En Argentina, la tasa de escolarización en la secundaria es del 94,1%: más de 9 de cada 10 jóvenes asisten, según los últimos datos oficiales. En los últimos 10 años, ese porcentaje creció 10 puntos: era 84,9% en 2013. Más allá de ese incremento, todavía hay un 6% de adolescentes que deberían asistir a la secundaria y no lo hacen. Muchos de ellos viven en contextos rurales, adonde resulta casi imposible llegar con el formato de la escuela media tradicional.
En el país hay alrededor de 2.600 escuelas primarias rurales que no tienen una secundaria a menos de 10 kilómetros, según datos oficiales que surgen del Mapa Educativo Nacional. La cifra implica que en 1 de cada 4 escuelas rurales los estudiantes no pueden continuar sus estudios luego de terminar la primaria. Desde Unicef estiman que hay unos 65.000 adolescentes en esta situación en todo el país; todavía falta que se publiquen las cifras correspondientes del Censo 2022, que deberían ofrecer el número exacto de cuántos son y dónde están esos chicos. El Estado tiene una deuda con ellos, dado que la secundaria es obligatoria desde 2006.
A casi 20 años de la Ley de Educación Nacional, esos estudiantes representan la “última milla” de la inclusión educativa en secundaria, afirma Cora Steinberg, especialista de Educación de Unicef Argentina. El organismo coordinó hace unos días un encuentro sobre la educación de los adolescentes en contextos rurales, que repasó las experiencias de varias provincias que lograron garantizar la oferta educativa para estos chicos, así como los desafíos pendientes. El evento se enmarcó en una iniciativa multisectorial denominada “Generación Única” y reunió a equipos técnicos de las áreas de ruralidad de los ministerios de educación provinciales, especialistas en educación y representantes de organizaciones de la sociedad civil.
Aunque la falta de oferta no es el único factor que excluye a los jóvenes del sistema educativo, la presencia de una escuela secundaria en cada comunidad es esencial para garantizar el derecho a la educación, señalan desde Unicef. Para los chicos que completan la primaria y no tienen una secundaria cerca, las alternativas son complicadas: o anotarse en alguna escuela de otra localidad, y hacer todos los días varios kilómetros para llegar hasta ahí –a veces por caminos difíciles de transitar–; o mudarse solos para terminar la escuela, lejos de su familia y sin el apoyo necesario. Esas alternativas con frecuencia conducen a un mismo desenlace: la deserción.
La secundaria tradicional, con sus 13 profesores por curso, es imposible de replicar en contextos rurales, sobre todo en la denominada “ruralidad dispersa” (es decir, poblaciones pequeñas que viven en zonas alejadas). Un relevamiento de Unicef y Flacso encontró que existen 41 modelos organizacionales y pedagógicos diferentes en las secundarias rurales de todo el país, que cada provincia fue desarrollando según las necesidades de sus comunidades: desde las escuelas agrotécnicas hasta las interculturales bilingües, pasando por las escuelas albergue, la secundaria virtual de la Antártida o las secundarias rurales medidas por TIC.
Esa diversidad de modelos puede aportar pistas para repensar la secundaria urbana, sugieren desde Unicef. Ese desafío, que está en agenda desde hace tiempo, cobró impulso renovado este año con las reformas que se anunciaron en la provincia de Buenos Aires y en CABA. Desde la Secretaría de Educación, por su parte, anticiparon que la transformación de la secundaria será una de las próximas prioridades de la gestión nacional, tras el impulso que recibió este año la política de alfabetización inicial.
“La educación rural ha mostrado su versatilidad para llegar a los destinatarios en cada uno de los contextos, que son muy diversos y heterogéneos en nuestro país”, explica Steinberg a Infobae. Unicef acompañó particularmente la implementación de la secundaria rural mediada por TIC, un modelo creado en 2009 en Río Negro que luego se expandió a provincias del Norte como Chaco, Salta, Jujuy, Misiones, Tucumán y Santiago del Estero.
En ese modelo, que hoy funciona en 177 comunidades rurales de todo el país, los estudiantes asisten de manera presencial a la escuela –en general, al edificio de la primaria–, donde los acompaña un tutor y están en contacto de manera virtual con sus profesores, por medio de una plataforma y por WhatsApp. Por su parte, los docentes también asisten de manera presencial a la sede central de la escuela –generalmente, en una localidad más poblada–. De esa sede central dependen varias “subsedes” repartidas en el territorio, adonde los alumnos van para conectarse con sus profesores.
¿Qué lecciones podría aprender la secundaria urbana de la secundaria rural? En el encuentro surgieron algunas pistas. Entre otras, la flexibilidad para adaptarse a las particularidades de la comunidad, la posibilidad de armar agrupamientos diferentes del tradicional por edad, la apertura a la innovación pedagógica, la estrecha conexión con la práctica (por ejemplo, en las escuelas agropecuarias), el vínculo cercano con las familias para acompañar a los adolescentes, el trabajo en red con otras escuelas, o el reconocimiento de la diversidad de trayectorias (por ejemplo, la necesidad de acomodarse a los tiempos de cosecha o a la “veranada”).
Por la baja densidad de población en este ámbito, las secundarias rurales tienen matrículas reducidas y, en muchos casos, trabajan con grados múltiples o pluriaños, lo que obliga a replantear la estructura curricular y la asignación de docentes. En otras palabras, los ajustes en el modelo pedagógico van necesariamente de la mano de cambios en la organización institucional, que requiere por ejemplo la designación de docentes por cargo.
“La escuela rural trae otra organización del tiempo y del espacio, otra forma de agrupar a los estudiantes, con un trabajo compartido entre chicos de diferentes años de estudio y con la posibilidad del abordaje interdisciplinario por proyectos. Esto es interesante para pensar los reagrupamientos y las formas de aprender, así como la flexibilidad que debe tener la secundaria para ajustarse a las características de los chicos y chicas”, señala Ornella Lotito, oficial de Educación de Unicef.
Garantizar que todos los chicos del país tengan acceso a la escuela secundaria es un reto viable, aun en tiempos de “motosierra”, aseguran los especialistas. Steinberg concluye: “En un país que ya logró expandir su oferta educativa en la ruralidad, creo que es una meta posible pensar que la escuela secundaria va a llegar a las 2600 comunidades donde aún falta. Hay mucho trabajo hecho, estudios de costos, capacidad técnica en las provincias. Si priorizamos políticas con equidad, en pocos años podemos asegurar que todos los chicos del país tengan una escuela secundaria en su comunidad”.