
Desde hace por lo menos dos años, la alfabetización ocupa un lugar central en la agenda educativa argentina. Campañas como las impulsadas por Argentinos por la Educación, con las consignas “No entienden lo que leen” y “Que entiendan lo que lean”, lograron visibilizar una problemática que ya era evidente para quienes trabajan cotidianamente en las aulas, pero que no siempre había encontrado traducción pública ni compromiso institucional.
Valeria Abusamra es lingüista, investigadora y especialista en comprensión lectora. Es una de las más importantes referentes en términos de alfabetización de la Argentina. En diálogo con Ticmas, Abusamra habla de los avances, las fronteras y los desafíos que enfrenta el sistema educativo.
La visibilidad creciente del problema abrió también un camino de intervención: tanto la Secretaría de Educación de la Nación como todos los ministerios provincias pusieron en marcha planes específicos de alfabetización, orientados sobre todo al primer ciclo de la escuela primaria. Esos planes coincidieron con una etapa de mayor conciencia social sobre la urgencia de revertir los bajos niveles de comprensión lectora, expuestos con crudeza por las evaluaciones nacionales e internacionales. Hoy, con los primeros tramos de esos programas en marcha, el sistema educativo empieza a enfrentarse con una pregunta inevitable: ¿cuáles son los efectos reales de esas políticas y qué obstáculos persisten?
“Es importante entender”, dice Abusamra, “todo lo que implican los tiempos para el recorrido que supone la alfabetización. Esto no es mágico; requiere tiempo, sostenimiento, acompañamiento. No se puede evaluar en muy poco tiempo”. La campaña de Argentinos por la Educación logró, como objetivo fundamental, instalar el tema. “La gran ganancia fue la visibilización y la implicación de muchos actores. Me gusta mucho esto: no solamente se implica el que está en el sistema educativo, sino también el padre, el tío, el hermano, la sociedad. Porque estamos frente a habilidades que no solo importan en la escuela, sino también para el desarrollo social de la persona”, dice.
Saber evaluar, saber intervenir
Uno de los ejes que Abusamra subraya con más fuerza es la cuestión de la evaluación. Las pruebas estandarizadas se han vuelto herramientas clave para definir políticas, pero ella advierte sobre el riesgo de extraer conclusiones apresuradas. “Hay tantos componentes implicados —decodificación, sintaxis, vocabulario, cohesión, jerarquización, habilidades metacognitivas— que es difícil establecer con claridad dónde está la dificultad, a menos que tengas una prueba muy precisa”.
Si las pruebas que se aplican masivamente tienden a medir la comprensión global sin descomponerla en sus partes, el resultado es una fotografía borrosa que impide definir qué estrategias aplicar. “Muchas veces se dice que los chicos no comprenden, pero no se sabe por qué. No sabemos si el problema está en la decodificación, en el vocabulario, en la capacidad de hacer inferencias. Con lo que tenemos, podemos saber cómo comprenden, pero no por qué”.
Abusamra advierte que sin un diagnóstico certero, el diseño de intervenciones pedagógicas puede caer en un laberinto. “¿Por dónde empiezo? ¿Por enseñar vocabulario, por jerarquizar información, por enseñar a hacer inferencias? Para decidir eso necesito una evaluación que sea precisa. Y todavía no tenemos, a nivel colectivo, herramientas que nos permitan saber qué pasa con la decodificación, por ejemplo, que requiere pruebas individuales”.
La ciencia de la lectura no se improvisa
La ciencia de la lectura —como todo campo disciplinar— trabaja con categorías precisas, modelos teóricos complejos y un registro atento a las sutilezas. Mientras que en el discurso social suele predominar una lógica binaria —los chicos leen o no leen, comprenden o no comprenden—, el enfoque científico ofrece una mirada más sofisticada, capaz de descomponer procesos, reconocer matices e identificar variables que no siempre son visibles desde afuera del sistema.
En ese sentido, Valeria Abusamra destaca como avance innegable la consolidación de un cuerpo de conocimiento robusto. “Hay un desarrollo de modelos teóricos explicativos más sólidos”, dice, “que permiten también desarrollar mejores pruebas, más ajustadas, y tener una fotografía más certera de la situación”. Ese conocimiento circula entre investigadores, especialistas y equipos técnicos con el desafío de que incida en las políticas públicas. “Lo más difícil es el pasaje de la interpretación de los resultados a la implementación concreta de cómo enseñar a leer y escribir”. Porque, como ella misma señala, una cosa es medir; otra, muy distinta, es enseñar.
“Todo el esfuerzo estuvo puesto en la alfabetización inicial, de los primeros grados. Ahora, esos chicos pasan al segundo ciclo o a la secundaria, y ahí aparece otro desafío: enseñar comprensión de textos”, dice y explica: “Enseñar a decodificar no alcanza. Necesitás enseñar comprensión de textos en una coyuntura con múltiples matices, con tecnologías, segmentación del sistema educativo y cambios en los hábitos lectores”.
No se trata de culpar al docente
Es habitual que, ante la crisis de la alfabetización, la mirada pública busque culpables en el aula. Pero ¿no es injusto echarle la culpa al docente y no al sistema? Abusamra describe una cadena de reproches: “En la universidad decimos que los chicos vienen mal de la secundaria, en la secundaria dicen que vienen mal de la primaria, en la primaria se lo atribuyen al jardín. Vivimos echando culpas a lo largo de toda la escolaridad y en ningún momento asumimos qué es lo que hay que hacer”.
La formación docente aparece como una de las claves. También la valorización del trabajo pedagógico. “Durante la pandemia se reconoció el trabajo del maestro. Cada padre, en su casa, tuvo que lidiar con sus propios hijos y entendió lo que implica dar clase. Pero lamentablemente nos olvidamos muy rápido”.
En su experiencia docente, lo que encuentra en sus colegas es compromiso. “Todos los docentes están preocupados por cómo mejorar. Algunos con más resistencia, otros con menos. Pero siempre con buena voluntad”.
Las redes sociales y el rendimiento educativo
Una consideración poco atendida es el efecto del entorno digital sobre las habilidades lectoras. El año pasado, junto con un equipo de investigación, evaluó a 45.200 estudiantes que ingresaban al programa UBA XXI. “Cruzamos una prueba de comprensión lectora con variables sociodemográficas, hábitos de lectura y uso de pantallas”.
Los resultados fueron elocuentes. “Quienes leían más libros por año comprendían mejor. Pero también encontramos diferencias significativas entre quienes pasaban más o menos tiempo en redes sociales. Los que estaban más de cuatro horas diarias en redes rendían peor que los que pasaban menos tiempo”.
La lectura digital plantea desafíos nuevos. “¿Qué promuevo cuando un chico lee más en el celular que en papel? ¿Qué pasa con la comprensión en función del soporte?”. En Brasil —señala— ya se tomaron medidas: se prohibieron los celulares en el aula, aunque se mantienen computadoras y tablets. “Están empezando a encontrar chicos que prestan más atención. Creo que es una variable que hay que mirar con más detenimiento”.
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