Marina Umaschi Bers: “La programación es la alfabetización del siglo XXI”

Especialista en el diseño de tecnologías educativas, Umaschi Bers habló con Infobae sobre su último libro. Allí argumenta que los chicos aprenden valores a través de la programación, entendida como un “puente” para conectar con los otros y construir un mundo mejor

Marina Umaschi Bers es profesora de la Escuela de Educación y Desarrollo Humano del Boston College; también dirige un grupo de investigación sobre Tecnologías del Desarrollo (DevTech).

Marina Umaschi Bers construye puentes: entre las humanidades y la computación, entre la educación y la tecnología, entre la tradición filosófica y la programación. En ese cruce se ubica su trabajo en la Escuela de Educación y Desarrollo Humano del Boston College y en el grupo de investigación sobre Tecnologías del Desarrollo (DevTech), dedicado al diseño y estudio de tecnologías de aprendizaje para promover el desarrollo integral de los estudiantes.

Umaschi Bers es argentina, pero desde 1994 vive en Estados Unidos: luego de terminar la carrera de Comunicación en la UBA, cursó una maestría en Medios Educativos y Tecnología en la Universidad de Boston y luego un doctorado en el Laboratorio de Medios del MIT, donde trabajó con el reconocido matemático y educador Seymour Papert. Desde mediados de los noventa, Umaschi Bers diseña herramientas tecnológicas para el aprendizaje, desde robótica hasta mundos virtuales; entre otras cosas, codesarrolló el lenguaje de programación ScratchJr, usado en todo el mundo. En 2023 fue seleccionada como miembro de la National Academy of Education de Estados Unidos.

Su último libro, Programación y valores. Cómo los niños aprenden valores humanos a través de la computación (Logos), plantea que es necesario enseñar programación desde la etapa preescolar, pero concibe este aprendizaje como una manera de fomentar que los estudiantes desarrollen el carácter, fortalezcan la capacidad de resolver problemas tanto técnicos como éticos y participen en experiencias comunitarias que favorezcan las relaciones personales. Otra vez: la tecnología como puente. Sobre estos temas, Umaschi Bers conversó con Infobae.

–¿Por qué “programación” y “valores”? ¿Cómo se cruzan en la escuela esos dos mundos que no parecen tener demasiado en común?

–Todas las acciones humanas tienen que ver con valores. Cuando diseñamos y cuando enseñamos con tecnología, lo podemos hacer siendo conscientes de esos valores o no. En mi trabajo diseñamos robots y apps para educación. Cuando los llevamos a las escuelas, la enseñanza tiene que ver no solo con la parte técnica, que es la más fácil, sino con los valores que transmitimos a través del uso de esa tecnología. Muchas veces se disocian esos dos aspectos: se piensa que si yo hago la parte técnica ya no hago humanidades, y viceversa.

Cuando llevamos la tecnología al aula, podemos hacerlo de manera instrumental: que los chicos aprendan a programar y listo. O como hacemos nosotros: que los chicos aprendan a programar para poder crear un mundo mejor. Ahí se juegan los valores. ¿Qué significa hacer un mundo mejor? ¿Son los mismos valores para todos? ¿Qué pasa cuando hay dilemas o conflictos? El libro habla de una paleta de valores humanos, con la metáfora del pintor. Cuando un artista va a pintar, arma su paleta de colores. Si va a pintar una selva elegirá verdes, y si es un atardecer elegirá anaranjados. Hay colores universales, pero después cada uno les da su propio sentido, los matiza y los mezcla.

La idea es que, si va a trabajar con tecnología en educación, cada maestro o cada padre pueda preguntarse por esos valores: ¿cuál es nuestra paleta, qué valores vamos a agregar? A lo largo de más de 30 años de investigación, nosotros identificamos diez valores o virtudes fundamentales: curiosidad, perseverancia, generosidad, justicia, mentalidad abierta, honestidad, misericordia, optimismo, gratitud y paciencia.

Esos valores se ponen en juego por ejemplo en cómo un maestro distribuye los materiales, en cómo organiza el tiempo. Si, por ejemplo, yo pienso que la colaboración es un valor importante en mi paleta, voy a dedicar tiempo en mi clase para que, en vez de que los chicos creen individualmente el mejor proyecto de robótica, desarrollen el mejor equipo de trabajo. Cuando vamos a enseñar tecnología, tenemos siempre una paleta de valores: la pregunta es cuáles vamos a agregar o a sacar según el contexto.

En "Programación y valores" (Logos), la autora plantea que la programación para niños trasciende lo técnico: es una forma de alfabetización que les permite expresarse y relacionarse con el mundo que los rodea.

–¿Podrías dar un ejemplo de cómo se juegan estos valores en alguna decisión pedagógica en la clase de programación o robótica?

–Cuando enseñan robótica, la mayoría de las escuelas les dan a los estudiantes el kit ya armado. En el caso de KIBO –que es el robot que desarrollamos nosotros para niños de 4 a 7 años–, tiene dos ruedas, dos motores, un sensor de cada tipo, diferentes materiales. Cuando nosotros enseñamos robótica, lo que hacemos es desarmar los kits. Vamos al aula y ponemos todos los motores por un lado, las ruedas por otro, los sensores todos juntos. Parte de la actividad inicial consiste en que los chicos tienen que descubrir qué materiales necesitan para su robot. Como son chiquitos, en general quieren agarrar lo más posible. Entonces por ahí van a agarrar diez motores, aunque solo pueden usar dos. Eso quiere decir que algún compañero se quedará sin ninguno. Ese es un momento de aprendizaje; nosotros paramos la clase y les preguntamos: ¿qué pasó acá? ¿vos necesitabas diez motores?

Ahí estás discutiendo sobre valores. No es lo más eficiente: si la eficiencia es un valor importante en mi paleta, no tengo que tomar esta decisión pedagógica. Pero si en mi paleta tengo el respeto hacia el otro o la generosidad, quizás sí.

Nos interesa devolver la tecnología a las humanidades. El primer pensamiento computacional que yo puedo reconocer estaba en la filosofía: eran los silogismos, la lógica. Los filósofos unían la abstracción, la resolución de problemas y el uso de un lenguaje para pensar sobre la existencia humana. La idea del libro es volver a esas raíces. Incluso muchos de los pioneros en inteligencia artificial venían de la filosofía.

–Algunos especialistas plantean que, más que enseñar programación, el foco de la escuela debería estar en el desarrollo del pensamiento computacional. ¿Qué pensás sobre esa discusión?

–Yo creo que el pensamiento computacional es necesario, pero no es suficiente. La programación es un hacer a partir de un lenguaje. Uno con los lenguajes crea o destruye mundos. Con un lenguaje de programación, uno puede hackear o puede crear un proyecto transformador. En cambio, el pensamiento computacional es una habilidad cognitiva vinculada con la lógica y la resolución de problemas, pero no implica necesariamente llevar ese pensamiento al lenguaje y, por lo tanto, a la acción. El pensamiento necesita plasmarse para tener algún efecto, lo mismo pasa con el lenguaje natural: si vos no usás el lenguaje para expresar tus pensamientos, van a quedar solo en tu mente. Sobre todo si estamos hablando de valores, no alcanza con el pensamiento: los valores se ponen en juego al aplicar el pensamiento, en este caso a través de un lenguaje de programación.

–Algunos también han cuestionado que sea necesario enseñar programación a todos ahora que se masificaron las IA generativas, que resuelven tareas de codificación. ¿Cómo lo ves?

–Yo lo veo al revés. Por más que los algoritmos sean generativos, primero fueron generados por un ser humano. Por lo tanto, cuanta más inteligencia artificial haya, más programadores se van a necesitar. Pero no el programador como alguien que traslada un lenguaje a otro, sino el programador como alguien que puede generar nuevos algoritmos y nuevos desafíos. O sea, se va a necesitar un programador sofisticado. Va a haber nuevos tipos de lenguajes y nuevas maneras de trabajar, en las que el programador ya no trabaja solo sino en equipo con una inteligencia artificial. Y acá de nuevo entran en juego los valores: ¿cómo se forman esos equipos? Cuando uno aprende a escribir, aprende también a pensar de manera diferente. Lo mismo sucede con la programación.

Umaschi Bers presentó su libro en el Palacio Pizzurno, en un evento organizado por Logos, Fundación Varkey y la Secretaría de Educación de la Nación.

–¿Cuál será el principal impacto de la inteligencia artificial en educación?

–Me parece que la inteligencia artificial en las escuelas va a ser lo que en inglés llaman una wake up call: un llamado de atención que va a tener que despertar a los maestros y a los sistemas educativos. Hay que tomar conciencia de que no se puede seguir enseñando como se enseñaba cuando mi abuela iba a la escuela y, sobre todo, no se puede seguir evaluando de la misma manera. En muchos lugares ya se cambió la manera de enseñar y ahora se trabaja por proyectos, pero se sigue evaluando con exámenes, con ensayos o con cuestionarios que hoy puede resolver la IA en un minuto.

Me parece que la IA desafía a las escuelas a pensar qué significa realmente aprender a aprender. Porque ahí está el quid de la cuestión. Lo que seguro vamos a necesitar es seguir aprendiendo. Y la educación todavía está muy basada en contenidos.

En nuestro currículum nosotros hablamos no tanto de contenidos y habilidades, sino de “ideas poderosas”. ¿Cuáles son las ideas poderosas de la lectoescritura, de la matemática, del pensamiento computacional? Se trata de identificar, dentro de las disciplinas, esas cinco o seis ideas poderosas que se van complejizando a medida que el estudiante avanza. Por ejemplo, en la lectoescritura, una idea poderosa es que “el orden importa”, como se ve en la sintaxis. Esa idea de orden sintáctico te sirve tanto para lenguajes de programación como para lenguajes naturales, sea español, inglés o francés. Las ideas llevan a la innovación, pero los contenidos y habilidades no necesariamente.

–Vos entendés la programación como una forma de alfabetización. ¿Es una habilidad que debería ser universal, que la escuela debería garantizar para todos?

–Sí, es una nueva alfabetización que entra en diálogo con la alfabetización tradicional, es decir, el aprendizaje de la lectura y la escritura. Nosotros desarrollamos un currículum que se llama “Programación como otro idioma”, en Argentina trabajamos con Fundación Varkey en Corrientes y Mendoza. Entendemos que la codificación es la alfabetización del siglo XXI, que no reemplaza a la alfabetización tradicional, sino que la “aumenta”. La manera de enseñar a programar tiene que ver con la enseñanza de la escritura: son lenguajes simbólicos de representación. En nuestro trabajo con niños chiquitos, de 4 a 8 años, hacemos que las dos alfabetizaciones estén en conversación. Ambas involucran la resolución de problemas, el pensamiento lógico, la expresión de ideas, el uso de símbolos y un sistema de gramática y sintaxis que supone que las secuencias estén en un determinado orden.

En general, cuando se enseña a programar, se lo hace como parte de STEM (sigla en inglés para Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemática). Nosotros lo hacemos dentro del marco de la lectoescritura. Planteamos que STEM son solo cuatro letras, pero el alfabeto tiene veintisiete. Uno no aprende a leer y escribir solo para expresarse en la clase de Lengua: usás esa habilidad en todas las materias. Con la programación es lo mismo. Una vez que aprendés a programar, podés usarlo en cualquier disciplina.

Al entender la programación como un lenguaje, con su sintaxis y su semántica, eso también trae la cuestión de los valores, porque el lenguaje es relacional y permite crear. El lenguaje no es un fin en sí mismo, sino una manera de conectar con el otro. Yo tomo las ideas del filósofo Martin Buber para entender la tecnología como un vehículo para relaciones yo-tú, no yo-ello. Eso implica que la programación deje de ser un fin en sí mismo: la idea es que yo aprendo a programar para ir más allá, para poder crear algo con el lenguaje, para poder establecer relaciones con personas, para poder contribuir a mi comunidad. Entonces ese aprendizaje se da a partir de proyectos, y no simplemente de resolver una ecuación o un problema chiquito.

Umaschi Bers propone enseñar programación desde preescolar como una manera de fomentar el desarrollo del carácter y favorecer habilidades técnicas y éticas.

–¿Es posible desarrollar esta alfabetización si no está garantizada la alfabetización tradicional? ¿Se puede avanzar con ambas en paralelo?

–Nuestro trabajo demuestra que es en paralelo. Hicimos estudios bastante grandes, pruebas controladas aleatorias en escuelas de Boston y Rhode Island. Ahí vimos que, aunque para enseñar a programar le sacamos tiempo a la lectoescritura –porque lo hacemos en las horas de lengua, en jardín de infantes y en primer y segundo grado–, esos chicos terminan leyendo y escribiendo mejor que los otros. Son habilidades transversales. Si el chico aprende que cuando uno lee y escribe hay un orden, es decir que el orden importa, eso también le sirve para programar. Es una habilidad básica, en inglés se llama “sequencing” (secuenciación). La sintaxis es muy importante, tiene mucho que ver con la programación: apunta a la abstracción y al orden de las estructuras. Sin embargo, muchas veces se la deja de lado en la enseñanza.

–En tu último libro retomás una idea que habías planteado en una charla TED: entender la programación como un patio de juegos. ¿A qué se refiere esa metáfora?

–En mi trabajo tenemos cuatro pilares que guían todos nuestros proyectos, y los expresamos como metáforas. La primera es coding as a playground: la programación como un patio o parque de juegos. La idea es que todas las dimensiones del desarrollo humano se ven en ese espacio: los chicos se divierten, socializan, hablan, aprenden a resolver problemas, inventan, usan el cuerpo, aprenden a negociar. Si entendemos la programación como una posibilidad de llegar a los valores humanos, no queremos limitarla a la parte cognitiva; queremos que el niño se desarrolle de manera integral. En el parque de juegos los chicos pueden jugar, crear, inventar; pueden cometer errores y volver a tratar. Y los adultos en general están sentados afuera e intervienen solo si hay un problema grave. Lo opuesto es el corralito, donde el niño está limitado, no puede escapar y no tiene autonomía, sus materiales de juego dependen del adulto.

Otro de los pilares tiene que ver con lo que hablábamos antes: entender la programación como otro lenguaje, no dentro de las disciplinas STEM. La tercera metáfora es la programación como un puente: si hablamos de lenguajes, podemos pensarlos como puentes o como barreras. Nosotros hicimos muchos proyectos donde usamos la programación para que grupos étnicos y religiosos diferentes se comunicaran entre sí y crearan proyectos juntos. Trabajamos mucho en Argentina y en Boston con escuelas judías, musulmanas, católicas y públicas que hicieron proyectos juntas. Los chicos empezaron a conocerse programando y dejaron de lado estereotipos. También tenemos un proyecto grande con israelíes y palestinos, y otros intergeneracionales, donde nenes chiquitos trabajan con chicos más grandes. La cuarta metáfora es la programación como paleta de virtudes o de valores.

–¿A qué edad recomendás empezar con el aprendizaje de la programación?

–Nosotros empezamos a los cuatro o cinco años. En Corrientes y Mendoza trabajamos con chicos a partir de los cinco; también estamos trabajando con Plan Ceibal en Uruguay. Nos enfocamos desde preescolar hasta segundo grado, que es la edad cuando se enseña a leer y escribir. Está estudiado que a partir de los ocho años ya se empiezan a formar los estereotipos de “yo no puedo”, “esto no es para mí”. En muchos lugares son las mujeres o las minorías quienes asumen esas creencias. Hay que empezar antes de que formen, cuando los chicos están abiertos a cualquier forma de aprendizaje.

Nosotros lo abordamos de manera transversal, porque si lo ponemos como una materia específica, lo aislamos. Por eso es más fácil empezar en nivel inicial, donde la maestra en general da todas las clases: integra. Cuando los chicos ya son más grandes, entonces sí lo podés tener como materia específica.

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