Rodolfo Barrere: “Hay que lograr que las universidades estén más conectadas con lo que requieren las empresas”

El coordinador del Observatorio Iberoamericano de la Ciencia, la Tecnología y la Sociedad (OCTS) de la OEI habló con Ticmas sobre los desafíos que enfrenta América Latina para conectar a quienes generan conocimiento con quienes pueden aprovecharlo

Rodolfo Barrere, coordinador del Observatorio Iberoamericano de la Ciencia, la Tecnología y la Sociedad (OICTS) de la OEI (Foto: Patricio Zunini)

El Observatorio Iberoamericano de la Ciencia, la Tecnología y la Sociedad (OICTS) de la OEI, coordinado por Rodolfo Barrere, se dedica a generar y difundir información sobre ciencia, tecnología y educación superior en Iberoamérica. Tiene por objetivo producir un conocimiento que sirva tanto para la toma de decisiones en políticas públicas como para informar al público sobre la situación en estos campos.

El Observatorio, de hecho, recopila datos estadísticos en colaboración con los ministerios de Ciencia y Educación de la región, y sostiene un acuerdo con el Instituto de Estadística de la UNESCO, compartiendo la información obtenida con otros organismos internacionales, como el BID y el Banco Mundial.

Además, la OEI participa en foros de discusión con la OCDE, aportando datos sobre la inversión en Investigación y Desarrollo (I+D) en la región, que son utilizados para la elaboración de políticas y estrategias en estos ámbitos.

En esta entrevista con Ticmas, Barrere habla de cómo la tecnología, especialmente la inteligencia artificial, está transformando la educación y plantea la necesidad de generar un diálogo entre especialistas de diferentes áreas para abordar estos cambios. Además, discute el desafío de vincular la investigación científica con el desarrollo tecnológico en América Latina, señalando la importancia de fortalecer la relación entre las universidades y las empresas. También aborda temas como la creciente matrícula universitaria en la región, la necesidad de impulsar la educación técnica y las áreas clave de inversión en tecnología, destacando la cooperación entre países como un factor crucial para el desarrollo regional.

El Observatorio de la OEI llevó adelante un concurso de cuentos que vinculaban educación, ciencia y tecnología con la sociedad. Como resultado, se publicó el libro "Otras formas de ser humano" (Foto: Patricio Zunini)

¿Cómo es la mirada del Observatorio con relación al vínculo entre tecnología y educación?

—Tratamos de tener una mirada sobre todas las áreas porque la tecnología aborda los distintos aspectos de la sociedad. Específicamente la economía del conocimiento y la transformación digital están afectando muy claramente la educación. Es un caso muy concreto y muy revolucionario el de la inteligencia artificial, porque hasta 2022 no hablábamos de esto y ahora está en todos lados. Cada año publicamos un libro sobre “El estado de la ciencia” y el de 2023 tuvo un dossier sobre inteligencia artificial. En ese libro hay un artículo de Axel Rivas que habla de cómo la inteligencia artificial afecta a la educación. El Observatorio tiene que acompañar con información y capacidad de análisis para entender mejor esos temas.

Una paradoja respecto a la inteligencia artificial se da en que afecta a todas las áreas, pero, por un lado, los especialistas de la disciplina en cuestión —digamos: educación— no tienen profundidad en IA, y, por el otro, los especialistas en IA no tienen profundidad en la disciplina. ¿Cómo trabajan en esa articulación?

—La OEI genera un diálogo de actores, que es algo que sabemos hacer muy bien. Sentamos en las discusiones a gente de distintos ámbitos. Hace poco hemos hecho una serie de actividades con profesores de escuelas técnicas y tuvimos una mesa sobre inteligencia artificial. Es súper interesante porque a veces son idiomas que ni siquiera se terminan de enganchar. Entonces, es importante mantener las evidencias que puede dar el Observatorio —números y gráficos— que ayuden a impulsar ese diálogo. Porque, si no, le tecnología te pasa por encima y, cuando te quisiste dar cuenta, tomó una forma sin que haya habido mucha reflexión.

En ese sentido, ¿cómo es el mapa del desarrollo en tecnología en la región?

—El desafío en la región es pasar de la investigación a la tecnología y la innovación. En general, en América Latina ves que hay más investigación aplicada, también un poco de básica, pero lo complicado es pegar el salto para hacer tecnología y a productos nuevos en el mercado. Ahí es donde hay que trabajar más: en levantar puentes entre el desarrollo del conocimiento y la aplicación de esa tecnología. El promedio de inversión de I+D en la OCDE es de un 60-65% a cargo de las empresas. En América Latina es al revés: excepto Brasil, que está 50-50, el resto está en torno al 25-30%. Esa diferencia marca el desenganche entre el conocimiento que se genera y lo que las empresas hacen con el conocimiento. Esto se da hace muchísimos años y ha habido políticas públicas en todos los países tratando de cerrar la brecha, pero es complicado encontrar mejores formas de vincular al que produce el conocimiento con el que lo usa.

¿Tiene que ver con las urgencias de las economías emergentes?

—Tiene que, por un lado, I+D es a largo plazo, se hace con inversiones grandes, y, por el otro, que el entramado empresarial latinoamericano es de muchas Pymes con la presencia de compañías transnacionales grandes que hacen I+D en sus países de origen. Hay que recalibrar las expectativas. Creo que hay que facilitar el vínculo entre la investigación que ocurre en las universidades —el 75% de los investigadores de América Latina están radicados en una universidad— con los que van a usar el conocimiento. Nosotros tenemos un foro donde discutir y fomentar la vinculación entre las universidades y los institutos públicos con el entorno. Hay muchos sectores en los que uno podría esperarlo.

¿Por ejemplo?

—El agro. Hay mucha tecnología metida en el agro. ahí. La minería. La economía del conocimiento, que tiene mucho que ver con el desarrollo digital. Son oportunidades muy grandes.

Las ilustraciones de Pedro Mancini incluidas en el libro "Otra forma de ser humano" se pueden ver en el espacio cultural de la OEI (Foto: Patricio Zunini)

¿Cómo se fomenta I+D en las empresas? ¿Con subsidios, baja de impuestos, pasantías de estudiantes universitarios?

—Hay una variedad de herramientas. En algunos países de Europa hay exenciones fiscales. Te descuento lo que gastás en I+D de los impuestos. En Argentina y otros países hay experiencias de llevar recursos humanos a la empresa, como poner un doctor a trabajar en el equipo. Se han probado muchas herramientas. Incluso la participación de empresas en proyectos de investigación, junto con centros de investigación donde van asociados a buscar fondos. Claro que no hay que perder de vista la investigación más básica, porque ayuda a tener un acervo de conocimiento que después puedas transferir.

Las universidades hacen mucha investigación que, generalmente, produce conocimiento científico, pero no necesariamente aplicaciones tecnológicas. Las universidades argentinas piensan más desde el lado científico que desde lo laboral. ¿Cómo se desarrolla esa pata?

—No solo Argentina; ocurre en toda América Latina. Hay que calibrar un poco mejor la demanda. Hay que entender qué buscan las empresas porque quizás no están buscando soluciones en las fronteras del conocimiento, sino la aplicación de conocimiento que ya existe y que puede mejorar un proceso o sumar valor a un producto. En esa cuestión, hay que ver cómo se incentiva a los investigadores: si los evaluamos por la publicación de papers científicos o si vamos a incluir la evaluación de otro tipo de actividades. Hace unos años hicimos una encuesta a cerca de 5.000 investigadores y salieron algunas cosas interesantes.

¿Qué cosas?

—Todos decían que el problema de pasar el conocimiento a las empresas estaba en la agenda de sus instituciones, pero unos pocos decían que eso estaba en los mecanismos de evaluación de su trabajo. Después les preguntamos cuánto tiempo le dedicaban a la vinculación, y siempre era relativamente poco y no variaba entre los que eran evaluados por eso y los que no. Me parece que el tema pasa por ahí. De nuevo, eso no quiere decir que tengas que dejar de hacer investigación más básica, pero tiene una dinámica importante. Hay que conseguir una manera de que las universidades latinoamericanas estén más conectadas con lo que requieren las empresas de su entorno.

¿Eso es responsabilidad de quién?

—De ambos. De las de las universidades y de las empresas. La característica típica de América Latina es que las empresas generalmente innovan mediante la compra de bienes de capital: comprás una máquina que para hacer un producto que en otro lado ya es conocido y lo producís en un mercado que lo demanda. Es una manera segura de innovar. Pero hay que encontrar mecanismos para hacer innovación más riesgosa, de más largo plazo, con investigación.

Hoy, gracias a la economía del conocimiento, muchos programadores y profesionales del ámbito digital trabajan para el exterior. A nivel personal, es un gran beneficio, pero, a nivel país, agranda las brechas de la tecnología. Exportamos el conocimiento como antes materia prima. Quería preguntarle su opinión sobre el tema.

—Estoy de acuerdo. En la OEI tenemos una línea de trabajo sobre la transformación digital y la economía del conocimiento, que aborda eso. Hay una gran demanda de recursos humanos calificados en torno al desarrollo de software. Las empresas encuentran una rotación altísima, la gente se mueve todo el tiempo y es difícil armar un grupo de trabajo. Además, cuesta muchísimo que los jóvenes terminen de formarse; dejan la universidad antes de tiempo porque el mercado laboral los absorbe. Así que habría que tener dos caminos: se necesita gente con un nivel de calificación media que sepa programar y se necesitan ingenieros de software y doctores en informática que puedan guiar a esos otros grupos para hacer innovación. Argentina, en eso, tiene mucha trayectoria: los unicornios te muestran que hay muchas posibilidades. Pero, sí, hay que pensar si vamos a exportar materia prima en forma de programadores —algunos usan la expresión “sojware” como la soja del software— o si vamos a tratar de generar cosas con mayor valor agregado.

Algunas de las ilustraciones de Pedro Mancini incluidas en el libro "Otra forma de ser humano" (Foto: Patricio Zunini)

Un informe de la OEI dice que creció la matrícula universitaria en la región.

—Sí, totalmente. Es una muy buena noticia.

Pero hay una crisis educativa en Latinoamérica, con estudiantes que no tienen habilidades mínimas de comprensión de textos y otros que abandonan el secundario. ¿Cómo se explica el crecimiento universitario?

—A veces vemos las puntas y es complicado entender el proceso. Sabemos que, de los chicos que empiezan la primaria, sólo el 13% va a terminar la secundaria en tiempo y forma. Es un número bajísimo. Ahí hay una brecha enorme con gente que podría llegar a la universidad y ser exitosa. Y la universidad funciona: la matrícula crece, el nivel de graduados crece, las brechas de género bajan. Hay otros problemas: la formación en TICs crece menos, por ejemplo. Pero la universidad latinoamericana es exitosa y es auspicioso que crezca en términos de matrícula. El problema es que a veces es difícil llevar a los chicos hasta la puerta de la universidad.

Otro dato importante es que sólo el 17% de los estudiantes de las escuelas secundarias estudian carreras técnicas. Y, de ese porcentaje ya de por sí bajo, sólo el 30% son mujeres. ¿Cómo mira la OEI a la educación técnica?

—En la Oficina hay gente que se dedica a eso; es una intuición lo que te voy a decir. La educación técnica es muy importante para garantizar la empleabilidad de los chicos cuando salen de la escuela y para una formación que te lleve a la universidad. Pero las áreas STEM corresponden a alrededor del 20% de los graduados de la universidad. Las carreras cientifico tecnológicas no crecen tan rápido como las carreras de sociales o la formación de abogados y administradores de empresas. Y eso es algo que empieza en la secundaria. Hace unos años hicimos una encuesta sobre la percepción de las ciencias de los estudiantes de secundaria y mayormente te decían que no era para ellos, que era muy difícil y que tenía mucha matemática. La verdad es que no es tan así. Hay que sacar el miedo a las carreras científicas y tecnológicas. Hay que enseñar mejor o de manera más amena las matemáticas. Hay que trabajar y acompañarlos a dar el salto a la universidad.

¿Cuáles son las áreas en donde más se está invirtiendo y desarrollando en tecnología?

—Hay áreas de oportunidad en la que la región debe concentrarse. Una, la inteligencia artificial. En el mundo está creciendo muy rápidamente y América Latina arranca un poco más tarde. El año pasado trabajamos mucho el tema de transición energética y lo focalizamos en el litio e hidrógeno verde. Argentina, Chile y Bolivia tienen una parte muy grande de las reservas. Hace poco hicimos un taller en Paraguay sobre diplomacia científica poniendo el foco en el hidrógeno verde. Lo que ocurre en América Latina es que hay mucha desigualdad en los niveles de desarrollo. Cinco países te explican el 90% de la inversión en ciencia…

¿Cuáles?

—Brasil, Argentina, México, Chile y Colombia. Pero, a la vez, toda América Latina es el 2.5% de la inversión mundial. Ningún país está como para desarrollarse por sí mismo. Lo que hace falta en la región es un esfuerzo grande de cooperación, que es algo que nosotros tratamos de facilitar.

¿Las reuniones son en el marco del Mercosur?

—Sí, el Mercosur tiene una reunión especializada en temas de ciencia. Ese espacio existe y hay que desarrollarlo más. Es clave que los países se coordinen y cooperen porque, si no, no hay manera de empujarlo. La actividad científica debería ser vista como una herramienta para conectarse entre los países. Además, es un tema donde no hay tanto conflicto. Es muy más fácil que ponerte a discutir cuestiones económicas aduaneras, que son ásperas.

¿La realidad de España y Portugal es muy distinta?

—Más o menos. Estar dentro de la Unión Europea te da condiciones diferentes, más favorables. Pero los problemas no son tan distintos. Y, además, la concentración en ciencia y tecnología ocurre en todos lados. Si mirás al mundo, vas a encontrar que unos poquitos países te explican la mayor parte de los esfuerzos. América Latina es como un fractal: cada vez te vas acercando más y vas a ver que son los mismos problemas, las mismas desigualdades.

En su opinión, ¿cuál será el tema del año próximo?

—Voy a ir al revés. Si me preguntabas en 2022 cuál iba a ser el tema del 2023, de ninguna manera hubiera dicho inteligencia artificial. Ahora bien, creo que hay algunas cuestiones en agenda que se están discutiendo mucho. La transformación digital es uno que ya tiene larga data. Las cuestiones del hidrógeno, como parte de la transición energética, están en la agenda. Las problemáticas del cambio climático y también las cuestiones de la bioeconomía. Las cuestiones de la tecnología espacial también es un tema importante. La OEI lidera una red de agencias espaciales que surgió del interés de una reunión de ministros de Ciencia que organizamos hace dos años. Todo eso está sobre la mesa. Ahora, ¿cuál va a ser el tema del año que viene? No lo sé.

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