El acompañamiento emocional de los estudiantes ha emergido como un factor crucial para garantizar un aprendizaje integral. No obstante, esta labor a menudo queda relegada en las escuelas, donde se prioriza el rendimiento académico por encima de las necesidades emocionales de los alumnos.
De acuerdo con un artículo publicado por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el psicólogo José María Avilés, experto en convivencia escolar, señala que la falta de apoyo emocional en las aulas puede intensificar problemas como la ansiedad, la depresión y las conductas suicidas en niños y jóvenes.
En México, las cifras de salud mental en menores y adolescentes subrayan la urgencia de este problema. La Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM) reportó en 2023 que el 28% de los adolescentes entre 12 y 17 años ha experimentado acoso escolar, lo que afecta gravemente su bienestar emocional y su desarrollo integral. Además, el informe “Barómetro de la soledad no deseada” revela que las personas entre 16 y 24 años presentan los niveles más altos de soledad, superando a otros grupos de edad.
El acompañamiento emocional, por tanto, no solo es un complemento al aprendizaje académico, sino una herramienta indispensable para mejorar la convivencia y prevenir trastornos mentales. Sin embargo, ¿qué implica este proceso para los docentes y cuáles son los desafíos que enfrentan al integrar los cuidados como parte de su práctica educativa?
El rol de los cuidados en la educación
El concepto de cuidados en el ámbito escolar va más allá de satisfacer necesidades meramente académicas. Se trata de crear un entorno de empatía, apoyo mutuo y solidaridad que permita a los estudiantes enfrentar los retos emocionales y sociales de manera constructiva. Avilés subraya que las escuelas no deben limitarse a enseñar matemáticas o historia, sino también a dotar a los alumnos de herramientas para manejar conflictos emocionales y mejorar la convivencia. En este sentido, la doctora Teresa Monjarás Rodríguez, académica de la Facultad de Psicología de la UNAM, dijo a Infobae que “si los niños no aprenden a gestionar sus emociones desde pequeños, podrían enfrentarse a conflictos emocionales más graves en el futuro”.
Una de las principales barreras para implementar esta perspectiva es la prevalencia de un enfoque individualista en las comunidades educativas, lo que refuerza la idea de que los problemas emocionales son cuestiones personales que deben resolverse de forma aislada. Por el contrario, los cuidados buscan transformar esta narrativa, promoviendo un “encuentro colectivo” donde las soluciones se construyan en conjunto. La doctora, quien también es psicoterapeuta infantil, destaca que escuchar a los miembros de la comunidad escolar es esencial para identificar sus necesidades y generar un cambio positivo.
En la práctica, sin embargo, muchas escuelas operan bajo un modelo reactivo, centrándose en apagar “fuegos” conforme surgen los conflictos. Aunque necesario, este enfoque es insuficiente si no se complementa con niveles preventivos y proventivos. El nivel preventivo enfatiza la detección temprana de riesgos, mientras que el proventivo busca construir relaciones y experiencias significativas dentro de las aulas. Actualmente, pocas instituciones logran avanzar más allá de los niveles reactivo y preventivo, dejando de lado el potencial transformador del acompañamiento emocional.
La situación es especialmente crítica frente al acoso escolar. En lugar de abordar el bullying desde una perspectiva punitiva, Avilés propuso en su seminario “Cuidados para la vida y el bien común”, del Centro de Ciencias de la Complejidad, estrategias que fomenten la inclusividad y la diversidad, creando un ambiente seguro y respetuoso para todos los estudiantes.
En este contexto, los docentes enfrentan el desafío de equilibrar sus roles tradicionales con la responsabilidad de ser agentes de cambio emocional en sus comunidades educativas. La doctora Monjarás Rodríguez compartió esta visión y destacó que “los niños empiezan a entender que su compañero no es malo, sino que enfrenta dificultades para controlarse. Esto genera un entorno de apoyo mutuo”.
Modelos estructurales y el camino hacia el cambio
Para superar los desafíos del acompañamiento emocional, Avilés busca la implementación de modelos estructurales que involucren tanto a los docentes como a los estudiantes en un esfuerzo colaborativo. Uno de ellos es el Sistema de Ayuda entre Iguales (SAI), que fomenta la participación activa del alumnado a través de estructuras como la mediación, la tutoría y la convivencia. Estas iniciativas promueven el sentido de pertenencia y cohesión dentro de las escuelas, sentando las bases para una cultura de cuidados.
Otra propuesta destacada es el modelo de Equipos de Ayuda (EA), diseñado como un sistema horizontal donde estudiantes y profesores trabajan conjuntamente para prevenir y resolver conflictos. Los EA se basan en la construcción de relaciones sostenibles y permanentes, promoviendo el diálogo y la participación activa de todos los miembros de la comunidad escolar. Avilés argumenta que estas estructuras no solo reducen el acoso escolar, sino que también fortalecen la capacidad del profesorado para intervenir de manera efectiva.
La doctora Monjarás Rodríguez también resaltó la importancia de programas que enseñen a los niños a identificar sus emociones: “Saber qué situaciones me estresan o me hacen sentir triste y cómo se manifiestan en mi cuerpo permite tomar acciones: respirar, dibujar o escuchar música”.
La implementación de estos modelos requiere adaptaciones específicas a las necesidades de cada escuela y contexto. Avilés sugiere comenzar con programas experimentales y controlados que permitan evaluar su efectividad antes de una aplicación a gran escala. Sin embargo, este proceso también demanda un compromiso político por parte de las autoridades educativas para garantizar recursos y apoyo institucional. Tere Monjarás Rodríguez advierte que “no todos los estudiantes en riesgo tienen acceso a un tutor, y esto impacta tanto en su desempeño escolar como en su desarrollo emocional”.
El objetivo final es transformar las escuelas en espacios donde los cuidados sean una práctica cotidiana, no una excepción. Esto implica no solo cambios estructurales, sino también un cambio de paradigma que reconozca la importancia del bienestar emocional como parte integral de la educación.