Laura Ramírez, directora de Fortalecimiento de Comunidades Educativas de Mexicanos Primero, inauguró el V Seminario de Innovación Educativa de Ticmas en Ciudad de México con una conferencia que invitó a repensar la educación como un derecho fundamental. Ramírez centró su mensaje en la importancia de transformar el paradigma educativo y describió las condiciones actuales del sistema mexicano, reflexionando sobre sus efectos en los estudiantes más vulnerables.
Para iniciar su presentación, Ramírez compartió un fragmento del poema “Mi derecho a aprender” de Robert Plutchik, ex delegado del Banco Mundial. “No tengo que ganarme el derecho a aprender. Es mío / el derecho a ilustrarme. Y si por culpa / de leyes defectuosas / y errores de diseño / y porque en demasiados lugares / todavía a demasiada gente no le importa, / si por culpa de todo eso y de otras cosas / la puerta del aula / con alguien capaz de enseñar / aún está fuera de mi alcance, / todavía no está a la vista, / esos fallos mi derecho no anulan”.
Este poema, dijo, ilustra las barreras que enfrentan millones de niños y jóvenes para acceder a una educación de calidad. “El arte no es periférico a la realidad social”, afirmó, explicando que escogió el poema para que los asistentes conectaran emocionalmente con el tema. Y agregó: “Nadie tiene que ganarse el derecho a aprender. Aprendemos desde que nacemos y durante toda la vida. Aprendemos en todo tiempo, en todo lugar”. Esta concepción amplia y accesible del aprendizaje llevó a Ramírez a exponer la necesidad de ver a la educación como un derecho fundamental y no como un mero servicio, con el que una sociedad se compromete no solo a proveer sino también a proteger y mejorar.
¿Está asegurado el derecho a aprender?
La Educación es un derecho que en México está desde la Constitución de 1917. El país fue pionero en reconocer la educación como un derecho constitucional, incluido en el artículo tercero, que establece la obligatoriedad, gratuidad y laicidad de la educación básica y media superior. Sin embargo, Ramírez observó que el enfoque histórico de los gobiernos ha priorizado la infraestructura y el acceso por sobre el desarrollo integral del aprendizaje. “Los gobiernos de todos los partidos, de todos los colores, fueron descubriendo que era muy popular construir escuelas. Me tomo una foto, corto un listón, y a Dios gracias. Mi responsabilidad ahí muere”, ironizó. Esta visión parcial, dijo, ha resultado insuficiente para garantizar que los estudiantes desarrollen competencias que los acompañen de por vida.
En lugar de limitarse a construir infraestructura, Ramírez sugirió que el enfoque debería centrarse en el aprendizaje como un proceso inclusivo y continuo. Para lograrlo, desde su trabajo en Mexicanos Primero, proponen lo que llaman la “triple inclusión”, que garantiza el derecho a aprender en tres dimensiones: estar, aprender y participar.
La primera dimensión, estar, se refiere a la permanencia de los estudiantes en el sistema educativo y su acceso desde una edad temprana. En este sentido, Ramírez subrayó que solo el 46.4 % de los niños en México ingresan a preescolar en edad oportuna, una situación que considera alarmante: “Si usted tiene un grupo de 20 niños, cuatro nunca llegaron ahí”. Esta exclusión, explicó, afecta sobre todo a niños de comunidades indígenas, migrantes y en situación de pobreza, grupos para los que el acceso temprano a la educación puede ser crucial para su desarrollo cognitivo y social.
Respecto a la segunda dimensión, aprender, el derecho a la educación no solo implica asistencia escolar sino también el desarrollo de habilidades fundamentales. “No es el símbolo químico del potasio”, dijo. Para ella, lo importante es que los estudiantes adquieran habilidades como comprensión lectora, razonamiento matemático y gestión emocional, competencias esenciales para una vida plena. Según Ramírez, el sistema educativo actual no logra desarrollar estas capacidades de manera equitativa. Indicó, por ejemplo, que según los resultados de la última prueba PISA, el desempeño en matemáticas, lectura y ciencias ha disminuido en comparación con años anteriores, en detrimento del aprendizaje de los estudiantes.
En cuanto a la tercera dimensión, participar, Ramírez defendió la necesidad de incluir a los estudiantes como agentes activos en sus procesos de aprendizaje. “Participar significa reconocer a los estudiantes como agentes de su propio proceso educativo”, explicó, y agregó que la educación debe ofrecer espacios donde los estudiantes puedan tomar decisiones sobre aspectos que afectan sus vidas. En este sentido, comparó la participación de los niños en procesos médicos con la importancia de que, en el ámbito educativo, también se les permita ser partícipes y no solo receptores pasivos de conocimientos.
Ramírez también criticó las desigualdades persistentes dentro del sistema educativo, especialmente para los estudiantes con discapacidades y aquellos en situación de vulnerabilidad. Compartió el caso de Citlali, una niña mazahua con síndrome de Down que fue excluida del sistema educativo por su doble condición de indígena y persona con discapacidad. Después de una lucha legal impulsada por Mexicanos Primero, la Suprema Corte le reconoció el derecho a asistir a la escuela. Sin embargo, para Ramírez, este caso ilustra la falta de adaptaciones en el sistema educativo para responder a las realidades diversas de los estudiantes y cuestionó si estos problemas no representan un fallo estructural que aún no se ha abordado plenamente.
La conferencista ofreció además cifras que describen el fenómeno de exclusión en cada nivel educativo. En primaria, la tasa de terminación es casi completa, un 99.5%, pero este porcentaje representa a quienes han quedado en situación de calle, migrantes o en condición hospitalaria. “Ese punto cinco de niños que no terminan la primaria son los niños, las niñas más excluidos de todos”. El panorama se agrava en la secundaria, donde la tasa de terminación baja a un 84.4%, lo que deja al 16% de los jóvenes fuera del sistema educativo. Ramírez relató el caso de Ulises, un adolescente que abandonó la escuela para trabajar en la construcción, desencantado por un modelo educativo que no le ofrecía herramientas significativas. “Porque no me gusta. Porque me aburro”, respondió Ulises cuando se le preguntó por qué dejó de estudiar.
La educación secundaria y media superior, dijo, no han logrado ser pertinentes para todos los estudiantes, especialmente aquellos en situación de vulnerabilidad, quienes quedan en un limbo educativo al no contar con opciones adaptadas a sus necesidades. Señaló que un 39% de los estudiantes en edad de cursar la media superior no la completan, lo que afecta sus aspiraciones y oportunidades futuras.
En cuanto a la inversión en docentes, Ramírez indicó que el presupuesto es insuficiente para garantizar la capacitación continua que necesitan. “96$ anuales por maestro”, precisó, y comparó este presupuesto con el costo de un café en una cafetería, sugiriendo la poca prioridad que se le da al fortalecimiento del cuerpo docente. No obstante, se refirió con respeto a la labor de los docentes, calificándolos de innovadores y comprometidos, pese a las limitaciones del sistema.
¿Qué hacer?
En su discurso, Ramírez invitó a los asistentes a asumir una responsabilidad compartida en la educación, señalando que no corresponde solo al Estado. “Requiere corresponsabilidad”, afirmó, destacando el rol que deben asumir también el sector privado, la sociedad civil, los docentes, las familias y los mismos estudiantes. Según Ramírez, la clave está en no ver a la educación como un servicio limitado a cumplir con la asistencia escolar. Al respecto, enfatizó: “Volvamos a pensar en eso, en el aprendizaje, en los aprendizajes. La pandemia nos mostró la importancia de los aprendizajes socioemocionales. Que no se nos olvide”.
Para finalizar, la directora llamó a imaginar una educación inclusiva que promueva el aprendizaje integral y que permita a los estudiantes comprender el mundo y participar activamente en su transformación. Insistió en que la innovación no se limita a la tecnología, sino que también implica replantear el rol de la escuela, de los docentes y de los contenidos. “Innovar quiere decir cómo me imagino diferente el proceso educativo”, aclaró. Al despedirse, Ramírez dejó a los presentes con una reflexión fundamental: “Vámonos de aquí con la conciencia de que la educación es un derecho, no un servicio. Es un derecho”.