El objetivo está claro: llegar a primera, ganarse la vida jugando al fútbol. Todas las mañanas, después del desayuno, toca el entrenamiento. Mantenerse enfocados es fundamental, pero puede resultar difícil: son adolescentes, y algunos están a cientos de kilómetros de sus familias. Luego de una mañana intensa, tras el almuerzo, viene otro desafío no menos crucial: cursar la secundaria.
Hay distintas maneras de ser estudiante. Para la mayoría de los chicos y chicas en Argentina es el camino obvio, lo que se espera de ellos al menos hasta los 17 o 18 años. Pero para los adolescentes que aspiran a ser futbolistas, la escuela puede volverse un problema: no es fácil compatibilizar los tiempos de la preparación física, los partidos y los viajes con la rutina escolar. Algunos hacen malabares; otros, obligados a elegir, abandonan el proyecto de terminar la escuela.
Para que eso no suceda, el Ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires diseñó un proyecto de escolarización para deportistas de alto rendimiento (DAR) de 13 a 17 años. El pionero fue River: el proyecto DAR, que ya se implementa ahí, se expandirá en 2025 a otros clubes –Ferro Carril Oeste, Vélez Sarsfield y San Lorenzo– y a cinco escuelas públicas porteñas. El objetivo es llegar a unos 1500 estudiantes (en la misma línea, hay otra iniciativa similar para artistas de alta dedicación).
El modelo consiste en que la escuela se adapte a los deportistas –y no al revés–. “Nuestro horario es de 14 a 18 horas porque contempla que por la mañana entrenan y luego necesitan un tiempo prudente para almorzar y descansar. Además, teniendo en cuenta los viajes deportivos que realizan, River DAR le otorga a cada estudiante una computadora con la que trabaja en el día a día pero que también está disponible para llevar a los viajes y no perder continuidad pedagógica”, explica Micaela Forschberg, coordinadora de River DAR.
Juan Pablo Salgado (17), Ramiro Sardon (14), Fabricio Díaz (18) y Lisandro Tejada (18) conocen la experiencia de primera mano. Juan Pablo cursa quinto año –es el abanderado–, Ramiro está en segundo, Fabricio y Lisandro egresaron el año pasado. Todos coinciden en que el pasaje desde la secundaria tradicional al proyecto DAR cambió drásticamente su relación con la escuela.
“La cursada es muy distinta. En la otra escuela teníamos que escribir todo a mano, acá cada uno trabaja en su computadora. Yo nunca había tenido una”, cuenta Fabricio. Los horarios se adaptan a los tiempos y situaciones cotidianas de los jugadores. “A veces el entrenamiento de la mañana se estira. Antes yo llegaba tarde a la escuela, tenía que avisar a los preceptores. Acá, en cambio, entienden y se ajustan a nuestra rutina”, agrega Juan Pablo.
La modalidad de trabajo es por áreas de conocimiento: Ciencias Sociales, Ciencias Exactas, Comunicación e Inglés. En cada área hay tres “guías de aprendizaje” –así llaman a los docentes–. “El rol que ocupan en este modelo no es el de exponer el saber, sino el de guiar a los jugadores para encontrarlo por sí mismos. Los guías planifican los recorridos escolares de los jugadores en conjunto y entran a los espacios de aprendizaje los tres al mismo tiempo. Esto genera un aprendizaje mucho más personalizado”, describe Forschberg.
Después de los cinco años de cursada, los estudiantes se reciben de bachilleres con orientación en Educación Física. Además, el Gobierno de la Ciudad les entrega una Certificación en Deporte de Alto Rendimiento que reconoce los aprendizajes adquiridos en las 20 horas semanales de entrenamiento.
El modelo fue implementado por Mercedes Miguel antes de su llegada al Ministerio de Educación porteño: varios de los aspectos centrales de la reforma de secundaria que impulsa el ministerio ya se pueden ver en funcionamiento en este proyecto.
A las aulas las llaman “laboratorios”; no tienen un pizarrón sino que se puede escribir con marcadores en las paredes. Los alumnos no se agrupan por año escolar sino por categoría futbolística (de 9ª a 6ª división). Además de los “guías”, cada jugador es acompañado por un tutor que lo ayuda a ponerse metas académicas y definir cuánto quiere avanzar cada semana. Esos tutores fueron también deportistas de alto rendimiento, explica Santiago David, coordinador de fútbol formativo en River.
“Con ellos hablamos de la vida, te aconsejan un montón. Si salgo mal del entrenamiento y no quiero trabajar, la tutora me pregunta cómo estoy; es como una psicóloga. Entiende lo que nosotros pasamos cuando estamos estresados o extrañamos a nuestras familias”, cuenta Ramiro.
“Es un aprendizaje autónomo”, define Lisandro. Cada jugador tiene un plan de aprendizaje personalizado, que contempla su punto de partida en cuanto a conocimientos previos y nivel de autonomía. Siguiendo un modelo “relacional” desarrollado por el educador colombiano Julio Fontán, el recorrido de cada unidad didáctica se plantea en cuatro etapas: punto de partida, investigación, producción y relación. El foco no está puesto en los contenidos sino en las “habilidades”.
En la mayoría de los casos, las propuestas de trabajo se relacionan con el fútbol: por ejemplo, estudian Historia a partir de la historia del club, aprenden nociones de Física a partir del movimiento de la pelota, o ejercitan las habilidades comunicativas preparando una charla TED sobre su experiencia de vida. “Entendemos que si los jugadores logran relacionar sus aprendizajes con lo que viven día a día en la cancha, esos aprendizajes se convertirán en significativos y ellos serán mejores deportistas”, señalan David y Forschberg, al resaltar que las áreas de educación y fútbol trabajan “codo a codo”.
En la etapa final no hay exámenes, sino que el estudiante debe integrar los contenidos y explicar lo aprendido a su “guía de aprendizaje”: esa es la instancia de la “relación”. Si no lo logra, se pacta una nueva fecha. “Podés volver a intentarlo las veces que haga falta”, cuenta Fabricio. Forschberg explica: “Entendemos el error como parte del proceso de aprendizaje. Siempre decimos que cada jugador comienza a aprender cuando quiere, pero termina cuando sabe”.
La evaluación es por medio de colores. “Rojo significa que estás mal y tenés que meterle pata. Amarillo es que estás ‘ahí’. Verde es que estás avanzado. Ahora se viene el cierre de boletines y ya nos avisaron en qué color estamos”, explica Ramiro. “Cada uno maneja sus tiempos; los colores te sirven para ir controlándote a vos mismo”, agrega Juan Pablo.
Lograr el “verde” tiene beneficios más allá de lo académico: les permite a los jugadores cursar de manera remota hasta dos días por semana, una oportunidad especialmente valorada por quienes están lejos de sus casas porque les posibilita viajar a ver a sus familias. Para los que están en rojo, los viernes son “días de profundización” para tratar de ponerse al día.
Ramiro es de Chubut; Fabricio, de Santa Fe; Lisandro, de San Juan. Los tres viven en Casa River, la residencia de los jugadores de inferiores. En cambio, Juan Pablo vuelve todas las tardes a su casa en Villa Urquiza. Sus papás lo alientan a sostener el esfuerzo de estudiar: “La secundaria es importante para el día de mañana. Somos futbolistas, si damos una nota tenemos que saber hablar y expresarnos bien. Y si no es el fútbol, tener el título nos servirá para hacer otras cosas”. Lisandro añade: “Mi mamá siempre me dice que estudiar te abre muchas puertas”.
Fabricio es papá, su hija cumple 2 años en noviembre. “Decidí terminar la escuela por ella”, cuenta. Fue el primero de su familia en alcanzar el título secundario, y con un reconocimiento: le dieron el certificado de mayor progreso. “Los guías y los tutores fueron fundamentales, porque a veces yo no tenía ganas, iba solo a dar el presente”, reconoce. Ahora decidió seguir estudiando inglés; también le gusta la mecánica.
Para estos chicos no hay días libres: de lunes a viernes toca entrenamiento y escuela; los sábados y domingos compiten en los partidos de AFA y Liga Metropolitana. Con 14 años, Ramiro se muestra convencido de haber elegido este camino con el que sueñan tantos chicos de su edad. Sin embargo, antes de despedirse aclara: “Mucha gente se cree que esto es fácil, pero no ven el esfuerzo que hacemos todos los días. La mayoría solo ve una parte de la historia”.