La decisión del Gobierno porteño de que los estudiantes de primaria y secundaria ya no puedan usar el celular en la escuela reabrió el debate sobre los efectos de los dispositivos y su utilidad (o no) en el aula. En la discusión se entrecruzan argumentos vinculados con la salud, con el aprendizaje y con la socialización: es decir, con el desarrollo integral y el bienestar de los chicos.
La resolución N° 2024-2075 del Ministerio de Educación de CABA, publicada el miércoles 7, definió “regular la utilización de dispositivos digitales personales en establecimientos educativos de la Ciudad de Buenos Aires durante el horario escolar”. En el anexo, la resolución aclara que en las escuelas primarias y los jardines de infantes los estudiantes no pueden usar celulares durante las clases ni en los recreos. La norma es menos restrictiva para la secundaria: se plantea que los teléfonos deben estar guardados durante las horas de clase “excepto en las actividades pedagógicas planificadas”.
Es justamente en este nivel donde el desafío del celular parece más crítico. En primaria, solo 3 de cada 10 familias (31,5%) afirman que los chicos tienen teléfono propio, mientras que la cifra asciende a 9 de cada 10 en secundaria (90,2%), según una encuesta que realizó en julio la Unidad de Evaluación Integral de la Calidad y Equidad Educativa (UEICEE) a una muestra –no representativa– de 1911 familias. Entre quienes tienen celular, casi 7 de cada 10 lo llevan a la escuela (67,2%), pero la cifra aumenta entre los mayores de 14 años (97,5%), según las respuestas de padres y madres.
La ministra de Educación de CABA, Mercedes Miguel, explicó que la medida fija un “piso” de restricciones: las instituciones educativas pueden tomar medidas aún más estrictas, como la prohibición de uso también en secundaria. Desde el ministerio porteño reconocieron que hay escuelas que ya avanzaron en esta línea, y que la medida busca respaldar a las que aún no lo hicieron.
El anexo de la resolución oficial plantea que cada escuela deberá construir “acuerdos institucionales contextualizados” que regulen el uso de los dispositivos digitales en el marco de la nueva normativa. La ministra Miguel señaló que descartaron la posibilidad de “prohibir”: “Queremos que los estudiantes de secundaria desarrollen la autorregulación, una competencia que será muy demandada”.
La medida tiene como objetivo “estimular la concentración” y fortalecer los aprendizajes de los alumnos durante las horas de clase, así como “promover la socialización” en los recreos. Desde el Gobierno porteño la enmarcaron en el plan Buenos Aires Aprende, que tiene entre sus ejes prioritarios la mejora de los “aprendizajes fundacionales” (Lengua y Matemática), pero que también incluye un “plan integral de educación digital” que prevé el uso de dispositivos en el aula.
A nivel internacional, varios países (como Francia, Italia, Países Bajos y China) ya prohibieron los celulares en la escuela, mientras que otros están discutiendo el tema. En 2023, la ministra de Escuelas de Suecia también había decidido, motivada por el deterioro en la comprensión lectora, reorientar el gasto en educación digital hacia la inversión en libros.
La resolución porteña menciona, en Argentina, los casos de las provincias de San Juan y Mendoza, donde se definió una “utilización acotada“ de los teléfonos: se restringió el uso en el aula, pero se permite en el comedor y los recreos. Además, la medida retoma recomendaciones y evidencia de la Sociedad Argentina de Pediatría y de organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud, la Unesco y las pruebas PISA de la OCDE.
El debate no es nuevo. Hace casi 20 años, en 2006, la entonces directora general de Cultura y Educación de la provincia de Buenos Aires, Adriana Puiggrós, había prohibido los celulares en todas las escuelas bonaerenses, desde nivel inicial hasta secundaria. En aquel momento –cuando los celulares eran muy distintos a los que conocemos hoy– el argumento había sido que su uso “descentra y desconcentra el proceso de enseñanza aprendizaje”. Esa prohibición fue revertida 10 años después, bajo la gestión de Alejandro Finocchiaro, en un escenario en el que ya se habían generalizado los smartphones –cuyo potencial pedagógico es muy distinto del de los viejos teléfonos–.
Celulares en la escuela: por qué no
Más allá de la medida del Ministerio de Educación de CABA –que, según anticiparon desde el Gobierno, será monitoreada para evaluar sus resultados y eventualmente hacer ajustes–, el debate sobre el celular en la escuela se está dando a nivel global e involucra perspectivas diversas.
Para Alejandro Artopoulos, director académico del Centro de Innovación Pedagógica de la Universidad de San Andrés (UdeSA), es necesario distinguir la discusión pedágogica de la vinculada con la salud. “En estas medidas, el disparador es una crisis de salud pública”, señaló Artopoulos, y aludió al crecimiento de la ludopatía entre los chicos y adolescentes.
“Este consumo problemático es uno más en un contexto de escalamiento de los problemas mentales que generan los algoritmos adictivos de las redes sociales, potenciados por la pandemia, que trajo a su vez una epidemia de ansiedad y depresión en niños y adolescentes”, explicó Artopoulos a Infobae.
Algunos expertos reconocen una potencialidad pedagógica del celular en secundaria, pero no en primaria. “Cuando un padre de un niño de 10 años le da un celular a su hijo, tiene que saber que le está dando droga: los chicos a esa edad no tienen las herramientas cognitivas para hacerle frente”, señaló Fabio Tarasow, coordinador académico del Proyecto de Educación y Nuevas Tecnologías (PENT) de FLACSO.
Uno de los argumentos en contra de la prohibición de los teléfonos es que puede “obstaculizar” el contacto entre el estudiante y su familia. Frente a eso, Tarasow respondió: “En esos casos, le pueden dar un celular sin conexión a internet, que permita mandar mensajes y hacer llamadas telefónicas”.
Con respecto a la dimensión pedagógica, varios docentes advierten que el celular en el aula es un factor disruptivo, que altera la dinámica de la clase y afecta el aprendizaje. “Que el celular esté disponible en el aula produce dificultades de concentración, habilita la dispersión y desordena la clase”, enumeró Viviana Postay, especialista en gestión educativa y docente de nivel superior y secundario.
La presencia de dispositivos puede ser especialmente disruptiva para lograr algunos aprendizajes básicos, sobre todo en edades tempranas. “En la primera infancia y en el desarrollo de la lectoescritura, los niños deben dedicar tiempo a la lectura y todos los aspectos psicomotrices; por ejemplo, cómo tomar el lápiz, cómo usar la mano para escribir, cómo leer un texto. El uso excesivo de las pantallas en el aula atenta contra el proceso de pensamiento que lleva a incorporar la escritura”, expresó Mónica Prieto, profesora de la Escuela de Educación de la Universidad Austral.
“Tenemos papás que les escriben a los alumnos en el horario escolar, lo que genera una enorme disrupción”, describió Postay. Y consideró que, frente a estas situaciones en las que es necesario poner límites a los chicos pero también a las familias, es fundamental que los directivos cuenten con el respaldo de una política pública.
“Regular el uso del celular debería conducirnos a poder aprovechar los beneficios (su utilidad como soporte pedagógico) sin sufrir sus perjuicios (alteración del desarrollo, vulneración de derechos, etcétera)”, sostuvo Bruno Videla, profesor de nivel secundario. Y agregó: “Si la norma que pretende regular la cuestión les delega dicha facultad a las escuelas, entonces ahí lo que hay que trabajar es cómo reestablecer la autoridad del docente: el celular es en realidad la punta del iceberg”.
La medida del Gobierno porteño plantea la necesidad de abordar este tema más allá de la escuela: el Ministerio elaboró una guía con “Recomendaciones para el uso responsable de las tecnologías en casa”, dirigida a las familias, y Mercedes Miguel anticipó que prevén organizar talleres de crianza digital con padres y madres.
Para Sebastián Bortnik, especialista en tecnología y autor del libro Guía para la crianza en un mundo digital, el foco de la discusión siempre había sido “qué hacer” con la tecnología, evitando la “tecnofobia”. En el último tiempo su perspectiva cambió: “Cada vez estoy más convencido de que prohibir los celulares en los colegios resulta necesario, sobre todo si es la única manera de frenar situaciones como chicos chateando por Whatsapp o mirando redes en el medio de una clase, o alienados con sus celulares en el recreo”.
“Hoy el celular está afectando dos variables que son muy importantes para la vida: la socialización y la atención”, explicó Bortnik a Infobae. En ese sentido, enfatizó que la tecnología “es un medio, no un fin”, y agregó: “No estamos prohibiendo el celular: estamos prohibiendo que te pases 15 minutos del recreo sin hablar con nadie, o estamos pidiéndote que puedas prestar atención a la clase”.
Bortnik participó de las mesas de consulta que organizó el Ministerio de manera previa a la resolución. Entre otras experiencias, destacó las de escuelas que avanzaron con prohibiciones “progresivas” o “parciales”. Por ejemplo, un colegio donde no se puede usar el celular en dos de los cuatro recreos, para que los chicos tengan que gestionar momentos “libres de pantallas”. O una escuela donde, una vez por mes, hay una “semana libre de celular”, para promover un “detox digital”.
Algunos expertos señalan que, más allá de la formación a docentes y el trabajo con las familias, es necesario que los gobiernos empiecen a pensar en formas de regulación, como ya lo está haciendo Europa y, de manera más extrema, China.
“Tiene que haber medidas de regulación de las redes sociales, por ejemplo prohibición de la publicidad indiscriminada. En Inglaterra se hizo una campaña muy exitosa, y los clubes de fútbol tienen prohibido poner las marcas de las principales plataformas en las camisetas. En Brasil, por ejemplo, no está disponible la inteligencia artificial de Meta en WhatsApp”, ilustró Artopoulos.
“En Occidente la reglamentación no hace responsables a las empresas de lo que sucede en las redes sociales. En China, en cambio, el gobierno responsabiliza a las empresas, que entonces son mucho más cautas en cuanto a lo que dejan circular en las redes”, explicó Tarasow.
Celulares en la escuela: por qué sí
Al conocerse la medida del Gobierno porteño, muchos docentes expresaron su apoyo, pero algunos también señalaron algunos motivos de preocupación. Un argumento que se repitió en varios testimonios: el celular cubre en el aula la falta de libros, de apuntes impresos o de otros dispositivos tecnológicos (si bien, en el caso de CABA, el Plan Sarmiento prevé la distribución de tablets, computadoras y kits de robótica, según informaron desde el Ministerio).
Para Viviana Postay, “el celular en clase tapa problemas de desfinanciamiento: para dejarlo de lado, es necesario tener recursos como libros y bibliotecas, computadoras que funcionen, conectividad en el aula”. La especialista señaló que, en algunos casos, el celular puede ser funcional a una “didáctica de la pobreza” cuando hay que sacarlo “porque no hay libros o porque no anda el wifi de la escuela”.
Al mencionar el caso de Suecia, Artopoulos advirtió sobre el riesgo de “copiar políticas europeas sin pensar en el contexto local”, dado que en Argentina la inversión estatal en equipamiento tecnológico y en libros para las escuelas dista mucho del presupuesto que asignan los países señalados como modelos.
“Vivimos en una sociedad de plataformas. Al prohibir los celulares, estamos formando chicos que, cuando egresen del secundario, estarán inermes en la selva digital. Me preocupa que no haya una agenda sobre los cambios curriculares necesarios para enseñar las habilidades y competencias relacionadas con la ciudadanía digital”, planteó Artopoulos.
Algunos expertos que cuestionan la prohibición de los celulares en la escuela sostienen que estos son un dispositivo central en la construcción del conocimiento actual, y que la medida puede “aislar” más a la escuela de la realidad exterior.
Para Fabio Tarasow, en la escuela secundaria el celular puede ser útil cuando tiene un sentido pedagógico. “Es clave que la escuela les aporte a los alumnos la capacidad de entender y usar críticamente estas herramientas”, consideró. De todos modos, el coordinador del PENT aclaró que “en otros momentos el celular tiene que estar fuera del radar” porque sus aplicaciones “están pensadas como imanes de la atención”, lo que implica un obstáculo para la concentración en clase.
En vez de prohibir, el desafío es “construir normas de convivencia para que, cuando no está pautado para una actividad pedagógica, el celular esté guardado”, dijo Tarasow a Infobae.
En una entrevista con Infobae previa al anuncio del Gobierno porteño, Mariana Maggio, especialista en tecnología educativa y directora de la Maestría en Tecnología Educativa de la UBA, reflexionaba: “Para la mayoría de nuestros estudiantes, la escuela es el camino de la inclusión: si prohibimos la tecnología estamos generando expulsiones que hoy son invisibles, pero que van a ser muy complejas cuando los chicos quieran insertarse en la educación superior o en el mundo del trabajo. ¿Qué pasa con los chicos que no están incluidos digitalmente en sus hogares? Prohibimos la tecnología en la escuela y los dejamos afuera. Además, hay otra complicación: le pedimos a la escuela que prohíba, pero esos mismos chicos salen de la escuela y están horas y horas y horas conectados”.
“La escuela tiene una oportunidad única para educar en el buen uso de las tecnologías, enseñando a los estudiantes a ser críticos y responsables con los contenidos que consumen”, plantearon en una respuesta conjunta Marcela Czarny, Andrea Urbas y Mariela Reiman, directoras de la asociación Chicos.net. Las tres especialistas subrayaron la necesidad de evitar los “enunciados binarios” y resaltaron un enfoque que “promueva la autonomía progresiva de los niños y adolescentes, brindándoles herramientas para un uso seguro y creativo de las TIC”.
Desde Chicos.net dijeron a Infobae que “la prohibición podría dejar a los estudiantes más desprotegidos y aumentar la desigualdad”, mientras que la educación digital puede contribuir a que los chicos desarrollen las habilidades necesarias para navegar la era digital.
En un sentido similar, Silvia Bacher, referente de la Unesco en Alfabetización Mediática e Informacional, consideró que es necesario poner el foco no en los dispositivos, sino en las competencias necesarias para la ciudadanía digital. Bacher planteó la necesidad de “garantizar la formación de los docentes, para poder después avanzar en las oportunidades que brindan los dispositivos para la formación de ciudadanos con miradas éticas y democráticas”.
“No es cuestión de ignorar los efectos nocivos del uso excesivo de las pantallas tanto para niños como adultos pero, como en todo vínculo saludable, los docentes pueden organizar el tiempo escolar identificando límites, acuerdos, especificaciones del sentido de la presencia del celular en el aula. Desde mi punto de vista, prohibir es atrasar”, consideró Bacher.
“El celular hoy es parte integral de nuestra cultura y debería ser parte de los contenidos escolares. Además, es un medio en donde se aprende: en muchas aulas constituye la única vía de acceso a internet”, señaló Artopoulos. Y advirtió que, en contextos donde persiste la brecha digital, el riesgo es “desconectar y dejar inermes a nuestros chicos frente a la sociedad de los algoritmos”.