La transición entre la secundaria y la universidad presenta desafíos significativos para los estudiantes, quienes a menudo enfrentan brechas en competencias básicas como la comprensión lectora y el razonamiento matemático. Son deficiencias que afectan la capacidad de los jóvenes para adaptarse a las exigencias académicas superiores y la permanencia en el nivel superior.
Silvia Torres Carbonell es una figura destacada en el ámbito del emprendimiento y la educación en Latinoamérica. Dirige del Centro de Entrepreneurship del IAE Business School, de la Universidad Austral, y lidera el programa WISE – Women In STEM Entrepreneurship, una iniciativa del BID Lab que promueve el desarrollo de emprendimientos científico-tecnológicos liderados por mujeres en la región. Además, Torres Carbonell hace casi veinte años está al frente de la Fundación Ruta 40, una organización sin fines de lucro enfocada en apoyar la educación y el desarrollo en zonas rurales de Argentina, reforzando su compromiso con la mejora de la calidad educativa y la inclusión social.
En esta entrevista con Ticmas, Torres Carbonell reflexiona sobre las deudas educativas que los estudiantes arrastran al ingresar a la universidad y la necesidad de un enfoque integral para abordar estas brechas. Discute cómo el sistema educativo y las universidades pueden implementar acciones remediales, y resalta la importancia de adaptar la educación a los desafíos del siglo XXI. Además, aborda la evolución del perfil del estudiante universitario moderno y la relevancia de incorporar límites y principios claros en la formación, al tiempo que se fomenta la creatividad y la independencia.
—¿Cuáles son las deudas educativas de los estudiantes que terminan la secundaria y comienzan la universidad?
—Creo que hay algunas deudas básicas y algunas más avanzadas. Uno espera que un estudiante, después de haber hecho su escolaridad completa termine con un set de conocimientos, pero, sobre todo, con la capacidad de haber puesto en juego lo que yo llamo las cuatro partes del cerebro. Nosotros tenemos el don maravilloso de la inteligencia, que, si se piensa en los hemisferios del cerebro, cada lo aborda desde la lógica, la empatía, la creatividad, la sociabilidad. Si después de haber terminado la escuela secundaria, un estudiante no logró un desarrollo equilibrado de esas cuatro partes del cerebro, no consiguió desarrollar todo lo que podría hacer en potencia.
—¿Cómo se traduce ese desarrollo en competencias?
—Si lo traducimos a competencias, un chico que termina su secundaria debería tener la capacidad de leer e interpretar lo que lee, hacer cálculos matemáticos básicos y haber incorporado conocimientos relacionados con el entorno —con el pasado, la historia, la geografía— para ubicarse dónde está. Además, hay un tema de sociabilización absolutamente clave; muchas veces los chicos llegan con eso muy deformado. El problema es que, cuando no tienen lo básico, les es muy difícil incorporar las nuevas tecnologías. Querés hablar de temas como la inteligencia artificial o el internet de las cosas y no terminan de comprender conceptos básicos, consignas.
—Podría decirse que, sin lo básico, no se dominan las abstracciones.
—Claro, y eso dificulta lo que llamaríamos un desarrollo más avanzado de la educación. En la Fundación Ruta 40, que llevo adelante desde hace 19 años, decimos que la ruta 40 es la columna vertebral del país. Bueno: la educación es la columna vertebral de una persona. ¿Por qué? Porque cuando te falla la columna vertebral no te podés levantar, no te podés erguir, no podés caminar, no podés avanzar. La falta de educación de calidad en un niño, en cualquier entorno, lo limita en su movimiento hacia el futuro. Un chico que no está educado, que no tiene las capacidades básicas, no puede ni levantarse de donde viene. Y, si a esto además lo llevamos a los entornos más vulnerables, tiene una gravedad mayor.
—Suele pasar que, si un estudiante no alcanza una competencia requerida, se lo deja avanzar porque ya lo hará más adelante. Pero, a su vez, quien lo recibe no sabe qué hacer porque debería haberse resuelto antes. Entonces, ese chico termina preso de sus imposibilidades. Y aquí una doble pregunta: ¿cómo se resuelve esa falta? Y también: ¿qué acciones remediales toma la universidad con esos estudiantes?
—Es una cuestión interesante. El primer punto es cómo prevenir o trabajar para que esto no ocurra con los nuevos estudiantes que están llegando. Desde muchas organizaciones y, en algunos lugares, también desde lo público, se está empezando a tomar conciencia de la necesidad de atacar el problema de fondo. El Plan Nacional de Alfabetización —que hay que ver cómo se implementa— y el tema de la educación esencial atacan esa base. Ahora, como bien decís, la universidad no puede quedarse de brazos cruzados. Hay formas para que la universidad ayude a rescatar a estos jóvenes.
—Como ¿por ejemplo?
—Hay organizaciones que trabajan en los últimos años del secundario para apuntalar una educación deficiente. Si el chico no puede llegar hasta arriba, hay que bajar a rescatarlo. Hay programas de mentorías, programas de acompañamiento con chicos que ya están en la universidad. Me gustan los modelos en donde se emparejan chicos de la universidad con chicos que muestran deficiencias en la educación. Es una educación entre pares que va más allá de con el adulto. Hay que ser creativo. Yo siempre digo una frase de Edward Wilson: tenemos mentes paleolíticas, instituciones medievales, y tecnologías de los dioses. La escuela es una institución medieval y todavía hay muchas mentes paleolíticas en el sistema educativo argentino. El desafío está en cómo hacés, con las nuevas tecnologías, para penetrar eso y ver cómo rescatás a esos chicos.
—¿Cómo es hoy un estudiante universitario? ¿Qué habilidades fomenta la universidad en él?
—Yo estoy convencida de que no todo cambio es bueno; hay cambios para bien y cambios para mal. El concepto de límites, de autoridad, de cierta disciplina son necesarios. No soy partidaria del modelo extremo que les deja hacer cualquier cosa al alumno y que lo iguala al maestro. No son iguales. Pero sí creo que hay que ir hacia un modelo de equilibrio. El estudiante universitario hoy es distinto: quiere co-construir su educación. Quiere sentir la libertad de elegir, quiere saber que puede ser creativo y que es bueno que lo sea. Pero también pide límites. Límites razonables, claro. No el límite porque sí, sino el límite que tiene argumentos. Por eso, es un desafío muy grande educar a los jóvenes en el mundo moderno, con flexibilidad, con creatividad, con independencia y autonomía, pero ayudándolos a que crezcan en valores, en principios, en hábitos.
—Siguiendo con el estudiante universitario: hoy sabemos que, después de terminar la carrera, hay que continuar formándose.
—Sí, eso es un punto clave. El estudiante necesita que la universidad sea una especie de paso hacia su futuro profesional y laboral. Hay algunas universidades que lo están haciendo mejor; otras, no tanto. Pero, en general, se busca la interacción entre la universidad y el mundo del trabajo. Antes estaban totalmente disociados: el chico terminaba la universidad y era un shock cuando empezaba a trabajar, en cualquier ámbito. Hoy, por suerte, se está haciendo un tránsito que también es muy positivo para las empresas, porque es buenísimo incorporar en tu equipo a jóvenes con mentalidades nuevas y una mirada cuestionadora. Y, en algunos lugares está empezando a bajar al secundario. La Ciudad de Buenos Aires, por ejemplo, tiene las prácticas profesionales. Ahí hubo resistencia de los sindicatos, pero yo creo que es una forma de darles herramientas para después salir al trabajo. Además, es verdad que hay chicos que por ahí no pueden seguir en la universidad.
—Sólo el 30% de los estudiantes de 5to. año siguen una carrera universitaria.
—El último año de secundario les deberían dar esas capacidades. Yo tengo mis años ya, pero soy una apasionada de la tecnología porque veo el impacto que puede tener.
—Entonces, celular en el aula: ¿sí o no?
—Como cualquier herramienta, no es ni buena ni mala, depende del uso que uno le da. El celular en el fondo es mucho más que un aparatito. Es una ventana al mundo, a la información infinita, a la creatividad infinita y también a lo malo infinito. Hay que enseñarles a los chicos a usarlo, porque no se lo vas a poder eliminar. La escuela y la universidad tienen que educar en el uso de una herramienta tan poderosa como un celular. Volviendo a lo que te dije antes sobre el equilibrio, hay que poner límites. No creo en prohibirlo todo el tiempo, pero está bueno que haya algunos momentos en que se quede afuera. Hay instancias en las que se puede usar el celular para enseñar y para aprender. El otro gran tema es cómo transformamos a los a los educadores, cómo los ayudamos a darles esas herramientas. Para ellos también es un desafío. En la en la época de la pandemia, desde Fundación Ruta 40 apoyamos 80 escuelas de forma directa y 300 en general. Y empezamos a dar formación a las maestras que no sabían cómo usar el Zoom o mandar la tarea por WhatsApp. Hay que estar entender que la situación del docente también es desafiante. Hay que dedicar mucho a la formación.