Domingo Suárez supo a los once que no iba a seguir estudiando. Estaba en quinto grado; era el cuarto de cinco hermanos y la situación económica de la familia había hecho que, uno a uno, todos fueran dejando la escuela para buscar trabajo. Él, de hecho, llevaba dos años atendiendo en la carnicería del padre: iba por las mañanas, porque a la tarde tenía clases en la Escuela 18 de Aldo Bonzi. Al principio —a todos nos ha pasado— le parecía un juego: limpiaba huesos, hacía algunos cortes, se ocupaba de la limpieza del local.
A los once empezó a trabajar fuera de casa, en un taller de chapa y pintura donde se pasaba el día lijando. Una vez le dieron una camioneta Dogde 200, que lijó entera. Era un trabajo mecánico y agotador, pero él se entregaba con responsabilidad. Los días que no había clase se tenía que quedar trabajando hasta tarde. Así estuvo hasta llegar a 7° grado.
Era 1994 y, mientras sus compañeros pensaban a qué secundaria iban a ir, Domingo buscaba un nuevo trabajo. Terminó la primaria y ya no pudo continuar: entró en un taller de costura y calzado, pero como la producción está atada a los ciclos de las temporadas, cuando bajaba el trabajo buscaba dónde hacer alguna changa. Estuvo siete años en este taller, hasta 2002, cuando todavía arreciaba la crisis económica que había terminado con el gobierno de Fernando de la Rúa. En ese momento se fue a trabajar como cocinero en una rotisería. Para ese entonces ya se había anotado en la escuela nocturna Raúl Goubat, de Ciudad Evita: tenía 19 años. Fue el único de los cinco hermanos que cursó y terminó el secundario. “Mi idea siempre había sido volver”, dice, “sabía que estaba la secundaria para adultos y, tanto mi mamá, que había estudiado magisterio, como mi abuelo, me habían enseñado que la educación era el camino para superarme, para mejorar”.
El aula tiene un efecto mágico: es presente y futuro, es amparo y plataforma de despegue. Estaba todavía en el secundario cuando sintió el llamado de la vocación y se anotó en el Joaquín V. González: se recibió en 2009 de Profesor de Ciencias Económicas. Y así comienza esta historia.
Alma de diamante
La educación es el dispositivo más revolucionario de la humanidad. Una tecnología milagrosa que cada día le cambia la vida de millones de personas. Aquel nenito que pasaba horas cortando bifes y lijando camionetas es hoy un hombre de 43 años que lleva dieciséis dando clases. Es profesor de Economía y Administración en dos escuelas públicas de Villa Lugano y Villa Soldati, y director del nivel secundario de la escuela Sagrado Corazón de Villa Celina.
Recién comenzaba el profesorado cuando tuvo que ir al hospital. Ahí se cruzó con uno de sus viejos compañeros de la primaria, que estaba haciendo la residencia. Pudo haberlo vivido como una injuria del destino. Pudo haber dejado todo, pudo haber pensado que las cosas le habían salido mal y que para qué insistir. Pero hay algo furiosamente optimista en Domingo Suárez. Su vida es el paradigma de superación y resiliencia, pero también el ejemplo de que la educación, si no es una herramienta de ascenso social, es, como diría Paulo Freire, una práctica de libertad. El encuentro con aquel compañero le produjo la misma alegría que cuando ahora lo visitan sus exalumnos para contarle que son profesionales, que se recibieron de médicos, de abogados. Quizá con ellos sea un poco más feliz.
Empezó a dar clases un año antes de recibirse en la Escuela de Educación Media N° 4 de Lugano, que desde 2023 lleva el nombre de quien fuera su primera directora: Domingo no conoció a Norma Colombatto, pero sí, dice, recibió su legado. “Me transmitió su forma de trabajar, de formar comunidad y de creer en los pibes de la Villa 20. Su proyecto fue hacer esa escuela de barrio. Aceptaba a las chicas embarazadas que habían echado de otras escuelas. También estuvo el caso de un chico paraguayo que no tenía DNI: ella lo recibió y se ocupó de los trámites”. Ese chico hoy es un profesor de la escuela.
La educación como práctica de libertad
Domingo se trajo el espíritu de la EEM N°4 a la escuela Sagrado Corazón, en la que está hace trece años: llegó como profesor en 2011, en el 2018 le ofrecieron el cargo de vicedirector y este año se formalizó como director. La institución tiene 100% de subvención estatal y una cuota que no supera los $50.000. Está ubicada en un barrio donde la realidad es compleja y la comunidad es continuamente desafiante. Habla de situaciones de violencia, de abuso, de problemas de juego. Pero sobre todo habla de oportunidades. “Tenemos chicos que son la primera generación de estudiantes de la familia”, dice, con padres que no saben leer o confunden las notas con las inasistencias. “Esta es gente recontra laburante que manda al pibe a la escuela privada porque considera que es lo mejor para que él tenga las oportunidades que la familia no tuvo”.
Dice: “El estudio me hizo conocer diferentes realidades. Si me hubiera quedado en el taller de chapa y pintura habría conocido mi vida y la vida del dueño; hoy me vinculo con 200 personas. Es un abanico de realidades que me permiten saber lo que busco”.
Y dice: “Lo importante es tener un proyecto de vida. Lo único que no recuperamos es el tiempo que pasa. El proyecto de vida de cada uno es recontra válido: si mi proyecto de vida es ser médico, perfecto, y si el tuyo es tener un almacén, también”.
Y también dice: “Tuve una alumna en el programa de terminalidad con una vida muy desordenada. Olga, se llama. Un día publicó en Facebook: ‘Me estoy drogando mucho, necesito alguien que me ayude’. ¿Qué hubiera pasado si no lo escuchábamos? Terminó la escuela como pudo, volvió a los años a rendir. Hoy es enfermera”.
Y finalmente dice: “Los estudiantes tienen que creer en ellos mismos. Son ellos quienes pueden cambiar su realidad, y la educación les da la posibilidad de elegir”.
Domingo Suárez es uno de los docentes que elegidos por Fundación Varkey para protagonizan la campaña que celebración el mes de la educación.