La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) acaba de publicar el informe “Education at a Glance 2024″, donde presenta un exhaustivo análisis sobre el estado de la educación a nivel mundial, centrándose en los desafíos y logros de los sistemas educativos de los países miembros. Este informe se publica anualmente y ofrece no solo un panorama comparativo de indicadores clave como el financiamiento, la participación y los resultados educativos, sino que en su edición 2024 pone un énfasis particular en la equidad, explorando cómo las diferencias socioeconómicas, de género y de origen influyen en las trayectorias educativas y laborales de las personas.
Uno de los aspectos más destacados del informe es la mejora en los resultados educativos y las oportunidades laborales para los jóvenes adultos que tradicionalmente han estado en riesgo de exclusión. Desde 2016, la proporción de jóvenes de entre 18 y 24 años que no estudian ni trabajan ha disminuido del 16% al 14% en promedio. Esta reducción refleja un esfuerzo significativo por parte de los gobiernos para mantener a los jóvenes dentro del sistema educativo y mejorar su integración al mercado laboral. Al mismo tiempo, la proporción de adultos jóvenes sin una titulación secundaria superior ha caído del 17% al 14%, lo que sugiere que más jóvenes están completando su educación secundaria, un paso crucial para mejorar sus perspectivas laborales.
Sin embargo, estas cifras positivas no deben llevarnos a conclusiones complacientes. A pesar del incremento en la participación educativa, los resultados de aprendizaje no han mostrado mejoras significativas. En muchos países, la proporción de adolescentes de 15 años con bajo rendimiento en las pruebas PISA ha permanecido estancada o incluso ha aumentado desde 2012. Este dato plantea serias dudas sobre la calidad y pertinencia de la educación que se imparte, sugiriendo que no basta con mantener a los jóvenes en la escuela; es fundamental que también se garantice una educación que realmente les brinde las competencias necesarias para enfrentar los desafíos del siglo XXI.
El informe subraya que las disparidades en los resultados educativos empiezan desde los primeros años de vida y se perpetúan a lo largo de todo el ciclo educativo. La influencia del entorno familiar y socioeconómico es particularmente determinante: los hijos de padres con menor nivel educativo tienen menos probabilidades de acceder a la educación temprana y, consecuentemente, de alcanzar niveles superiores de educación. En varios países, los niños de familias con menores ingresos tienen 18 puntos porcentuales menos de probabilidad de estar matriculados en programas de educación infantil antes de los tres años, una desventaja que se arrastra y amplifica en las siguientes etapas educativas. Este dato revela la necesidad urgente de políticas que aseguren un acceso equitativo a la educación desde la primera infancia, dado que las diferencias que se generan en estos primeros años tienden a consolidarse y aumentar con el tiempo.
Para contrarrestar esta tendencia, algunos países han optado por reducir la edad de inicio de la educación obligatoria para incluir la etapa preescolar, reconociendo que la inversión en los primeros años es clave para mitigar las desigualdades de origen. Sin embargo, persisten barreras significativas, especialmente para las familias de menores ingresos, debido a la falta de accesibilidad y asequibilidad de los servicios de cuidado y educación infantil. En muchos casos, la oferta pública es insuficiente o limitada en horas, lo que obliga a los padres a recurrir a opciones privadas, cuyo costo puede ser prohibitivo. Así, a pesar de los avances, la educación temprana sigue siendo un privilegio para muchos, cuando debería ser un derecho garantizado para todos.
El informe de la OCDE también pone de relieve la problemática de la escasez de docentes calificados, un desafío que afecta con mayor dureza a las escuelas en comunidades desfavorecidas. A medida que los docentes experimentados se jubilan, muchos países enfrentan dificultades para atraer a nuevos profesionales que cubran estas vacantes, especialmente en áreas rurales o en escuelas que sirven a poblaciones socioeconómicamente vulnerables. Aunque algunos países han implementado incentivos financieros para atraer a los docentes a estas zonas, estas medidas a menudo resultan insuficientes. La rotación constante de personal y la falta de apoyo adecuado en el entorno laboral desalientan a los educadores, perpetuando un círculo vicioso que impacta negativamente en la calidad educativa de los sectores más vulnerables.
Además de la falta de docentes, el informe aborda otra disparidad persistente: la desigualdad de género en el mercado laboral, a pesar de los avances educativos de las mujeres. En términos generales, las mujeres tienen mejores desempeños académicos y mayores tasas de finalización en la educación secundaria y terciaria. Sin embargo, estas ventajas educativas no se reflejan en igualdad de oportunidades laborales. Las mujeres jóvenes tienen una menor tasa de empleo que los hombres, especialmente aquellas sin una titulación secundaria superior. A los 25-34 años, la tasa de empleo de las mujeres sin título secundario es significativamente menor que la de sus pares masculinos, una brecha que persiste incluso entre quienes cuentan con estudios terciarios. Además, las mujeres siguen percibiendo salarios inferiores a los de los hombres, lo que indica que la educación, por sí sola, no basta para cerrar la brecha de género en el mercado laboral.
El análisis de la OCDE también resalta cómo las características socioeconómicas y culturales influyen en los logros educativos. En muchos países, los hijos de padres con mayor nivel educativo son significativamente más propensos a alcanzar títulos universitarios que aquellos cuyos padres no completaron la secundaria. Por ejemplo, mientras que el 72% de los adultos con al menos un padre con titulación terciaria logra también un título terciario, solo el 19% de los adultos cuyos padres no completaron la secundaria alcanza ese nivel educativo. Estas cifras revelan la profundidad de la transmisión intergeneracional de la desigualdad educativa y la necesidad de políticas que intervengan de manera efectiva para romper este ciclo.
El documento concluye destacando la importancia de un enfoque holístico para la reforma educativa que no solo amplíe el acceso, sino que también garantice una educación de calidad y relevante para todos los estudiantes. La equidad debe ser un eje central en la formulación de políticas educativas, no solo para corregir desigualdades existentes, sino para prevenir que nuevas formas de desigualdad se consoliden. En última instancia, la educación debe ser vista como una herramienta poderosa para la movilidad social y el desarrollo económico, capaz de transformar vidas y sociedades, pero solo si se aborda con una visión inclusiva y comprometida con la justicia social.