forma de entenderse a sí misma y el mundo que la rodeaba.

Las barreras de la industria

La actriz comprendía mejor que nadie los límites que Hollywood imponía sobre las mujeres en su época. Sabía que, en un entorno que valoraba más la apariencia que el intelecto, su único camino hacia el estrellato sería adaptarse al molde que la industria esperaba de ella. Monroe sabía jugar el juego de forma increíble y se construyó a sí misma como una fantasía encarnada, la “bomba rubia” que Hollywood devoraría sin dudar. Esta construcción de personaje no fue fruto de una imposición externa; al contrario, fue una decisión calculada, una herramienta con la que Norma Jean Mortenson, su verdadero nombre, podría conquistar al público.

Con personajes estereotipados, figuras femeninas que encarnaban la ingenuidad y el objeto de deseo, o bien la “otra mujer”, siempre subordinada a la mirada masculina, la industria moldeó su carrera en torno a papeles de amante inocente o de figura decorativa que, si bien hacían brillar su imagen, la limitaban como intérprete. Sin embargo, en cada uno de estos personajes, Monroe se las arreglaba para introducir elementos que rompían, al menos en parte, el estereotipo al que la forzaban.

En su interpretación de Lorelei Lee, Monroe no solo se adaptó al papel de una joven superficial y ambiciosa, sino que lo enriqueció con gestos sutiles y miradas cómplices que sugerían una comprensión más profunda del personaje y de las expectativas del público. Este papel en Los caballeros las prefieren rubias puede considerarse el “ejemplo perfecto” de su habilidad para jugar con las percepciones de la audiencia. A través de esta actuación, Monroe envió un mensaje que podía pasar desapercibido para quienes la veían únicamente como una belleza frívola: su personaje, aunque aparentemente vacío, se reía en secreto de la superficialidad del mundo que la rodeaba.

Monroe era consciente de que estos papeles le permitían dar un paso adelante en su carrera, pero también entendía que se trataba de un juego de desgaste. Entre líneas, lanzaba destellos de ingenio y una ironía velada, mostrando al mismo tiempo su talento y el absurdo de los roles impuestos a las mujeres en la época.

El legado inesperado de un ícono

La biblioteca de Marilyn Monroe, con sus cuidadosas selecciones y anotaciones personales, es quizá uno de los testimonios más elocuentes de la inteligencia y sensibilidad que Hollywood nunca llegó a apreciar en su totalidad. Esta colección no solo es un reflejo de su curiosidad intelectual, sino una especie de legado que habla de una mujer profundamente interesada en el autoconocimiento y en el análisis del mundo que la rodeaba.

Los más de 400 libros, que abarcan desde la literatura clásica hasta el pensamiento existencial, son una prueba tangible de que no se limitó a su imagen pública; su verdadero ser estaba en esos márgenes, en las frases subrayadas y en los pensamientos que dejaba plasmados en sus lecturas.

Acaso una de las escalas inevitables para quienes transitan por el paseo de la fama de Hollywood (REUTERS)
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