“Cuando decimos que en América Latina tenemos un problema de desafección de las democracias”, dice Renato Opertti, “mucho tiene que ver con la debilidad de los alumnos en sus aprendizajes fundacionales como para tomar decisiones autónomas y pensar por sí mismos”. Opertti es presidente del Consejo Asesor de la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), experto de la UNESCO y coordinador de la Cátedra UNESCO de Educación Híbrida en la Universidad Católica del Uruguay (UCU). En palabras de Mariano Jabonero, secretario general de la OEI, Opertti tiene una visión moderna e integral para interpretar los desafíos y oportunidades de la educación en un contexto de cambio y adaptación sin precedentes.
Acaba de publicar el ensayo Sobre educar y aprender para futuros mejores, que se puede descargar en forma gratuita desde la web de la OEI y es la cuarta entrega de una serie de dedicados a la educación en la era post-COVID. El libro de Opertti es un trabajo muy desafiante no sólo por los temas que toca, que tienen que ver con los debates más actuales del ámbito educativo de la región, sino por la forma en que lo hace: con una perspectiva holística y un enfoque intrínsecamente humanista.
En esta entrevista por Zoom, Opertti —desde Uruguay— recorre los puntos de dolor de los sistemas educativos de Latinoamérica: desde la necesidad de pensar la identidad glolocal de las sociedades hasta la influencia de PISA pasando por la irrupción de la inteligencia artificial, la formación docente, etc. Con sus respuestas profundas y generosas tanto en la extensión como en la ambición de los conceptos, persigue un objetivo: pensar un futuro mejor para los estudiantes.
Edgar Morin dice que los fragmentos disciplinares no te permiten entender la complejidad de los desafíos de la vida. La pregunta, entonces, es cómo combinas humanidades, ciencia, ética
—¿En qué medida se pueden incorporar en la educación de los países de la región modelos educativos exitosos como los de Finlandia, Singapur, Corea?
—El debate que se instala es que nosotros somos ciudadanos locales y a la vez globales. En esa ciudadanía glolocal se entretejen nuestras identidades, nuestras pertenencias y desafíos, nuestras posibilidades de inserción en el mundo, nuestro trabajo, nuestros valores, nuestras identidades. La educación, entonces, es una construcción que no es ni globalista ni totalmente localista, sino una combinación de las dos. Eso requiere, no que haya una importación de modelos, sino un aprendizaje de las diferentes experiencias. El impacto va a estar en la robustez de las respuestas locales. Por lo tanto, no hay que imitar el modelo de Finlandia, pero sí entender que, si no se discontinúan los aprendizajes de la primaria media, capaz encontramos una clave para mejores aprendizajes y una mejor fluidez de los alumnos en sus procesos educativos.
—¿Cómo se construye el conocimiento?
—En el primer capítulo del libro hablo de las experiencias en eventos, seminarios, talleres. Hoy el conocimiento surge de la triangulación de las conversaciones, de los estudios, de las investigaciones, de las entrevistas que se dan en los medios, de los artículos en revistas más especializadas. Uno tiene que tratar de integrar diferentes ideas para encontrar esa perspectiva glolocal que te permita encontrar las respuestas a los problemas que tenés. El libro es una incitación a que las personas armen su propio rompecabezas para conectar las ideas. Yo varias veces menciono al filósofo Edgar Morin, que dice que los fragmentos disciplinares no te permiten entender la complejidad de los desafíos de la vida. La pregunta, entonces, es cómo combinas humanidades, ciencia, ética. En definitiva, el libro intenta ser un alegato en favor del retorno de los valores humanistas de la educación.
—En el balance de lo local y lo global, ¿cómo analiza las pruebas PISA? Me refiero a que, si, como dice en el libro, la educación no tiene un “talle único”, ¿qué valor hay que asignarle al ranking de una evaluación estandarizada?
—Ahí hay un punto. Personalmente, yo tengo bastante reticencia a la clasificación de los países en un ranking porque las comparaciones descontextualizadas tienen un grado de inexactitud y de injusticia. El valor de PISA está en que es un gran laboratorio de conocimiento. Te permite entender cuáles son las claves fundamentales para que los países avancen en educación y mejoren en eso que, en nuestra región, es un problema como son las alfabetizaciones fundacionales: ciencias, matemáticas y lengua. Pero también es cierto que PISA nos advierte sobre las brechas entre países, entre regiones, entre grupos sociales, entre diferentes espacios de aprendizaje. En Latinoamérica hay un problema muy instalado, estructural, de desigualdad.
—Guillermina Tiramonti demostró que esa desigualdad afecta también los resultados de aprendizaje de quienes están en lo más alto de la pirámide.
—Sí, vi el estudio. Es clarísimo lo que dice Guillermina en ese sentido porque, además, PISA te permite ver tres aspectos interrelacionados que, yo diría, son problemas de América Latina en su conjunto. El primero es que no conseguimos que la mayoría absoluta de nuestros estudiantes logren suficiencia en los aprendizajes fundamentales. No solo la persona no va a estar preparada para enfrentarse a un mundo crecientemente disruptivo, sino que es también un problema muy serio en cuanto a inclusión, convivencia y democracia. Un segundo tema tiene que ver con las brechas sociales: los valores de insuficiencia llegan al 70 u 80% en los sectores más desfavorecidos de la sociedad. Y tercero, la proporción de alumnos destacados es muy baja. Hay una diferencia abismal en la proporción de alumnos con altos niveles de desempeño en sociedades como Singapur o Estonia respecto de la de América Latina.
La inteligencia artificial es una oportunidad para la educación en la medida en que se logre potenciar la inteligencia humana; esto es: en la capacidad de darle un sentido claro a su uso en aras de los objetivos educativos perseguidos
—El año pasado, el BID publicó un informe donde advertía el peligro de que la inteligencia artificial pudiera ampliar la brecha de desigualdades educativas. ¿Se puede transformar esa amenaza en una oportunidad?
—Los estudios regionales e internacionales indican que las tecnologías digitales y la inteligencia artificial generativa son tanto una oportunidad como una amenaza. Pueden agravar las desigualdades si no se le garantiza a toda la población el derecho a la conectividad gratuita en educación. Los herramentales de la inteligencia artificial van a evolucionar buscando conectar mejor con las necesidades de los alumnos. La inteligencia artificial intenta una personalización de la educación, pero ciertamente lo hace en algunas cosas y en otras no. Hay cuestiones vinculadas con lo humano, como lo emocional, que no puede alcanzar. La IA es una oportunidad para la educación en la medida en que se logre potenciar la inteligencia humana; esto es: en la capacidad de darle un sentido claro a su uso en aras de los objetivos educativos perseguidos. Para que tenga la oportunidad de ser un factor de desarrollo, hay que apuntalar desde la infancia la diversidad de la inteligencia humana y el desarrollo del pensamiento autónomo, el pensamiento crítico, la creatividad, la empatía, la conexión con el otro.
—Con respecto a esto, quisiera hacer una observación: yo siento que le sacamos muy poco provecho a una herramienta tan potente. Tenemos una IA en el teléfono y caemos en la banalidad de pedirle el dibujo de monito con la camiseta de un club de fútbol.
—Coincido plenamente contigo. El uso banal y superficial de la inteligencia artificial tiene que ver con una suerte de uso mecánico, de uso no pensado. Hay está el atractivo de buscar aquellas cosas que parece que inmediatamente nos solucionan los problemas de la vida. La inteligencia artificial nos da la inmediatez de las cosas armadas, perfectas, estructuradas y nosotros hacemos un uso mecánico, banal, superficial. Una respuesta de otra índole tiene que ver con el desarrollo de las capacidades de innovación y creatividad de alumnos y educadores. Lo que estamos viendo en educación es que muchas veces hay una brecha entre nuestra manera de ver los problemas y la profundidad de encararlos. En ese sentido, la inteligencia artificial puede llevarnos a que sigamos reproduciendo visiones muy superficiales de las cosas.
—Si me permite, tengo otra idea de la que me gustaría pedirle una opinión. Se dice que la inteligencia artificial va a dejar sin trabajo a quienes se dedican a producir contenido. Yo no estoy de acuerdo. Creo que quien sabe escribir más articuladamente tienen más oportunidades de dar instrucciones precisas a la inteligencia artificial.
—Totalmente de acuerdo. Nada hace pensar que la inteligencia artificial vaya a sustituir la creatividad humana o la agencia humana. Yo pienso que, efectivamente, quienes más desarrollan el pensamiento, la capacidad de innovar y crear, van a tener aún más posibilidades con la inteligencia artificial. Diría más: es un campo extremadamente fértil para la educación. Yo creo que es todo lo contrario de lo que supone. No hay sustitución, sino reforzamiento de las capacidades de las personas para producir.
—¿Por qué habla de la importancia de la resiliencia del sistema educativo?
—La resiliencia es la capacidad de actuar proactiva y eficazmente frente a las adversidades para transformarlas en oportunidades. Yo creo que la resiliencia del sistema educativo tiene que ver con enfrentar un problema central, que es cómo hacer que la educación se transforme en la generadora de un cambio civilizatorio. Podemos seguir discutiendo planes, programas, estrategias, enfoques, que son discusiones un poquito cerradas, o podemos reconocer que la discusión fundamental es cómo generar las bases de un nuevo estilo civilizatorio que conecte a los alumnos con un futuro sostenible, con futuros mejores de la nueva generación.
La pregunta que tenemos que hacernos es qué educador queremos para la sociedad que construimos
—En relación con lo que hemos estado hablando, ¿cómo debe ser la formación de un docente que, a su vez, va a formar estudiantes en un mundo de incertidumbres y cambios?
—Ese es un tema clave. Yo hablo de eso en el libro y traigo a colación al pedagogo francés Philippe Meirieu, que da una maravillosa definición del educador: el educador es aquel que todos los días hace emerger la democracia a los alumnos. Eso requiere un cambio fundamental en el rol del educador. La formación docente tiene que ser más integrada. Tiene que ser mucho más integrada. Porque el alumno es uno solo: el alumno no es una disciplina, no es una asignatura. La pregunta que tenemos que hacernos es qué educador queremos para la sociedad que construimos. En definitiva, lo que intento hacer en el libro es recobrar la discusión de los imaginarios sociales. El rol del educador tiene que estar en función de ese imaginario.
—¿Qué características debe desarrollar el educador?
—Tiene que ser versátil, flexible, tiene que ser un gran articulador de conocimientos para que le den sentido al alumno. Tiene que ser un referente. Hay que recobrar la idea del educador referente. También tiene que ser un facilitador, pero no sólo un facilitador. El docente también es un referente de valores, de ideas, de humanismo. No hay contraposición entre ser un referente y un facilitador.
—En última instancia, es retomar el concepto de andamiaje de Bruner.
—Exacto. Hay que vencer esas falsas disyuntivas. El docente es una combinación de referente, ideador, facilitador. Hoy se habla de copartner, como dice la OCDE. El rol del educador tiene que ser un espacio de encuentro intergeneracional para compartir valores, referencias, sentidos. Y eso se tiene que reflejar en la formación y en la carrera docente. No hay una nueva construcción educativa sin repensar el rol del educador. En la región todavía estamos crispados en discusiones anteriores y nos falta una cierta capacidad para lanzar una agenda en torno al rol del educador.