El avance tecnológico trae consigo innumerables beneficios, pero también plantea nuevos desafíos que, en muchos casos, superan la capacidad de las instituciones para responder de manera adecuada y oportuna.
Uno de estos desafíos es el aumento del acoso digital y el uso indebido de deepfakes, un problema que afecta a estudiantes y docentes por igual.
Los deepfakes son videos, audios o imágenes creados mediante inteligencia artificial que manipulan contenido real para alterar su apariencia, voz o movimiento, logrando resultados extremadamente realistas. Estas herramientas permiten, por ejemplo, poner palabras en la boca de una persona o cambiar completamente su rostro y cuerpo en un video, lo que las convierte en un arma poderosa para difundir información falsa, realizar fraudes o cometer actos de acoso y abuso, como el caso de imágenes íntimas creadas sin consentimiento.
La gran oferta actual de tecnologías basadas en inteligencia artificial ha dado rienda suelta a la creación de contenido manipulado que, en manos equivocadas, puede causar daños irreparables, especialmente en las escuelas. Los deepfakes de carácter sexual, por ejemplo, no solo agravan el acoso digital, sino que también generan un clima de inseguridad y vulnerabilidad, especialmente entre los adolescentes. En este contexto, nos urge reflexionar sobre el papel de las instituciones educativas y el gobierno para proteger a los estudiantes y frenar este flagelo que está creciendo de manera alarmante.
Tristemente, las plataformas de redes sociales, los servicios de mensajería y las herramientas de edición digital se han convertido en armas para quienes buscan humillar, intimidar o manipular a sus compañeros. La creación y distribución de deepfakes amplifica este problema, ya que permite generar contenido falso que puede destruir la reputación y la autoestima de una persona en cuestión de minutos. Y esto no es ciencia ficción. Ya está sucediendo, y mucho más de lo que imaginamos.
En las escuelas, los estudiantes se ven expuestos a estos riesgos de manera constante. Las consecuencias psicológicas de ser víctima de un deepfake pueden ser devastadoras: ansiedad, depresión, aislamiento social e incluso pensamientos suicidas. Además, el impacto trasciende a la víctima directa, generando un clima de desconfianza y temor entre los compañeros.
Frente a este panorama, las escuelas tienen un papel fundamental que desempeñar. No se trata solo de reaccionar ante los casos de acoso digital, sino de prevenirlos mediante estrategias educativas y tecnológicas. Además de capacitación para docentes, familias y estudiantes por igual, en temas de seguridad digital y ética, las instituciones educativas deben establecer normas claras sobre el uso de tecnología en el entorno escolar. Esto incluye sanciones para quienes usen herramientas digitales con intenciones maliciosas y protocolos para manejar casos de acoso.
Sin embargo, si bien las escuelas pueden implementar medidas preventivas, es fundamental que los gobiernos actúen como garantes de los derechos de los estudiantes.
Esto implica:
- Garantizar que las empresas tecnológicas sean responsables de monitorear y eliminar contenido perjudicial en sus plataformas. El gobierno debe establecer mecanismos de supervisión y sanciones para aquellas empresas que no cumplan con estos estándares.
- Contar con leyes que penalicen la creación y distribución de deepfakes sin consentimiento. Estas leyes deben contemplar penas severas para los responsables y medidas de protección para las víctimas.
Esto no es una moda pasajera. La lucha contra el acoso digital y los deepfakes en el ámbito escolar requiere un enfoque integral que combine educación, regulación y tecnología. Las instituciones educativas deben ser el primer bastión de defensa, promoviendo valores de respeto y empatía, mientras que los gobiernos deben garantizar que las leyes estén actualizadas para enfrentar los desafíos de la era digital.
La educación, como pilar de la sociedad, tiene el poder de transformar realidades. Pero para lograrlo, necesita el respaldo de políticas públicas efectivas y el compromiso de toda la comunidad. Necesitamos garantizar que los chicos crezcan en un mundo donde la tecnología sea sinónimo de oportunidades y no de amenazas.