¿La universidad sigue siendo una herramienta de movilidad social? “Sí”, dice Víctor Moriñigo, rector de la Universidad Nacional de San Luis. “Sí”, repite, “sin lugar a dudas”. Estamos en las oficinas del Consejo Interuniversitario Nacional, institución que este año preside, y, en estos días en que la educación superior está en el centro de los debates, la suya es una defensa sin matices.
Lo primero que destaca es la forma en que la universidad constituye la identidad de los estudiantes de las provincias: “Siempre hay un ‘ubacentrismo’, pero somos 61 universidades públicas”, dice. Y sigue: “El estudiante de hoy es igual al que era en la década del 30, del 40, del 50. Llega con mucha ilusión, llega con su colchón buscando pensiones, departamentos, alquileres; ha tomado una decisión con información imperfecta y trata de ser arquitecto de su propio destino”.
Para esos chicos, dice, la universidad funciona como un anclaje, una institución que le da mucho más que una formación académica. “Van a ser los mejores años de su vida aunque todavía no lo sepan”, dice. Y un dato importante: hoy hay muchos estudiantes que hace tiempo han terminado la secundaria y vuelven a la facultad para tener una segunda oportunidad. “Hay cientos de miles de chicos que van a buscar un mejor futuro”.
Moriñigo es contador público. Fue elegido rector de la Universidad Nacional de San Luis en 2019 y reelegido en 2022. “Cuando hay semana de examen, los rectores y decanos nos preparamos para recibir a las familias, para los huevos, el agua, los festejos, la emoción. Y también vemos cómo muchos empresarios van el día de la graduación y les dejan la primera oferta de trabajo”, dice.
—Muchos estudiantes terminan el secundario con problemas en comprensión de textos y resolución de problemas. ¿Cómo son recibidos en la universidad? ¿Qué estrategias desarrollan para suplir esas deudas?
—Eso, para nosotros, tiene una palabra: articulación. Es una palabra muy mentada y pocas veces trabajada. Pero cada vez lo estamos haciendo más. No le echamos la culpa al nivel que nos trae estos chicos, sino que trabajamos con él. Eso requiere de mucha articulación con los gobiernos provinciales. Las cuestiones alrededor de las pruebas APRENDER o PISA o cuál sea, las tenemos que trabajar en conjunto con los ministros de Educación locales. Hay que capacitar a los docentes del secundario, para que podamos articular qué conceptos dar. Y, sobre todo, para tratar de llevar adelante nuevas estrategias. Porque los chicos no son los mismos que hace unos años. Hoy el teléfono y las tecnologías mandan y, en vez de ser nuestros enemigos, tienen que ser nuestros aliados. Eso va cambiando la educación y debe ir cambiando la formación de los docentes.
—¿Cómo es la distribución de carreras que eligen en la Universidad de San Luis?
—Hoy tenemos ocho facultades: cinco en la ciudad de San Luis capital, dos en Villa Mercedes y una en la Villa de Merlo. Año tras año, los chicos eligen la carrera de enfermería, la de psicología; siempre hay muchos en Ciencias Económicas y en las cuestiones jurídicas. También hay chicos que empiezan a diversificar su oferta. Nosotros ahora estamos en el proceso de acortar las carreras y generar salidas con bachilleratos universitarios o carreras más cortas. Entiendo que se viene un cambio de paradigma en el sistema universitario argentino. Ojalá construyamos un consenso que nos ponga a dialogar con el mundo en algo en lo que venimos con mucho retraso. Estamos en una época de cambios importantes en la cuestión educacional. Ojalá que desde las universidades podamos llevarla de la mejor manera.
—¿El cambio de paradigma tiene que ver con el currículum?
—Tiene que ver con la manera de recibir al chico, con la velocidad del conocimiento, con el concepto de educación para toda la vida. Hoy, el universitario que se va tiene que saber que indefectiblemente va a tener que volver porque el conocimiento avanza muy rápido. Hay un enorme desafío de transformación en las universidades, pero sin la deformación de la calidad. Ahí hay un poco en tensión. Están quienes buscan la cuestión más conservadora, y hay otros que decimos que hay que tratar de cambiar porque hay un desafío. Hoy los chicos tienen un monopolio roto: antes tenían a las universidades para capacitarse y hoy pueden hacerlo a través de cualquier plataforma. Sólo nos está quedando el monopolio de la certificación del saber. Por lo tanto, si o si hay que hacer una cuestión disruptiva y cambiar.
—Es interesante lo que dice. ¿De qué otros espacios puede llegar la educación?
—La educación puede llegar de las propias empresas que ya no buscan en las universidades —esto todavía no pasa en Argentina o, si pasa, pasa poco—, sino que captan a los chicos y los capacitan ellos. Nosotros tenemos que subirnos a ese tren. Tenemos que trabajar con las empresas, con el sector privado, tener que generar microcredenciales. Es imposible que hagamos ir a los empleados de dos de la tarde a nueve de la noche. Hay que adaptarse. Pero, repito, el desafío es transformarse sin deformarnos a nivel calidad.
—Históricamente, la universidad en la Argentina siempre respondió a la academia y la creación de conocimiento. Por lo que dice, hoy tendría que mirar al mundo del trabajo.
—Mirar a todos. Por ejemplo, me parece que este gobierno tiene una agenda muy propositiva de una flexibilización o modernización laboral. En ese sentido, si la Unión Industrial, si la parte privada y el gobierno lo discuten, las universidades deberían estar sentadas a la mesa porque esos empleados van a ser nuestros estudiantes y nosotros tenemos que ofrecer una pata que pueda hacer mucho más llevadero el futuro del trabajo —que tenemos que brindar sin saber cuál será—. Hay una situación de mucha imprevisibilidad que tenemos que llevar de la mejor manera. No podemos descuidar el mundo del saber y la ciencia, pero tenemos que poner el mundo del trabajo para asistir una realidad que no nos puede ser esquiva.
—¿Cómo intervienen desde la universidad en el contexto? Pienso, por ejemplo, que están muy cerca de Córdoba, donde ahora hay grandes focos de incendios.
—El propio San Luis ha tenido muchos incendios en los últimos cinco años. Lo de Córdoba, casi seguramente en un par de semanas los vamos a tener. Ojalá que no, pero suele suceder. Desde San Luis se lo mira con la vocación de abordaje de manera interdisciplinar. En el tema de incendios tenemos matemáticos, informáticos, agrónomos, biólogos, ingenieros: todos trabajando en imágenes satelitales, viendo qué árboles plantar para que no ayuden a lo combustible, qué lecturas hacen del suelo, qué drones se pueden volar, etc. Si los gobiernos nacionales y provinciales lo requieren, las universidades pueden asistir mucho. Es un tema digno de estudiar, solo que uno lo lamenta cuando pasa y después se olvida, porque la coyuntura te lleva a ocuparte de lo más urgente.
—¿Intervienen las universidades en las políticas públicas?
—Lo que uno añora es que las universidades tengan una silla en cada mesa de decisión del país. Gane quien gane; sea este presidente o cualquier otro.
—¿Cuándo dejaron de tener esa silla?
—Quizás nunca se tuvo. Las universidades han estado más cerca o más lejos de los gobiernos, pero nunca se nos preguntó la opinión, sino que se manejaban las directrices y después te invitaban a sumarte. Yo hablo de la gestación de las políticas: si hay una política pública en la lucha contra la pobreza, las universidades tenemos que levantar la mano y decir “Nosotros tenemos ingenieros en alimentos”; si hablamos de la cuestión ambiental, de tecnología 4.0… Nosotros tenemos todo. Lo que pasa es que no tenemos la solución a todo, sino que tenemos un aporte. En ese sentido se han desaprovechado las universidades. Para decirlo mejor: si el modelo país del presidente Milei es tener a Elon Musk invirtiendo en la Argentina, nosotros sabemos que el capital humano de esas empresas va a salir de nuestro lugar. Por lo tanto, perdemos el tiempo si no hacemos congresos, simposios e investigaciones en inteligencia artificial y la producción, inteligencia artificial y la educación.
—En ese sentido, la UTN aporta el 50% de los trabajadores de ingeniería del país. ¿Cómo hacen las demás universidades para articular la oferta de trabajos e intereses?
—El primer doctor en Ciencias de la Computación de la Argentina salió de la Universidad de San Luis. La situación es federal. Cada uno tiene sus activos y sus lugares para estar orgullosos y, seguramente, todas las universidades vamos a tener alguna participación. Hay lugares a donde, si no llegan las universidades, no llega nadie. Hay ingenieros de la Universidad de San Luis que ponen paneles solares en el Impenetrable. De hecho, hemos tenido críticas sobre por qué no los ponemos en San Luis y tuvimos que contar que el organismo internacional que financia la instalación lo hace para el Chaco. Nosotros no tenemos problema de federalizar el conocimiento. Debe haber cientos de proyectos de la UTN con muchas universidades del país; si les va bien a la UTN y la UBA, nos va a ir bien a todos. Otro ejemplo: hoy hay niños del Garraham que consumen medicamentos hechos en la Universidad de San Luis a los que la UBA les hace control de calidad. Son medicamentos “huérfanos” que la industria farmacéutica no produce porque no son rentables y nosotros los producimos para los chicos de todo el país. Hay miles ejemplos como estos. Y yo creo que, si la inversión privada lo necesita, las universidades pueden dar la cara por el país.
—En el imaginario social, a la universidad se la ve como el lugar de prestigio (“M’hijo el dotor”) pero también el del lugar de la banalidad de un conocimiento pobre, academicista, innecesario. ¿Cómo explica un rector qué hace una universidad?
—Si un papá hoy tiene los medios para mandar a su hijo a estudiar a una universidad privada y lo manda a la UBA, ahí ya contesto parte de la pregunta. Hay pocos lugares en donde uno, teniendo el dinero, elige lo público y no lo privado. Estoy seguro de que aquel que tiene la idea de que en la universidad te adoctrinan, es alguien que hace mucho no pisa la universidad. En la universidad está el que quiere militar por los derechos humanos en el centro de estudiantes, y está el que entra, estudia, se recibe y se va. Nosotros tenemos la enorme responsabilidad de edificar un futuro esperanzador para cada uno. La universidad es un lugar transformador. Pero creo que no hay que menospreciar aquellas estrategias que se llevan siempre un poquito de tu prestigio.
—¿Qué quiere decir?
—Por ejemplo, esto de que los docentes adoctrinan a los chicos: hay que explicarlo bien. Hay que decir que para que pase eso se necesitan dos cosas. Primero, un docente muy autoritario que se pare desde ese lugar y agreda al chico. Yo no he visto ninguno. Puede haber alguno que defienda apasionadamente una idea, pero también hay las universidades centenarias han resuelto ese problema. Y además hay que tener un chico dócil. Y créeme: hoy no hay chicos dóciles que se dejen hacer cualquier cosa a cualquier precio. Eso también habla de desconocimiento y de prejuicio. Me parece que no hay que tener temor por ese lado. Mientras dure —y ojalá que sea para siempre—, hay que usar bien la oportunidad de la educación pública.
—Ante la situación crítica de las universidades en la actualidad, ¿todavía se puede ser optimista?
—Sí, totalmente. Yo creo que ha tocado fondo lo que era obvio, fruto de un pacto democrático del 83 para acá: la salud pública, la educación pública, los derechos humanos. Hoy tocaron fondo y lo que hay que hacer es revalidar los títulos. ¿Qué es revalidar los títulos? Explicarlos y hacer docencia. Y nosotros, en la universidad, somos buenos docentes. Hay que explicar caso por caso, inclusive si hubo casos malos. La Argentina ha pasado épocas muy oscuras y la universidad ha salido siempre fortalecida. Yo creo que ahora, que es una época democrática y no oscura como aquellas que pasamos, seguramente nos vamos a poner de acuerdo para hacer un país mejor.